Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 29 de septiembre de 2002
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Capital

CON VISTA AL ZOCALO

José Agustín Ortiz Pinchetti

Septiembre

ESTE MES patrio de septiembre nos ha devuelto un Zócalo enfiestado que veo desde aquí. Todavía nos acompañan los adornos blancos y rojiverdes que cubren los edificios de nuestra plaza mayor. Pocos espacios en el mundo tienen semejante magnificencia.

LAS FIESTAS de independencia, como el culto a la señora de Guadalupe, gozan de buena salud. Están muy vivas en el corazón de la gente. Pero el Grito tiene una emoción especial porque se trata de un regocijo laico, de un festejo de este mundo, de conmemorar nuestra civilidad mexicana. Es una celebración de lo propio que no piensa, al menos por el momento, en convertirse en liturgia vacía. El pueblo se encarga de eso, de animar con presencia, con entusiasmo, con un asombroso espíritu de comunidad, este recordatorio de que podemos ser lo que somos sin pedir permiso, de nuestra originalidad tan mal aceptada. Deberíamos ofrecerla y compartirla.

HEMOS ENSANCHADO nuestras fronteras colonizando el Norte con nuestro trabajo nuestras artes visuales, nuestra música y nuestra cocina. Recibimos de ultramar, durante siglos, a gente necesitada de una nueva patria. Y hasta hemos oído: šen el viejo continente están falsificando tequila!

REPASANDO EL Zócalo, miro desde aquí la vieja campana de Palacio Nacional. Tiene su historia. No siempre estuvo allí. Y tiene antecedentes. Se cuenta que la primera campana de Palacio, traída de España, en realidad desterrada, llegó sin badajo pues estaba castigada y condenada a la mudez, por tocar sola y alarmar sin razón a los habitantes del pueblo. Esto no fue así nomás; se llevó a cabo un juicio formal por su delito de arrebato. La había fabricado un tal maese Rodrigo en 1530. Fue sustituida en 1896 por la campana de Dolores.

ASI LLEGO aquí el esquilón de San Joseph, tan fuertemente tañido por Don Miguel Hidalgo el 16 de septiembre de 1810. Pesa 785 kilos, en realidad pequeña para los tamaños de sus congéneres; fue colocada en un nicho especial encima del balcón central de Palacio. Su sonido responde a una aleación en la que predomina el cobre, con alguna porción de estaño y fracciones de oro y plata. Y es el que oyeron los habitantes del Bajío y de toda la Nueva España hace 192 años.

RECIENTEMENTE LLEGO una nueva rival al Zócalo, con motivo de la visita de Karol Wojtyla y la canonización de nuestro santo indígena. Se instaló enfrente, en la Catedral. Se llama campana de Juan Diego, pesa mil cien kilos: 500 de bronce, 300 de bronce y 300 de estaño. Le falta el toque aristocrático de los metales preciosos.

EL ARTESANO que la trabajó: Filemón Rivera Leyva, de la comunidad de Tizapán, en Hidalgo. La escuché el día que la instalaron. Tiene una sonoridad clara y festiva. Dicen que el sonido de las campanas ahuyenta los malos espíritus, limpia el aire y los corazones, apacigua el espíritu. Yo oigo el repicar múltiple cada día, exactamente a las doce, y me gusta y alegra.

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