Sergio Zermeño
El plebiscito
Desde su inicio, la batalla por los segundos pisos nunca fue un asunto técnico o de planificación. Simplemente, desde un punto de vista racional, darle prioridad al automóvil y a sus propietarios en el área céntrica de cualquier metrópoli no tiene sentido, como ha quedado más que claro en las grandes ciudades nucleo-céntricas europeas que gozaron, además, de una planificación de largo plazo, por encima de los periodos político-administrativos. En las ciudades policéntricas como Los Angeles el asunto es distinto, pero no por ello la discusión entre transportación colectiva e individual favorece a la segunda.
Se necesita retorcer mucho las cosas para no aceptar que el Distrito Federal requiere un sistema de trenes radiales de distancia intermedia (entre 30 y 100 kilómetros que la red del Metro no puede cubrir), que hagan posible dejar los autos al lado de estaciones alejadas del centro, en parques seguros y baratos. De esa manera se pueden inducir áreas de crecimiento urbano y desalentar otras. Al lado de eso hay que fortalecer el transporte colectivo en autobuses de gran capacidad con carriles confinados, franqueándoles en lo posible el acceso a zonas populares de reciente asentamiento.
No ha quedado claro igualmente que esta discusión sobre los segundos pisos debería incorporar el tema del tercer anillo periférico, el del nuevo aeropuerto, el de un libramiento para la ciudad de México que evite que la mayoría de las personas y las mercancías que transitan de un lado a otro del país tengan que cruzar por la esquina de Periférico y Viaducto, y todo eso en un plan metropolitano que coordine las obras del DF con las del estado de México. Los ciudadanos vamos a ir al plebiscito sin el menor conocimiento de estos aspectos y con una noción apenas intuitiva de la megaobra que se nos propone (entre otras cosas porque al gobierno no le interesa comprometerse con tiempos y alcances).
Pero decíamos que el problema dejó de ser técnico porque si hoy se iniciaran obras en la dirección antes anotada, dentro de tres años estarían en estado embrionario, muy poco visibles, ya que los proyectos globales van alimentándose de recursos en el largo plazo. En cambio el inmediatismo de los segundos pisos es políticamente más redituable. Hacia el fin del sexenio tendremos algunos tramos, quién sabe de qué magnitud, de una obra muy presumible. Cualquiera que visite la ciudad quedará impresionado y los habitantes del poniente, mayoritariamente panistas, y la clase media y media alta, los poseedores de los automóviles, se convertirán en votantes potenciales de un gobernante que ha calculado bien los réditos de esa megaobra, después de haber sabido ganarse el apoyo de los sectores populares (porque lo que sea de cada quien, en este último terreno ha desarrollado políticas bastante correctas). Sin embargo, el inmediatismo y la falta de información en torno a los segundos pisos le viene como anillo al dedo al oportunismo cortoplacista de los que poseemos automóvil o nos transportamos en la superficie de nuestra metrópoli que somos una aplastante mayoría: por algo en una encuesta levantada la semana pasada, 76 por ciento declaró su acuerdo con los segundos pisos. Todo esto se inscribe sin duda en una lógica privatizante: exagerando un poco, es como si le preguntáramos a los vecinos si están de acuerdo en que se cierre al tráfico vehicular la calle en donde viven: la gran mayoría contestaría que sí; es el equivalente a preguntar: Ƒquisiera usted que se construyan vialidades más amplias para que le sea más breve transportarse de un punto a otro de la ciudad en el confort de su automóvil o mitigando las inconveniencias de autobuses, minibuses y taxis?
No cabe duda de que el plebiscito es un instrumento de gobernabilidad democrática muy valioso que es importante no malbaratar con convocatorias sin una información completa y a las que sólo asistirá una parte interesada de la ciudadanía (para no hablar de los sectores populares agradecidos con el gobernante, aunque acarreados a las urnas). Pero más importante que el plebiscito es el tema del futuro de nuestra ciudad: con la obra de los segundos pisos se opta por una sociedad del transporte de superficie, en la que el automóvil expulsará en el corto plazo hacia la lateral del piso de abajo a los autobuses, en el que el ferrocarril suburbano habrá quedado proscrito, justo como nos lo marcan los estadunidenses, pero promovido por un gobierno de la llamada izquierda democrática, en contraste con la vía europea, más compartida, más solidaria.