Pascoe concluye su misión en La Habana
el día 30
Intrusión de cubano semiebrio en la embajada
de México
El individuo dijo ser perseguido; salió por su
voluntad
GERARDO ARREOLA CORRESPONSAL
La Habana, 23 de septiembre. Un cubano semiebrio
que pretendía viajar a México se introdujo hoy a la embajada
de ese país, brincando una barda de más de dos metros, pero
fue persuadido por personal diplomático para que saliera del inmueble,
informó una fuente de la misión.
El hombre, de unos 35 años, se identificó
como Celio Rodríguez, vecino de Güira de Melena, provincia
La Habana, dijo la fuente. El intruso fue descrito como un hombre de mediana
estatura, blanco, de bigote, muy desaliñado y en estado de semiebriedad.
Entró a la sede de la misión alrededor de las 15:30 horas,
cuando ya no se atiende al público y había pocos funcionarios
en sus oficinas.
El
incidente coincidió con el regreso del embajador Ricardo Pascoe
Pierce a su puesto este lunes. El diplomático, sin embargo, sólo
volvió de México a despedirse. El próximo jueves ofrecerá
una recepción final y concluirá su misión el lunes
30.
"¡Exijo asilo político!", dijo Rodríguez
al penetrar a un traspatio ubicado entre el edificio principal y un anexo,
donde se ubica el consulado. Ambos inmuebles forman una "L", entre la Séptima
avenida y la calle 12, en el residencial barrio de Miramar.
Para llegar al lugar de la incursión, el hombre
tuvo que saltar por una barda y una cerca de alambre, que en total representan
un obstáculo de más de dos metros, que separa los dos edificios
de la sede mexicana de residencias particulares ubicadas en la calle 14.
Funcionarios de la embajada hablaron con el hombre y le
preguntaron el origen de su petición. Afirmó que era "perseguido
político", pero reconoció que no había estado preso,
no había orden de aprehensión en su contra ni era acosado
por nadie en ese momento.
Luego dijo que era "activista de derechos humanos" y exhibió,
enmicada, una tarjeta de presentación de Elizardo Sánchez
Santacruz, uno de los más conocidos líderes de la disidencia
local, quien está fuera del país.
Los diplomáticos le dijeron que no podría
viajar a México de esa manera. Después de una conversación
inicial, los funcionarios lo dejaron solo y el hombre se quedó dormido.
Cuando reaccionó más tarde, y ante la insistencia del personal
de la embajada, aceptó salir del inmueble por su propio pie.
Cuando en febrero pasado la embajada fue ocupada por una
veintena de cubanos que exigía facilidades para viajar a México,
al menos tres lograron colarse horas antes del incidente, brincando desde
los jardines de la nunciatura apostólica, contigua a la misión
mexicana.
Al día siguiente de la desocupación de la
embajada mexicana, un hombre, también semiebrio, brincó la
verja metálica de más de dos metros que rodea a la Sección
de Intereses de Estados Unidos en La Habana, demandando visa para viajar
a ese país.
Persuadido por personal diplomático de esa misión,
también aceptó salir por su propio pie. En esa ocasión,
el intruso saltó frente a una estación de policía,
ubicada en la esquina de la calle L y Malecón, en el céntrico
barrio del Vedado.
Por otra parte, en la ciudad de México la agencia
Notimex dijo que la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) informó
que por acuerdo del presidente Vicente Fox, el 30 de septiembre concluirá
la misión del embajador de México en la República
de Cuba, Ricardo Andrés Pascoe Pierce.
En un breve comunicado de prensa, la cancillería
dio a conocer que el acuerdo presidencial fue tomado con fundamento en
el artículo 89, fracción III, de la Constitución Política
de México.
Pascoe Pierce asumió el cargo de embajador de México
en Cuba el 29 de diciembre de 2000. La SRE indicó que el Presidente
designará en fecha próxima a quien sustituirá a Ricardo
Pascoe.
