Montaje de la compañía suiza Teatro
Malandro
Ay! Quixote ilumina la recta final de la trigésima
fiesta del espíritu
ARTURO JIMENEZ ENVIADO
Guanajuato, Gto., 26 de octubre. Nuevos y muy grandes
fulgores iluminaron de nueva cuenta la recta final del Festival Internacional
Cervantino con la fiesta de la fantasía y la poesía hablada,
visual y auditiva que es la obra Ay! Quixote, del director colombiano
Omar Porras.
Mediante
el uso afortunado de la tecnología "en dosis precisas y controladas",
como la luna de Jaime Sabines, esta puesta de la compañía
suiza Teatro Malandro literalmente metió al público del Teatro
Juárez a un universo cervantino humanista, amoroso y diáfano,
casi infantil.
El mundo de un don Quijote y un Sancho Panza que enfrentan
varias de sus principales peripecias semidesnudos y con los cuerpos, caras
y cabellos emblanquecidos de polvos, en una imagen que acerca al caballero
de la triste figura a la idea de un monje hindú o budista.
Se trata de un don Quijote que por fin pudo sintetizar
a sus enemigos en un solo antagonista: el mago Merlín, cuya única
aparición por los aires fue otra más de las muchas imágenes
afortunadas con la que esta puesta rindió culto al público
cervantino, que al final se mostró como su público.
Un Sancho flaco, más flaco que el mismo Quijote,
y por momentos irreverente, dueño, también por fin, en oposición
al estereotipo reduccionista, de una capacidad de diálogo y de reflexión
con su querido señor.
Un Sancho cuyos gestos, bigotillo y movimientos clownescos
parecían sugerir un homenaje nada impertinente al maestro Charles
Chaplin. Homenajes que derivaron por caminos varios, como el que tal vez
se le quiso hacer a otro mentor del cine, Akira Kurosawa, con un personaje-girasol
de unos tres metros de alto y voz de niño.
Imágenes inolvidables llenas de colores, luces
y sombras: el esqueleto de un Rocinante títere, visto a contraluz;
la derrota destellante, como el rayo láser, del Caballero de los
Espejos, por la fuerza de la lanza del ingenioso hidalgo.
También: el esperpento casi expresionista de las
máscaras de los personajes en el episodio de la boda de Quiteria
y Basilio; o un molino de viento tan pequeño como una caja de zapatos.
Y otro homenaje, éste a Leonardo da Vinci, al final,
con el incorruptible caballero, ya muerto pero jamás vencido, en
brazos de la Virgen María, a la manera de La piedad.