Gilberto López y Rivas
El canciller de la claudicación
A los resistentes del Sindicato Mexicano de Electricistas
El gabinetazo foxista resultó un fiasco
por donde se lo mire. Después de tanta pantomima propagandística
en torno a la "caza de los mejores cerebros", éstos resultaron coptados
por el interés oligárquico y "el poder supremo del mundo"
para servir a los peores proyectos que este principio de siglo parece destinar
a la humanidad: la catástrofe neoliberal y el negocio de la guerra.
El cambio se plasmó en continuismo. Las secretarías
de Estado que atienden los asuntos económicos, sociales, políticos,
educativos y culturales de la nación, que eran las que necesitaban
definiciones claras y de cara a la nación, así como profundas
modificaciones que barrieran de ellas los anacronismos, las corruptelas,
las ineficiencias y el desprecio por el pueblo, mantienen los programas
y, prácticamente, los mismos equipos tecnocráticos que manejaron
los gobiernos priístas los tres sexenios anteriores. Ahí
todo sigue igual.
Lo único que cambia en este país es lo que
no debió cambiar: la política exterior, construcción
sólida de décadas de esfuerzos diplomáticos y solidaridades
memorables, que dieron prestigio a México ante el mundo por la estoica
defensa del principio estradiano de respeto a la autodeterminación
de los pueblos, y que por ello supo concitar el apoyo de la ciudadanía,
al margen de los partidos, y fue factor de unidad nacional incuestionable.
Esta política permitió mantener capacidad
de negociación ante el vecino del norte, y actuar con dignidad en
el ámbito internacional sobre la base de la defensa de la soberanía
nacional, la no intervención, y de privilegiar el diálogo
como forma de resolver las controversias entre los estados, principios
fundamentales plasmados en el artículo 89 de la Constitución
de la República.
La política exterior mexicana, arraigada en lo
más profundo de la historia nacional y de la memoria popular, guarda
estrecha relación con la lucha por la defensa de la soberanía
en las más de cien agresiones, guerras e incursiones filibusteras
de Estados Unidos, que nunca ha abandonado sus aspiraciones expansionistas;
proviene de las desgarraduras originadas en las guerras de agresión
de los poderes coloniales europeos en el siglo xix.
El pueblo mexicano sabe de conquistas y usurpaciones,
así como de resistencias victoriosas ante las intervenciones extranjeras
auspiciadas por cómplices locales, y está dispuesto a defender
a cualquier precio su dignidad nacional. Estas experiencias, arraigadas
en el imaginario social, permitieron al país esbozar un perfil propio
e independiente ante la comunidad latinoamericana y mundial que, a lo largo
de las recientes décadas, vio a México como baluarte sólido,
parapetado tras la doctrina Estrada, de dignidad inconmovible ante las
presiones estadunidenses y de los poderes coloniales europeos.
Pero llegó el "cambio", y con él la "doctrina
Castañeda", que pretende borrar de la historia nacional el más
pequeño efluvio de dignidad; que atiza el miedo como estandarte
para las definiciones de política internacional; que es capaz de
todo para no contradecir ni molestar al poder militar que se ostenta como
dueño del mundo.
La intervención descarada en los asuntos internos
de Cuba, las groserías y agresiones a su jefe de Estado, el trato
preferente en la cumbre de Monterrey a un Bush que ojalá sea conjurado
por su propio pueblo antes de que suma a la humanidad en una catástrofe
superior a la que causó el nazifacismo -a quien se le reconoció
el derecho a la venganza después del atentado a las Torres Gemelas
en 2001- y la posición escandalosa anunciada ante el inminente ataque
a Irak, son algunas muestras del abandono del canciller de la ignominia
de los más claros preceptos constitucionales, que conllevan a un
factor de desestabilización interna que puede ocasionar peligrosas
confrontaciones fratricidas.
Cabe señalar que esto no es sólo producto
de las características de personalidad del secretario de Relaciones
Exteriores. Castañeda, "el pequeño", pertenece a un reducido
sector político que hoy encuentra eco en un Ejecutivo comprometido
con un proyecto de dependencia y fusión estratégica con Estados
Unidos, pero que carece de expresión político-partidaria
dentro del país. Castañeda no es el único entreguista
ni claudicante en la vida política mexicana, los puede haber en
las distintas formaciones políticas partidarias nacionales, pero
no existe un partido político con expresión nacional que
pueda hoy por hoy asumir públicamente el costo de estas posiciones,
al margen de que la mayoría de la clase política debiera
repudiarlas contundentemente.
El único cambio real es el que impulsa Castañeda,
hombre que no pertenece al partido en el gobierno y que tiene una visión
patrimonialista de la función pública. Que reduce a los representantes
de México ante el mundo -a los diplomáticos de carrera en
el Servicio Exterior- a la condición de "mis empleados", que insulta
a embajadores, que denigra a México ante la comunidad internacional.
¿Se trata de las torpezas de Castañeda, de los intrincados
vericuetos de su idiosincrasia? No es sólo eso, creemos. Por ello,
nos preguntamos, ¿cuáles son las fuerzas políticas
nacionales que, por omisión o comisión, apoyan estos denuestos?
Por el momento, sólo se sabe que Castañeda
es el candidato del New York Times a la Presidencia de nuestro país
en el próximo sexenio, ¿será buena esa recomendación?,
¿será que para 2006 se cumplirán los designios de
Bush, "el peor"? Castañeda parece convencido de ello y le apuesta
a que el Departamento de Estado estadunidense tendrá la última
palabra, en la creencia de que es mejor la anexión que la confrontación.
El PAN, si finalmente entiende que es el partido formalmente
a cargo del gobierno federal, ¿estará dispuesto a asumir
el costo nacional, latinoamericano y mundial de seguir la doctrina Castañeda?,
como partido conservador, ¿podrá a asumir esas posiciones
como propias? Entonces volvemos a preguntarnos, ¿cuáles son
las fuerzas políticas nacionales que promueven el desmantelamiento
del perfil interno e internacional de México ante el mundo? Esas
fuerzas, ¿serán conscientes de lo que significa México
para este continente? Carlos Quijano comentaba a Julio Scherer: "Si se
pierde México, se pierde América Latina".
¿El pueblo de México, su sociedad civil,
sus partidos políticos, sus organizaciones sociales, los pueblos
indios, las mujeres y los hombres dignos de este país, en el Servicio
Exterior, en la cultura, en todas las profesiones y oficios, estarán
dispuestos a aceptar que México se transforme en apéndice
de su vecino desbocado? Creemos que no. Pero eso hay que demostrarlo con
hechos. Con posiciones congruentes, como oponerse al desmantelamiento y
privatización de la industria eléctrica y de los recursos
estratégicos de la nación, mediante las pretendidas reformas
a los artículos 27 y 28 constitucionales. ¡La patria es de
todos, México no se vende!