REPORTAJE /POLITICA
EXTERIOR
"Cobrar y discrepar", la tónica de su gestión
como embajador
Pascoe, objeto decorativo bajo el sol de La Habana
Usado por el gobierno foxista para dar una apariencia
de pluralidad, el político perredista nunca tuvo poder real como
representante de México ante Cuba. La línea de ruptura con
el gobierno isleño siempre estuvo bajo control del canciller Jorge
G. Castañeda
BLANCHE PETRICH
Cuando el foxismo llegó al poder, el PRD, principal
fuerza de izquierda en el país, resolvió que sus dirigentes
y militantes no debían aceptar cargos en el nuevo régimen,
caracterizado como de derecha. Pero uno de sus dirigentes, Ricardo Pascoe,
desafió esta postura. Después de consultar -según
dijo- "únicamente con Amalia García", entonces presidenta
nacional del partido, y obtener su anuencia , Pascoe aceptó una
oferta de quien se decía su amigo, Jorge G. Castañeda: el
nombramiento de embajador del "nuevo México" en Cuba.
El gusto no le duró mucho. Aunque permaneció
un año ocho meses en el cargo, al poco tiempo de haber llegado a
La Habana empezó a ser evidente que el perredista no pasaba de ser
un elemento decorativo, botón de muestra del supuesto ánimo
plural del gobierno. Desde marzo, antes de que se realizara la cumbre de
Monterrey, la orden de su relevo espera en algún cajón de
Tlatelolco el momento adecuado para hacerse efectiva. Ese mo-mento llegó
ayer
Sin renunciar a su partido y en medio de una sorda polémica
dentro de él, Pascoe marchó a La Habana los primeros días
de enero de 2001
Asegurando, contra todo pronóstico, que su misión
era "que la amistad entre los dos países vuelva a florecer", después
de que la política del último presidente surgido del PRI,
Ernesto Zedillo, llevara la relación bilateral a niveles de enfriamiento
sin precedentes.
Durante algún tiempo y a pesar de que las evidencias
lo desmentían paso por paso, Pascoe aseguraba que el objetivo de
la política exterior mexicana era mantener un espacio de interlocución
privilegiado con el go-bierno de Fidel Castro, algo que -decía-
resultaría invaluable para que México pudiera jugar un rol
importante en la no muy lejana hora de la transición postcastrista.
Su hipótesis no se sostuvo ni un mes.
Deterioro acelerado
Desde entonces se han acumulado, una tras otra, las anécdotas
que ilustran la falta de entendimiento y comunicación de Pascoe
con sus superiores en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
Fueron casi dos años de "cobrar y discrepar", como describe un funcionario
de la cancillería la gestión de Pascoe. De hecho, mientras
el perredista ocupó la mansión de la representación
mexicana en La Habana, cien años de relaciones sostenidas entre
los dos países entraron en una fase de deterioro acelerado hasta
el punto de llegar, en abril de este año, a un clima cercano a la
ruptura.
Nada ha sido accidental. Este proceso es parte de un diseño
programado por el canciller Castañeda, para quien Cuba -ahora se
sabe-"es como cualquier país africano", según una frase pronunciada
en la tormentosa reunión sostenida recientemente con senadores del
PRD.
Pero el relevo de Pascoe -postergado hasta estas fechas-
no sólo se debía al desparpajo con el que solía contradecir
la política anticastrista de la SRE. Al final, los bandazos del
embajador terminaron por averiar su propia ca-pacidad de interlocución
con el presidente Fidel Castro.
Durante los primeros días de febrero de este año,
durante la visita de Fox a Cuba, los reporteros que cubrieron el viaje
pudieron constatar que el embajador Pascoe no tenía ya ni voz ni
voto en el trato entre los dos países. Fue en ese momento cuando
se empezó a dibujar sin equívocos la línea de ruptura
ideada por el canciller Castañeda. En aquellos momentos no se supo,
pero meses más tarde fue revelado por Fidel Castro que ya desde
la visita de Fox a La Habana el gobierno mexicano llevaba la intención
de excluir al mandatario cubano de la cumbre de la ONU sobre el financiamiento
para el desarrollo que en menos de dos meses tendría lugar en Monterrey.
Más aún, el clima de aparente cordialidad
que marcó ese viaje fue envenenado con la reunión organizada
entre algunos líderes de la disidencia y el mandatario mexicano
en la misión diplomática. Pero Pascoe no estuvo ahí,
ni siquiera como invitado de piedra.
