Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 30 de septiembre de 2002
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TOROS

Autorretrato de un poeta mayor del toreo en el sereno atardecer de su vida

No fui un diestro poderoso, sino de virtudes excepcionales: Alfonso Ramírez El Calesero

Esta época tiende a uniformarlo todo Me tocaban música, nunca la pedí

LEONARDO PAEZ

La mañana del domingo 8 de septiembre, a los 88 años de edad, falleció en su domicilio de la colonia Nápoles en la ciudad de México, Alfonso Ramírez Alonso, mejor conocido en el mundo de los toros como El Calesero. Artista, no estilista, de excepcional calidad, sobre todo con el capote, fue rebautizado por Carlos Septién García con el sobrenombre de El poeta del toreo.

Aquí la versión abreviada de una de las últimas entrevistas al maestro de Aguascalientes, en que accedió a evocar aspectos de su elegante, incopiable paso por los ruedos del mundo.

-Desde luego, no fui un torero poderoso, sino de virtudes excepcionales, en cuanto que conocía a los toros dentro y fuera de la plaza, y a veces lograba, gracias a ese conocimiento, hacer arte, no posturas, y que no ha de haber sido poco pues con él llegué a ser primera figura y durante diez años sostuve la fiesta en México.

-¿Por qué cada vez más escaso el arte delante de los toros?

-Quizá por la época, que tiende a uniformarlo todo, es decir, a despersonalizar las expresiones. Ahora, déjeme decirle que el arte siempre ha sido escaso, en los toros y en lo demás. La inspiración no puede darse en maceta. Si así fuera, el toreo sería monótono, repetitivo.

A sus 82 años, la aún erguida figura de El Calesero simula una suerte y explica: "Por ejemplo, la larga cordobesa. En la historia del toreo sólo cinco toreros la han dado clásicamente. Muchos la han ejecutado, pero realizado a la perfección los que le voy a decir: Lagartijo, El Gallo, Rodolfo Gaona, Pepe Ortiz y un servidor. No es presunción, sino un dato históricamente reconocido. Si todos los toreros hicieran largas cordobesas cada ocho días, se llamarían chicuelinas. Y es que es enorme la dificultad de llevar, verdaderamente templado, un toro a una mano, porque en vez de parar hay que embarcarlo para entonces poderlo templar.

"Insisto, en el mundo siempre han sido excepción, no regla, los toreros con duende, aquellos que, como decía El Divino Calvo, tienen un misterio qué decir y lo dicen, porque el duende es algo muy superior a la clase y exige bastante más que elegancia. El arte se trae, no hay dinero con que comprarlo."

-El duende no es...

-El duende -interrumpe El poeta- sale por las muñecas, porque tanto en el toreo como en el flamenco las muñecas son las que expresan todo. Usted vea una fotografía de un torero verdaderamente artista y notará la cantidad de cosas que indican sus manos. Pero ojo: para que las muñecas suelten al duende, en el toreo hay que tener una privilegiada condición física y mental, no nomás inspiración.

Padre y abuelo de toreros, dijo que su mejor tarde en la Plaza México fue el 10 de enero de 54, en que de verdad se sublimó con los toros Campanillero y Jerezano, de Jesús Cabrera, en la reaparición de Armillita.

"Al doblar mi segundo -recuerda- la gente se saltó y me dio una vuelta al ruedo, y al término de la corrida, con la gente verdaderamente enloquecida, me sacaron a tirones del auto y me llevaron en hombros hasta Televicentro. En la glorieta de Insurgentes me encontré con Fermín Rivera, a quien traían en hombros del Toreo de Cuatro Caminos, y aquello se volvió una inolvidable, apoteósica feria popular. De verdad eran otros tiempos.

-¿Cómo fue su administración?

-Desde luego, y para no variar, yo fui mal administrado. Ya al final de mi carrera, en los años que me consolidé como gran figura, digamos del año 54 al 66, llevaba prácticamente solo mis asuntos, aunque al último me ayudó bastante Angel Procuna. Es muy difícil poder llevar bien a un torero, saberlo orientar, motivar y disciplinar. Hay muchas virtudes taurinas de España que no hemos sabido copiar, entre otras la de valorar, promover y administrar toreros.

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