No hay cifras oficiales del número de efectivos, y menos del armamento, en el área
Abrazo militar alrededor de la zona zapatista
Permanente alteración de la vida de pobladores tanto de comunidades rebeldes como priístas
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Comunidad Cintalapa, Chis., 31 de octubre. Bien construida, electrificada, pintada. La casa, al centro del poblado, es típica de esta localidad priísta, donde se asienta un campamento militar y opera un retén permanente sobre el camino. Cintalapa es una de las decenas de posiciones militares que bordean Montes Azules, en particular, y la selva Lacandona, en general.
Un soldado de uniforme, pero camisa arremangada, se aproxima llevando sobre un hombro dos grandes bateas de plástico vacías, una dentro de la otra. Cruza el patio y los perros no le ladran. Tampoco menean la cola. Más bien no le hacen caso.
Sale de la casa una joven tzeltal, sin el vestido tradicional que todavía usan aquí la mayoría de las mujeres, pero bien arreglada de todos modos. Recibe las bateas sin mirar al soldado. Rodea la casa y desaparece.
El soldado toma asiento frente a una mesa, en el cobertizo de la vivienda. Escasos minutos después aparece la muchacha, otra vez por la puerta. En una mano lleva un guaje de tortillas envueltas en un trapo amarillo; en la otra, un plato humeante. Tras ella sale un niño de 10 años con un salero, cubiertos y una cocacola destapada. El soldado muestra familiaridad con el niño, quien tímidamente sonríe, escabulléndose.
Mientras el soldado la mira fijamente, la muchacha se esfuma rapidito. El soldado come. Cinco minutos después la muchacha regresa con las dos bateas llenas de ropa. Las coloca en una banca junto a la mesa. Se introduce en la casa.
El soldado termina de comer. Se incorpora y entra a la casa, por la única puerta que se ve desde aquí. Por ella sale en seguida el niño, recoge el plato, los cubiertos y el casco de refresco. Los deposita en un fregadero atrás de la plancha de cemento donde suelen secar el café y el frijol, y se aleja, quizás a jugar con otros niños. El salero y el guaje de tortillas, sobre la mesa. En la banca, dos bateas llenas de ropa lavada y doblada.
La respuesta está en la selva
La selva Lacandona, y sus alrededores, se encuentra "abrazada" por el Ejército federal al norte, el oriente y el sur de la frontera que forman tanto el río Usumacinta como la lí-nea geográficamente arbitraria (pero cultural y políticamente real) que separa la selva y Marqués de Comillas de los departamentos guatemaltecos de Huhuetenango y Quiché.
El "abrazo" lo dan decenas de posiciones militares (algunas de grandes dimensiones, como el cuartel de Maravilla Tenejapa). Con la coartada de salvaguardar nuestras fronteras nacionales y combatir el narcotráfico, constituyen a la vez, y principalmente, el dispositivo militar más activo y abundante de todos los que sitian hoy a los municipios autónomos, las comunidades en resistencia, las bases de apoyo del EZLN dondequiera que habiten.
De hecho, las 14 posiciones del Ejército que, sólo entre Palenque y Frontera Corozal, se han instalado a partir de 1995, están lejos de la frontera pluvial, más bien encima de Montes Azules y otras regiones de la selva, sitiando a las comunidades zapatistas y sus municipios autónomos (el recorrido de esta nota sigue el mapa elaborado por Ciepac en 2000; la situación básicamente no ha cambiado).
Antes de la ofensiva zedillista de 1995, ya existían otras siete posiciones castrenses en el mismo trayecto. De las más de 20 bases de operaciones del Ejército en ese tramo de 200 kilómetros, sólo la última, Frontera Corozal, se localiza propiamente en la frontera. Todas las demás vigilan hacia dentro la selva Lacandona.
Al sur de, digamos, Santo Domingo y Cintalapa, la línea de ocupación militar se interna rumbo a Ocosingo por Ocotalito y Monte Líbano. Además, por el borde inferior de Montes Azules, sólo en la paralela de trayecto considerada líneas arriba, hay otras 14 posiciones militares (entre Monte Líbano, San Caralampio y Las Tazas).
El círculo de las casi 40 posiciones mencionadas engloba un solo municipio autónomo zapatista: el Ricardo Flores Magón.
Por no mencionar que el cerco también prolifera hacia Toniná, rodea y ocupa las cañadas de Ocosingo y se extiende a lo largo de la ribera del río Jataté hasta la base militar de San Quintín.
A riesgo de enfadar al lector con más enumeraciones sin mapa a la vista, sólo agregaré que el dispositivo de cerco prosigue hacia Marqués de Comillas; allí, donde la frontera hace esquina, el collar de bases militares se extiende al Ixcán hasta los lagos de Montebello. Quedan así "abrazados" y sellados los municipios autónomos Emiliano Zapata, Libertad de los Pueblos Mayas y Tierra y Libertad. Y una vez más, la frontera es lo de menos.
El presidente Fox se comprometió a atender las demandas de los rebeldes zapatistas, a quienes llegó a llamar "mis amigos". En la práctica, su respuesta ha constado de dos partes. Primera: el cerco militar se mantiene inalterable; si bien, disimulado, al haber disminuido los retenes y patrullajes. Y segunda: el acento gubernamental se pone en la "pobreza" de los indios; los programas productivos y asistenciales de Sedeso y las jaculatorias con cheque de Xóchitl Gálvez constituyen la "estrategia social".
Nada más palpable, en los hechos, que la intensa militarización de estas tierras. Altera la vida de los pobladores y representa una constante amenaza para muchos de ellos.
Si no se han reconocido cifras oficiales definitivas sobre el número de soldados destacados en las regiones indígenas de Chiapas, menos se sabe qué armamento se despliega en torno de las comunidades. Pero ciertamente son decenas de miles de pistolas, miles de granadas, cientos de ametralladoras, tanques y tanquetas artilladas. Algunos cañones y bazucas. Aviones y helicópteros de combate más que suficientes para enfrentar a comunidades rurales e indígenas que piden ser escuchadas.
La respuesta siguen siendo, hasta hoy, decenas de miles de efectivos del Ejército metidos en la médula y quizás la conciencia de las comunidades priístas; atravesados en el corazón de las comunidades rebeldes y de otras organizaciones independientes.
Extraña manera de atender reclamos que el Estado mismo aceptó ya como legítimos.