Orlando Delgado Selley
Esperanza y compromisos
En su primer discurso, el presidente electo de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, advirtió que lo difícil empezaba apenas. Llegar a la Presidencia ha sido un complicado recorrido, pero a partir de enero próximo iniciará una nueva etapa no sólo para Brasil, sino para América Latina y, en cierta medida, para el mundo entero.
Desde antes de que arrancaran las campañas, los derrotados mercados financieros decidieron que su candidato era José Serra, lo cual es aceptable, pero castigaron a la población depreciando la moneda y encareciendo el costo de la deuda externa aumentando el riesgo-país, que ellos determinaron, hecho a todas luces inaceptable. Asimismo han empezado a establecer las líneas básicas de lo que debe hacer el nuevo gobierno.
Lo primero para ellos, por supuesto, es mantener los mismos principios de política económica y, además, sostener a las mismas personas que las instrumentaron en tiempos recientes. La idea es sencilla: ganó el candidato de los pobres, pero debiera cumplir con las tareas que los ricos tienen planteadas, y para garantizarlo tendría que hacerlo con el mismo director del banco central y el secretario de Hacienda. El planteamiento es inaceptable. Lula tiene perfectamente claro que la responsabilidad fundamental está con los pobres, con los millones de personas que no han tenido esperanza y que ahora la tienen.
Las primeras decisiones tienen que señalar la presencia de un nuevo gobierno, electo para actuar sobre las grandes carencias de la sociedad brasileña y, a partir de ello, proponer al mundo una nueva política.
Los principios que a los mercados financieros interesa mantener son los que se sostienen a partir del Consenso de Washington. Se trata de los llamados equilibrios fundamentales, los que el FMI y el Banco Mundial imponen en todos lados: finanzas públicas con ligero déficit, estabilidad de precios, cuentas externas con situaciones manejables, cumplimiento con los pagos de la deuda externa. A eso se suman las reformas estructurales.
Lula tendrá que discutir seriamente la pertinencia de sostener esos equilibrios. No será, por cierto, el primero en hacerlo. En la Unión Europea está en curso un intenso debate sobre el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sobre el cual Alemania, Francia y el propio presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, han planteado que la meta de déficit fiscal no puede estar disociada de la situación del empleo, es decir, del número de europeos que se encuentran en el desempleo, de la inflación, de la productividad y, por ello, del crecimiento.
En Europa la meta de déficit fiscal a alcanzar es 3 por ciento del producto interno. Ni Alemania ni Francia la cumplirán. Su argumento es que la disminución del ritmo de crecimiento de sus economías les ha impedido cumplir con el equilibrio presupuestario. Tres por ciento de déficit es la meta a conseguir que el gobierno alemán y el francés piensan poder cumplir en 2007, si el crecimiento de los próximos años es precisamente de 3 por ciento.
Nosotros, en cambio, fieles a los dictados de la ortodoxia imperial, hemos cumplido estrictamente con el equilibrio fiscal sin importar el crecimiento de la economía ni la reducción de empleos formales reconocida oficialmente. Para 2003 la propuesta presupuestaria mantiene un déficit fiscal de medio punto porcentual del producto, al tiempo que establece una meta de crecimiento y de inflación de 3 por ciento y, como siempre, ni una palabra del empleo. Eso es una tarea de los mercados, no responsabilidad del gobierno que se asumía como del cambio.
Lula tiene que poner en primer lugar los compromisos con la gente, no con los mercados. El diseño económico ya no provendrá de las escuelas estadunidenses ni de los economistas formados allá. El planteo general de política económica debe priorizar que la gente mejore sus condiciones mediante una propuesta que integre la creación de empleos formales, con crecimiento de la productividad y fortalecimiento del mercado interno. La alianza con los empresarios tiene ese propósito. El Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) va a rechazarse, definiendo en sentido nacional la política económica, en el contexto del proceso de globalización que puede aprovecharse. Ello irá haciendo que la esperanza, gracias a la cual triunfó el PT brasileño, se transforme en resultados.
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