Leonardo García Tsao
Del método a la chamba
En la forma en que se ha devaluado la filmografía
de Robert de Niro uno puede leer otro síntoma del deterioro del
cine hollywoodense. En el inicio de su carrera, tras la revelación
que significó Calles peligrosas (1973), el actor se distinguió
por escoger con cuidado sus proyectos, prefiriendo trabajar nuevamente
bajo las órdenes de Scorsese, o con otros directores prestigiosos
como Coppola, Bertolucci, Kazan, Leone y Cimino (la mayoría italianos
o de origen italiano).
Hace tiempo que esa exigencia se ha sustituido por una
disposición a filmar cualquier cosa a cambio de un cheque millonario.
De hecho, las últimas actuaciones de De Niro en películas
significativas se dieron en 1995, cuando hizo Casino, su última
colaboración a la fecha con Scorsese, y Fuego contra fuego,
de Michael Mann. Desde entonces ha desperdiciado su considerable talento
en productos innobles como Las aventuras de Rocky y Bullwinkle, 15 minutos
y Showtime.
Pero
todo es rescatable al lado de La marca del asesino, espeluznante
melodrama policiaco dirigido por el escocés Michael Caton-Jones,
cuya carrera se ha distinguido por una ausencia total de estilo. Adaptado
muy libremente de un hecho real, la película describe el dilema
del policía neoyorquino Vincent LaMarca (De Niro, claro) quien hace
años abandonó a su familia en la ahora dilapidada ciudad
de Long Beach para mudarse a Manhattan. Cuando aparece el cadáver
de un narco asesinado, se señala como culpable al drogadicto
Joey (James Franco), nada menos que el hijo descarriado de LaMarca. El
sentimiento de culpa es doble, pues el policía debe enfrentar además
la revelación pública de que su propio padre fue condenado
a la silla eléctrica por la muerte accidental de un bebé
que había secuestrado.
Si esa trama rebosante de descubrimientos melodramáticos
se hubiera contado desde el punto de vista de Michelle (Frances McDormand),
la novia casual de LaMarca, la película podría haber funcionado
como comedia negra: quien parecía un buen partido resulta ser descendiente
del primer preso ejecutado de Long Beach, y progenitor de un joven prófugo,
drogo y homicida, padre a su vez de un nieto recién descubierto
y abandonado por su madre, una ex junkie. Pero no. Michelle es un
personaje meramente reactivo, que está ahí sólo para
asombrarse -y con razón- de la complicada vida de su amante.
El truculento guión de Ken Hixon, con suficiente
material descabellado como para alimentar un par de telenovelas, intenta
abordar los temas de la paternidad y la herencia; o sea, qué tanto
uno es responsable de las virtudes o defectos de los hijos. Sin embargo,
los sensibleros diálogos se esmeran por subrayar esas preocupaciones,
una y otra vez, con menos convicción que en la tercera entrega de
Austin Powers. La marca del asesino es una de esas películas
pensadas para el espectador con problemas de atención, o que abandona
su butaca con frecuencia para ir al baño o comprar palomitas. A
cada rato uno de los personajes repite las diversas incidencias de la historia
en tono didáctico.
El colmo de esa obviedad dramática es ilustrar
el estado emocional del protagonista, mostrándolo atormentado por
el recuerdo sonoro de las frases recriminantes de sus allegados ("¿Crees
que te quiero?", "¡¿Por qué lo abandonaste?!"?). Un
recurso que desde los años 50 sólo debería permitirse
con fines paródicos.
Lo único realmente triste de La marca del asesino
es comprobar que De Niro ha descendido a cumplir su chamba en piloto automático.
Abotagado -sin que su papel se lo exija- y a todas luces indiferente, el
actor incluso se sobreactúa en la escena climática, lloriqueando
de manera artificial mientras explica los sentimientos de su personaje.
Eso no es nada digno de un Taxi driver o de un Toro salvaje.
LA MARCA DEL ASESINO
(City by the Sea)
D: Michael Caton-Jones/ G: Ken Hixon, basado en un
artículo Martín McAlary/ F. en C: Karl Walter Lindenlaub/
M: John Murphy/ Ed: Jim Clark/ I: Robert De Niro, Frances McDormand, James
Franco, Eliza Dushku, William Forsythe/ P: Brad Grey Pictures, Franchise
Pictures, Sea Breeze Productions. EU, 2002.