TRAGEDIA PARA EU Y PARA EL MUNDO
La
apatía política de los estadunidenses y las paranoias que
en materia de seguridad nacional logró implantar el gobierno de
George W. Bush en la opinión pública de su país se
tradujeron, a fin de cuentas, en una acentuada victoria electoral para
los republicanos en las elecciones legislativas realizadas el pasado martes
4 en la nación vecina. El panorama después de la contienda
indica que el partido del actual presidente aumentó su mayoría
en la Cámara de Representantes, se hizo con el control del Senado
y obtuvo la mayor parte de las gubernaturas en disputa.
Lo anterior significa que Bush y su grupo ejercerán
el poder en el país más poderoso del mundo prácticamente
sin contrapesos democráticos, sin mecanismos de control ni rendición
de cuentas. Es un escenario trágico y sombrío para Estados
Unidos y para el resto del mundo, porque el actual gobierno estadunidense
no tiene otro programa ni más rumbos que hacer la guerra contra
naciones débiles, ahondar las brechas entre ricos y pobres -tanto
dentro de las fronteras estadunidenses como fuera de ellas-, constreñir
los derechos ciudadanos y establecer algo parecido a un Estado policial
en un país que antaño se jactaba de la extensión de
sus libertades civiles.
Bush llegó a la Casa Blanca, hay que recordarlo,
no porque los estadunidenses se volcaran mayoritariamente en las urnas
por su candidatura, sino porque sacó partido a las incoherencias
de un sistema electoral antidemocrático y aberrante, y porque su
partido recurrió a procedimientos inescrupulosos y hasta escandalosos
para distorsionar el sentido del sufragio, con la complicidad de Jeb Bush,
hermano menor del ahora presidente y gobernador de Florida. Asimismo, el
actual jefe del Ejecutivo estadunidense llegó al cargo sin un programa
propio; sus intenciones en el poder parecían ser, simplemente, apegarse
a los lineamientos del Partido Republicano: menos impuestos, mayor manga
ancha a los grandes capitales, más libre comercio, menos educación
y servicios de salud para los pobres, más pena de muerte y más
policía, menos prevención, más Biblia y menos Darwin
en los planes de estudio.
El 11 de septiembre del año pasado fue un día
aciago, doloroso y aterrador para la gran mayoría de los estadunidenses,
pero para Bush fue una fecha providencial, toda vez que los atentados criminales
de Nueva York y Washington le dieron a su gobierno un contenido preciso
y hasta una consigna fácil: la "guerra contra el terrorismo". El
que había sido, hasta entonces, uno de los mandatarios más
grises y anodinos, apareció de pronto convertido en cruzado y paladín
de la seguridad estadunidense y en vengador planetario. Por designio o
por casualidad, los ataques del 11 de septiembre permitieron al jefe de
la Casa Blanca articular en una estrategia coherente sus intereses petroleros
familiares, sus compromisos con la industria militar y las necesidades
discursivas y electorales de su partido. Todo ello, con el apoyo patriotero,
acrítico y vergonzoso de los grandes consorcios mediáticos
que abogan, en el discurso por la "objetividad" de la información.
Los comicios de antier han confirmado a Bush y a sus amigos
en su súbito liderazgo nacional, y le otorgan, adicionalmente, una
plataforma política para la proyección externa de una estrategia
imperial injerencista, asesina y contraria a la legalidad internacional.
En lo interno, los delincuentes de cuello blanco verán ensancharse
el margen de su impunidad; el desamparo será mayor, de ahora en
adelante, para las minorías y los grupos sociales más desfavorecidos
-negros, blancos pobres, hispanos, inmigrantes indocumentados-; el aborto,
la diversidad sexual y la libertad de pensamiento tenderán, de nuevo,
a ser penalizados y los sociópatas como el asesino serial de Maryland
tendrán manga ancha para adquirir armas de fuego y municiones letales.
El triunfo electoral del Partido Republicano será,
en suma, una tragedia para Estados Unidos y para el mundo.