Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 3 de octubre de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Esperando a Godot

Estrenada en 1953 por Roger Blin, en el teatro Babylone, tras su rechazo por varios directores, Esperando a Godot lanzó a la fama a Samuel Beckett a pesar, o quizá por ello, de la división que se originó entre los espectadores, los que se interesaban y se divertían y los que se exasperaban, que en algún momento llegaron a las manos.

Nuestro público, menos apasionado que el francés, conoció el texto en 1955 bajo la dirección de Salvador Novo, lo que fue parte del renacimiento del teatro en nuestro país, con todos los cambios que ya existían y que abrió las puertas a cuanto ocurriría después. Planteada en su forma como un divertimento clownesco (lo que llevaría a Beckett a reconocer que hizo demasiadas concesiones y a declarar, maliciosamente, que en sus siguientes textos serían más los espectadores que abandonaran la sala), su fondo se presta para las más elaboradas interpretaciones. Una de las más curiosas quizá haya sido la producción bilingüe -en hebreo y árabe- que el director Ilán Ronen hizo en 1985 en el Teatro Municipal de Haifa, en la que las encuestas entre los grupos de palestinos, árabes, israelíes y judíos mostraron que cada uno la vio de tres maneras diferentes, aunque ninguno cumplimentó del todo las expectativas del director de que ubicaran la acción en un tiempo y un lugar reales, a pesar del cambio escenográfico y de vestuario y la utilización de las dos lenguas (Shoshana Weitz, El señor Godot no vendrá hoy, ensayo contenido en La obra de teatro fuera de contexto, Siglo XXI, México,1991).

Hago la cita anterior para preguntarme, aparte de que se trata de un clásico, la razón de que un grupo de teatristas jóvenes la presenten a un auditorio mayoritariamente juvenil y si el trasfondo metafísico corresponde a esta época al igual que la del llamado teatro del absurdo, en realidad de la incomunicación, respondió a la de la posguerra pasada. La escalofriante respuesta es que el desánimo y el temor de la generación de la guerra fría se desdobla para la actual en esta ácida parodia de la existencia humana en que la difusa espera de un cambio sólo es soportable con lo que Vladimir y Estragón llaman ''una diversión". El otro recurso metafísico, el de las diferencias en el devenir del tiempo para los distintos personajes y para los espectadores mismos, se mantiene como un enigma bergsoniano entre el tiempo externo y el interno.

Más allá del tema, la mezcla de gags y la exasperante repetición de diálogos y escenas, con muy ligeras variantes (y que se apunta en la canción circular que Vladimir entona al principio del segundo acto) sigue siendo muy eficaz teatralmente. Esto, y que es el texto de Beckett menos inasible para el público, hace que se represente en muchos lugares. Ahora la escenifica Agustín Meza con un reparto de actores muy jóvenes que aúnan la gestualidad a una muy buena dicción y a una inteligente comprensión de lo que interpretan. Todos muy bien en su cometido (Gustavo Muñoz como Estragón, Harif Ovalle como Vladimir, César Estrada como Lucky y Mario Balandra como Pozzo, aunque sobresalen los dos primeros, en tanto Juan Antonio Ovalle, como el muchacho, apenas cumple, quizá por su poca edad) en este montaje que acentúa lo clownesco del texto sin pervertirlo, aunque no se den datos del traductor, seguramente español por algunas palabras que no usamos en México.

Si Beckett pedía que todos sus personajes usaran bombín, Meza los uniforma en el vestuario, con lo que la abstracción lograda es mayor, aunque sus rasgos característicos no sean borrados. Vladimir sigue siendo el más activo y Estragón el aturdido y pasivo de toda pareja de clownes; Pozzo es el rico petimetre y el pobre Pozzo el sometido.

En un diseño escenográfico del propio director, con la presencia única del árbol y cuatro sillas pero en teatro ring -más bajo que la butaquería- el trazo es impecable desde cualquiera de los cuatro lados del cuadrilátero, en el que Pozzo, Lucky y el muchacho simplemente se sientan en el lugar ocupado al principio sin salir de escena, con lo que refuerzan la indefinición espacial. La capacidad casi gimnástica de los actores, sus juegos de manos, la precisión de cada momento escénico en lo expresivo y en lo dinámico dan un excelente resultado.

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