Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 15 de octubre de 2002
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Economía

Sergio RamírezS*

Si quieres paz, prepárate para la cibernética

Entre las novedades que la globalización nos trae en los albores del siglo XXI está la lenta disolución de los viejos conceptos de soberanía política, tal como la entendemos tradicionalmente. La creación de jurisdicciones internacionales, los acuerdos de seguridad para perseguir el tráfico de drogas, el creciente libre tráfico de mercancías, la velocidad con que se mueve el dinero por medios electrónicos, los sistemas mediáticos que bajan directamente de los satélites a los hogares sin intermediaciones nacionales, y que sirven para informarse, comunicarse, recrearse, comprar, y aun para promover el terrorismo, porque hasta Al Qaeda disfruta de su propio sitio en Internet.

La globalización tiene que ver, por supuesto, con la cultura, pues a diario nos demuestra su infinito poder para hacer cambiar los viejos gustos culinarios, las modas en el vestir, la música y las formas de divertirse, volviendo el gusto cada vez más homogéneo, al volverlo más global. Un solo paisaje también en cualquier parte, las salas de cine con las mismas carteleras, los restaurantes de comidas rápidas, las moles de los centros comerciales.

Y tenemos también de por medio ese fenómeno que ya señalaba Robert Kaplan, el de la creación de los guetos de bienestar que se multiplican en el mundo, y en los que, ya sea en Manhattan, en Bombay, en Lagos o en Santa Cruz de Bolivia habitan grupos sociales que tienen acceso a elementos homogéneos de confort y tecnología, en muchos casos rodeados de altos muros que los defienden de la contaminación local.

La soberanía monetaria, ya se sabe, se va por el caño de los programas de ajuste de los organismos internacionales, que aplican el mismo manual a todos los países endeudados que quieren recibir apoyos financieros, con el efecto devastador, y también homogéneo, del crecimiento de la marginalidad, el desempleo y la pobreza. Pero hay otras consecuencias no menos llamativas.

Según ha revelado el New York Times, fue la General Electric, a la cabeza de otras compañías globales, la que impidió la guerra que hace poco amenazaba con desatarse entre la India y Pakistán debido al conflicto por la región de Kashemira. Se trata de un escenario complejo, pues ambos países disponen de armamentos atómicos, y para el gobierno de Estados Unidos esa guerra hubiera creado complicaciones inesperadas en momentos en que Pakistán le servían de principal soporte en su lucha contra los talibanes en el vecino Afganistán. El secretario de Estado, Colin Powell, ya había fracasado en sus gestiones.

Las razones de semejante influencia parecen fascinantes. La India es hoy un poderoso centro de tecnología de punta, sólo comparable a Sylicon Valley en California, donde se han asentado docenas de compañías de la industria de la computación, de la creación de programas de software, y de investigaciones avanzadas sobre la informática. Los jóvenes ingenieros hindúes están calificados como los mejores y desde la India suministran por Internet servicios altamente especializados a centenares de compañías globalizadas en el mundo. Además, por muy genios que sean, sus salarios son más baratos que en cualquier país desarrollado.

Los ingresos que este maná tecnológico deja a la India representan 60 mil millones de dólares al año. N. Krishnakumar, presidente del gigante de la computación MindTree, explica que ellos no pretendieron meterse en asuntos de la política exterior de la India. Simplemente advirtieron a las autoridades que una guerra de riesgos nucleares haría que todas esas compañías levantaran campo para buscar un ambiente más benigno y seguro, estable y predecible, lo cual significaría poco menos que la ruina para el país. Y esas razones, simples y prácticas, y muy globales, fueron escuchadas: la India depende del mundo, pero también el mundo depende de la India; así que el mejor negocio era calmar los ánimos belicosos.

Podría alegarse que estas influencias son recurrentes en la historia, pero sin duda hoy se vuelven más sofisticadas gracias a la globalización. En Centroamérica, desde comienzos del siglo XX, la presencia de los enclaves bananeros determinó mucho de nuestra suerte política. Sam Zemurray, el fundador de la United Fruit Company, que comenzó su negocio fabricando vinagre con el banano que llegaba ya maduro al puerto de Nueva Orleans, en lugar de impedir guerras como ahora, llegó a desatar una entre Guatemala y Honduras por un asunto de concesiones de tierras para sus inmensas plantaciones, y asimismo quitaba y ponía gobiernos, y no se sonrojaba al repetir que para él, un diputado resultaba más barato que una mula.

* Escritor nicaragüense.
www.sergioramirez.org.ni

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