SNTE: LIMPIAR EL PASADO
Ayer,
representantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación
(CNTE) ampliaron la denuncia originalmente presentada el 27 de agosto contra
Elba Esther Gordillo, secretaria general del PRI, y Carlos Jonguitud Barrios,
quien la antecedió en la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores
de la Educación (SNTE), por 16 asesinatos de maestros disidentes
perpetrados en Guerrero. En un primer momento, la CNTE presentó
ante la Fiscalía Especializada para Movimientos Políticos
y Sociales del Pasado una denuncia contra ambos ex líderes por el
homicidio de Misael Núñez Acosta, cometido en 1981 en el
estado de México. En esta ocasión, los mentores democráticos
señalaron que se presentarán nuevas ampliaciones de la querella
penal conforme otras secciones de la CNTE acudan a reportar homicidios
en otras entidades presuntamente ordenados por Gordillo, Jonguitud o ambos.
El suceso es de relevancia, porque el esclarecimiento
de los posibles delitos perpetrados por la vieja dirigencia charra del
SNTE -el mayor sindicato de América Latina- es parte necesaria e
irrenunciable del combate a una impunidad que el país viene arrastrando
desde décadas anteriores y que, en el presente, representa un lastre
asfixiante y un factor de desintegración y discordia. Es urgente,
en consecuencia, que las autoridades competentes den curso a la demanda
referida, que investiguen a fondo los asesinatos de profesores disidentes
y que sancionen a los responsables conforme a derecho, independientemente
de las posiciones políticas que ocupen actualmente.
En otro sentido, la confluencia de las demandas contra
Gordillo y Jonguitud con el consejo de guerra en el que se ventila, entre
otras acusaciones, la posible responsabilidad de los generales Jaime Quirós
Hermosillo y Mario Arturo Acosta Chaparro en los crímenes contra
campesinos guerrerenses, obliga a revisar el vergonzoso episodio de la
guerra sucia emprendida por las presidencias priístas y a redimensionar
el tamaño de la represión. Existen elementos para afirmar
que en el aplastamiento de las disidencias -sindicales y políticas,
pacíficas o armadas- participaron tanto estamentos civiles como
militares del régimen. Queda pendiente esclarecer en qué
medida las dirigencias sindicales charras fueron un instrumento más
de los planes criminales de los gobiernos y en qué medida aprovecharon
la represión imperante para consolidar su propio poder.
Sea como fuere, en el momento actual la justicia militar
debe castigar a todos los mandos y efectivos castrenses que cometieron
crímenes de Estado; la civil, por su parte, está obligada
a investigar y sancionar a los políticos que participaron en la
guerra sucia. No es sólo un imperativo de la legalidad, la ética
y la vergüenza, sino un acto de elemental reivindicación de
la memoria de las víctimas, cuyo sacrificio es parte del costo que
ha pagado la sociedad para colocar a México en la transición
democrática en curso.