TOROS
Autorretrato de un poeta mayor del toreo en el sereno
atardecer de su vida
No fui un diestro poderoso, sino de virtudes excepcionales:
Alfonso Ramírez El Calesero
Esta época tiende a uniformarlo todo Me tocaban
música, nunca la pedí
LEONARDO PAEZ
La mañana del domingo 8 de septiembre, a los 88
años de edad, falleció en su domicilio de la colonia Nápoles
en la ciudad de México, Alfonso Ramírez Alonso, mejor conocido
en el mundo de los toros como El Calesero. Artista, no estilista,
de excepcional calidad, sobre todo con el capote, fue rebautizado por Carlos
Septién García con el sobrenombre de El poeta del toreo.
Aquí la versión abreviada de una de las
últimas entrevistas al maestro de Aguascalientes, en que accedió
a evocar aspectos de su elegante, incopiable paso por los ruedos del mundo.
-Desde
luego, no fui un torero poderoso, sino de virtudes excepcionales, en cuanto
que conocía a los toros dentro y fuera de la plaza, y a veces lograba,
gracias a ese conocimiento, hacer arte, no posturas, y que no ha de haber
sido poco pues con él llegué a ser primera figura y durante
diez años sostuve la fiesta en México.
-¿Por qué cada vez más escaso el
arte delante de los toros?
-Quizá por la época, que tiende a uniformarlo
todo, es decir, a despersonalizar las expresiones. Ahora, déjeme
decirle que el arte siempre ha sido escaso, en los toros y en lo demás.
La inspiración no puede darse en maceta. Si así fuera, el
toreo sería monótono, repetitivo.
A sus 82 años, la aún erguida figura de
El Calesero simula una suerte y explica: "Por ejemplo, la larga
cordobesa. En la historia del toreo sólo cinco toreros la han dado
clásicamente. Muchos la han ejecutado, pero realizado a la perfección
los que le voy a decir: Lagartijo, El Gallo, Rodolfo Gaona,
Pepe Ortiz y un servidor. No es presunción, sino un dato históricamente
reconocido. Si todos los toreros hicieran largas cordobesas cada ocho días,
se llamarían chicuelinas. Y es que es enorme la dificultad de llevar,
verdaderamente templado, un toro a una mano, porque en vez de parar hay
que embarcarlo para entonces poderlo templar.
"Insisto, en el mundo siempre han sido excepción,
no regla, los toreros con duende, aquellos que, como decía El
Divino Calvo, tienen un misterio qué decir y lo dicen, porque
el duende es algo muy superior a la clase y exige bastante más que
elegancia. El arte se trae, no hay dinero con que comprarlo."
-El duende no es...
-El duende -interrumpe El poeta- sale por las muñecas,
porque tanto en el toreo como en el flamenco las muñecas son las
que expresan todo. Usted vea una fotografía de un torero verdaderamente
artista y notará la cantidad de cosas que indican sus manos. Pero
ojo: para que las muñecas suelten al duende, en el toreo hay que
tener una privilegiada condición física y mental, no nomás
inspiración.
Padre y abuelo de toreros, dijo que su mejor tarde en
la Plaza México fue el 10 de enero de 54, en que de verdad se sublimó
con los toros Campanillero y Jerezano, de Jesús Cabrera,
en la reaparición de Armillita.
"Al doblar mi segundo -recuerda- la gente se saltó
y me dio una vuelta al ruedo, y al término de la corrida, con la
gente verdaderamente enloquecida, me sacaron a tirones del auto y me llevaron
en hombros hasta Televicentro. En la glorieta de Insurgentes me encontré
con Fermín Rivera, a quien traían en hombros del Toreo de
Cuatro Caminos, y aquello se volvió una inolvidable, apoteósica
feria popular. De verdad eran otros tiempos.
-¿Cómo fue su administración?
-Desde luego, y para no variar, yo fui mal administrado.
Ya al final de mi carrera, en los años que me consolidé como
gran figura, digamos del año 54 al 66, llevaba prácticamente
solo mis asuntos, aunque al último me ayudó bastante Angel
Procuna. Es muy difícil poder llevar bien a un torero, saberlo orientar,
motivar y disciplinar. Hay muchas virtudes taurinas de España que
no hemos sabido copiar, entre otras la de valorar, promover y administrar
toreros.