EL EPISCOPADO INVOCA EL AUTORITARISMO
En
lo que constituye un manifiesto político insoslayable, la Conferencia
del Episcopado Mexicano (CEM), pidió ayer, en un documento firmado
por su presidente, Luis Morales, y por su secretario general, Abelardo
Alvarado, que el Ejecutivo federal adopte "decisiones claras, veraces y
oportunas, y sin titubeos"; denunció a "grupos de presión
más preocupados en la consecución de sus propios intereses
y mantenimiento de sus privilegios que en la búsqueda del bien común",
y reprobó las "actitudes infundadas de crítica destructiva
que desorientan las conciencias y debilitan las voluntades para la superación
en el esfuerzo". Al presentar el documento, el segundo de esos funcionarios
episcopales no tuvo empacho en anunciar que "la transición hacia
la democracia ha fracasado".
En suma, los jerarcas católicos decidieron erigir
su cónclave en una asamblea deliberante, dedicada a fiscalizar y
calificar la vida institucional del país y a sugerir al Presidente
que adopte actitudes autoritarias y unilaterales para revertir la "descomposición
política" y para poner orden. En esa misma línea, los obispos
descalifican la crítica, el disenso y los desacuerdos, y deslizan
a las diversas corrientes partidarias la idea de que deben comportarse
como si fueran integrantes de un rebaño. Lo que a primera vista
podría considerarse un respaldo al gobierno del presidente Vicente
Fox en su confrontación con la cúpula del Sindicato de Trabajadores
Petroleros de la República Mexicana es, en realidad, una manzana
envenenada porque, con ese telón de fondo, una interpretación
inevitable de la expresión "decisiones claras, veraces y oportunas,
y sin titubeos" es la adopción de medidas de fuerza autoritarias
y acaso violatorias del marco legal.
Es explicable que, en tanto que institución verticalista,
autocrática y pretendidamente monolítica, la Iglesia católica
carezca de la más elemental noción de los sentidos de la
democracia -y uno de ellos es el del conflicto, más o menos permanente,
y conducido por cauces institucionales- entre partidos y tendencias, clases
sociales y actores económicos. El orden divino y la armonía
cósmica con que sueñan los jerarcas católicos se parecen
muy poco a una sociedad humana viva y en efervescencia y transformación
constantes. Resulta inaceptable, en cambio, que la jerarquía eclesiástica
pretenda impartir la extremaunción al arduo y doloroso proceso de
construcción de un régimen democrático y de ensanchamiento
de las libertades en el que está empeñada, desde hace muchos
años, la sociedad mexicana.
No debe omitirse que el pronunciamiento episcopal -que
no ahorra justificaciones sobre el "legítimo" derecho de los obispos
para dar una "palabra orientadora" a un Estado afectado por una "gran debilidad"-
se da a conocer justamente un día después de que el secretario
de Gobernación, Santiago Creel, señalara que el Estado laico
es "una definición básica de los mexicanos". Tal coincidencia
en el tiempo hace aparecer el texto referido no como una reacción,
sino como una provocación.
Sería injusto, sin embargo, ignorar que el propio
gobierno del presidente Vicente Fox se ha encargado, con su confesionalismo
impúdico, de atizar los afanes políticos clericales y la
nunca abandonada aspiración de la dirigencia católica por
recuperar, en todo o en parte, las posiciones de poder mundano que en buena
hora le fueron arrebatadas, como dijo el titular de Gobernación,
en virtud de una decisión básica de los mexicanos.