Como tampoco estaba en su sitio el día en que,
desde Miami, ante decenas de representantes de las organizaciones más
ultras del anticastrismo, Castañeda declaraba "abiertas las
puertas de México" para quien quisiera. En cuestión de horas,
las palabras del canciller provocaron la ocupación de la embajada
mexicana en La Habana por un grupo que intentó emigrar por esa vía
forzada. Eran los últimos días de febrero y la breve carrera
diplomática de Pascoe se precipitaba a su fin. Por principio de
cuentas, el día de la ocupación el jefe de la misión
no se encontraba en Cuba, sino en un viaje personal en Ohio. El subsecretario
de Re-laciones Exteriores, Gustavo Iruegas, fue enviado a La Habana a manejar
el incidente.
Pero una vez desalojada la sede, con Iruegas de regreso
a México, Pascoe no resistió la tentación de tomar
las riendas del asunto, al menos en apariencia, e hizo declaraciones totalmente
fuera del guión. Aseguró que México le había
demandado al gobierno cubano que el desalojo se realizara en forma pacífica
y con policías desarmados y que no se presentaran cargos en contra
de los ocupantes de la embajada. Esta vez no fueron los superiores de Pascoe
los que saltaron, sino el propio Castro. Punto por punto, el mandatario
cubano desmintió al embajador: "nadie puede decirle a nuestros hombres
que vayan sin armas. Nadie tenía que pedirnos eso, como si nosotros
fuéramos unos esbirros".
Al día siguiente, 6 de marzo, Pascoe y Castro debían
estar juntos en un acto protocolario, en el palco principal del estadio
de beisbol, para asistir a un partido conmemorativo entre In-dustriales
y Diablos Rojos. El presidente de Cuba ni siquiera volteó a ver
al representante de México.
A partir de ese momento se desencadenaron graves incidentes,
escalando un conflicto que no ha visto aún su desenlace.
Rumbo a la ruptura
La cumbre de Monterrey -a la que por cierto Pascoe no
fue convocado- marcó de manera indeleble la historia de esta relación
bilateral. Primero fue el menosprecio con el que el gobierno de Fox trató
a la delegación cubana en el encuentro de presidentes en el norte
de México, los días 21 y 22 de marzo. Después de intentar
infructuosamente que Fidel Castro no ejerciera su derecho de asistir a
una asamblea de la ONU, Fox quiso acotar al máximo su presencia
para complacer a su amigo George W. Bush. Cuando los dirigentes mexicanos
negaron las presiones y le exigieron pruebas a Castro, el líder
cubano optó por ventilar públicamente el caso.
Después fue el papel del gobierno mexicano en la
asamblea anual de la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, donde
Estados Unidos suele promover año tras año una condena contra
Cuba entre sus más fieles aliados. Este año la cancillería
coqueteó durante algún tiempo con la posibilidad de presentar
una iniciativa propia. Finalmente se adhirió a la propuesta anticubana
de Uruguay. En La Habana el voto mexicano fue calificado de traición.
El 22 de abril, desde La Habana se decidió escalar
un punto más la tensión y el presidente Castro divulgó
la conversación telefónica que sostuvo con Fox la víspera
de la cumbre de Monterrey, con el ya clásico refrán de la
antidiplomacia: "co-mes y te vas". Apareció entonces, por primera
vez en la historia de la relación entre los dos países, la
palabra ruptura. En medio de la tormenta por el traspié diplomático
del gobierno mexicano.
En este punto de extrema crispación se ha mantenido
el trato entre los dos países. Sobra decir que en ese escenario
el perredista Ricardo Pascoe no ha tenido un solo parlamento desde que
en marzo fue guardado en la congeladora de Tlatelolco. Hasta le prohibieron
festejar el Grito el 15 de septiembre.
La semana pasada salió de la congeladora, relampagueante,
para ser acusado de desvío de fondos, calificado de "pezecillo de
colores", y brevemente reivindicado con una pintoresca e insustancial disculpa.
Ahora sólo se espera que empaque y por órdenes de la cancillería
deje la embajada en La Habana, que ocupó con pena y sin gloria durante
un año y ocho meses.
El hasta ayer embajador de México en Cuba, Ricardo
Pascoe -abajo a la derecha-, quedó atrapado en el conflicto entre
los gobiernos de Vicente Fox y Fidel Castro, promovido por el canciller
Jorge G. Castañeda FOTOS JOSE CARLO GONZALEZ, AFP Y MARCO PELAEZ