Juan Saldaña
Oportunidades a la democracia
Se extinguen poco a poco las luces de las fiestas septembrinas. Los pendones y las colgaduras patrios aparecen desleídos y marchitos. Muchos ceden a los fuertes aguaceros que han humedecido e incluso anegado amplias zonas del valle de México.
Han transcurrido ya ante la opinión pública del país los informes de labores que de acuerdo con la liturgia republicana rinden en fechas diferentes, aunque cercanas, el Presidente de la República y el jefe de Gobierno de la capital del país. El anecdotario de cada evento ha sido agotado ya por reporteros y cronistas y estamos una vez más ante el México real, el de todos los días, el de los problemas y trastornos, el que ha quitado el sueño desde hace tiempo a gobernantes responsables (los menos) y desde luego al pueblo, el cual tarde o temprano termina bailando "con la más fea".
Al reasumir la presencia de los grandes problemas nacionales, supongo que nuestros gobernantes, tirios y troyanos, reconocerán de nueva cuenta prioridades y urgencias, porque si bien no terminan del todo los fuegos de Atenco, ni se resuelven los reclamos de trabajadores del Metro y de limpia en esta capital y los de los petroleros del país, acotando, sólo a la pasada, el medro y la corrupción de sus líderes, también es cierto que no advertimos cuáles sean las medidas de fondo con las que este gobierno haya decidido abatir, o al menos iniciar, la batalla frontal contra la infamante cifra de los más de 50 millones de mexicanos en estado de pobreza.
Porque ha sido precisamente la pobreza el vector determinante de la problemática nacional. Ha sido la pobreza, al mismo tiempo, acompañante y desencantado corolario de nuestras luchas populares, y es la pobreza la que establece hoy el estado de sitio a toda posible expresión de preocupación social en los programas de gobierno.
La pobreza popular y endémica ha sido recalcitrante testigo y reclamo perenne ante planes y programas de gobierno y determina, hoy por hoy, aspectos de nuestro desarrollo que aparentemente poco tendrían que ver con ella.
La pobreza asoma su rostro descarnado tras problemas como la crisis educativa; luego del eterno desencuentro en los problemas migratorios con el belicoso vecino del norte; actúa también en la escasez del agua; en los daños a la ecología; en la simulada superación de la problemática serrana de Chiapas; en el extendido poderío del crimen organizado, con o sin el narco; en la precaria subsistencia de nuestras ciudades perdidas de la capital y en la sofocante migración del campo.
La pobreza determina casi todo, si de avance social se habla en México.
Tras el aluvión de crímenes y asaltos en la capital asoma la pobreza. La pobreza extrema y la tibia pobreza que lastima, necia y pertinaz, la endeble economía de nuestras clases medias urbanas.
Sí, esta misma pobreza tan mexicana, la que alimentó en el pasado reciente la verba demagógica de los primates priístas y en la actualidad aparece en el discurso panista como fría cifra de consideración estadística. En la pobreza se instalan simple y llanamente más de 50 millones de mexicanos.
Hoy que todos los días nos familiarizamos más con las preocupaciones gubernamentales por la seguridad nacional. Hoy que la seguridad de los mexicanos se mide con indicadores de desarrollo urbano o con flujos y reflujos fronterizos, de sur y norte. Hoy que la seguridad nacional se ha convertido, como por encanto, en multicitado tema del discurso oficial; hoy, en fin, resulta urgente reconocer en la pobreza el verdadero desafío a la seguridad nacional. Afrontarla con inteligencia e iniciar la lucha honesta por su superación nos permitirá, como nación, estar en capacidad incluso de darle una oportunidad a la verdadera democracia.