Angeles González Gamio
Jolgorio patrio
Apesar de las dificultades que se viven en el Centro Histórico por la sustitución del drenaje, que ocasiona el cierre de calles, el imponente Zócalo luce una alegre iluminación alusiva a las fiestas patrias. Sobresale la enorme águila devorando la serpiente que recibe al visitante por la amplia avenida 20 de Noviembre; aquí cabe recordar que el palacio del emperador Moctezuma, situado en donde hoy se encuentra el Palacio Nacional, ostentaba en su fachada una enorme águila con un león entre las garras.
El resto de los edificios muestran los colores de la bandera, y en el portal de mercaderes una enorme campana dorada compite con las de la Catedral. En las esquinas de la gran plaza, los héroes más significativos nos miran en el parpadeo de cientos de foquitos. Uno de ellos es doña Josefa Ortiz de Domínguez, esa mujer notable que toda su vida luchó por la libertad de México. Esta es buena ocasión para recordar algunos incidentes notables que son poco conocidos. El más famoso es el del encierro forzado al que la obligó su cónyuge, el corregidor de Querétaro, don Miguel Domínguez, al ser descubierta la conspiración independentista de la que ambos eran parte y la manera en que, desafiando la prohibición marital, se las ingenió para mandar avisar al cura Miguel Hidalgo que comenzara de inmediato el movimiento de Independencia. Vale la pena reflexionar sobre este acto sin el cual, posiblemente, la gesta libertaria hubiera tardado muchos años más en iniciarse.
Lo que poco se conoce es que esa acción le costó a doña Josefa cinco años de encierros en conventos de Querétaro y de la ciudad de México. En ese año de 1810 estaba esperando su décimo hijo y aun así, en avanzado estado de gravidez, fue recluida en el convento de Santa Clara, del que fue liberada para dar a luz. Sin que esto disminuyese un ápice su fervor libertario, combinó la crianza de la criatura con la función de informante de los independentistas.
Esto se descubrió y se le trasladó a la capital del país, manteniéndola incomunicada en la institución religiosa de Santa Teresa la Antigua, actual sede de X Teresa, recinto que expone el arte de vanguardia. Allí permaneció varios años, hasta que su salud se vio severamente menguada, siendo trasladada al convento de Santa Catalina de Siena, cuyo templo en la calle de Argentina aun se conserva, ahora dedicado al culto protestante.
Finalmente fue liberada ya convertida en una heroína, papel que nunca aceptó, pues veía como un deber de cualquier ciudadano que amaba a su país, luchar por su liberación. En su casa de la calle del Indio Triste, hoy Correo Mayor, organizó reuniones con las logias masónicas, en donde se agrupaban las mentes liberales de la época.
Con la vehemencia que la caracterizaba, rehusó ser dama de honor de la esposa del emperador Agustín de Iturbide, así como la jugosa pensión que le ofreció el Estado por "los valiosos servicios prestados a la patria". También vale la pena recordar la ocasión en que corrió de su casa al presidente Guadalupe Victoria por haber permitido el saqueo del mercado del Parián, propiedad de españoles, acto vandálico que en su opinión demeritaba el ideal del gobierno independiente y justo que habían buscado los forjadores del movimiento libertario.
Así fue toda su vida: una lucha constante por defender sus convicciones, siempre basadas en el interés y amor por su país, sin importarle los riesgos o el precio que tuviera que pagar, como lo mostró al enfrentar los encierros y el poder imperial y presidencial. Esto hace de doña Josefa una figura viva que continúa siendo un modelo para las actuales generaciones, que ahora tienen que enfrentar la globalización, cuidando de no perder la independencia que tanto esfuerzo y dolor nos ha costado.
Así es que como homenaje a doña Josefa démos hoy en la noche el Grito con entusiasmo, ya sea en el jubiloso Zócalo o en su delegación, o, si lo prefiere, acuda al restaurante que se encuentra en la terraza del hotel Holiday Inn, situado en la esquina de la Plaza de la Constitución y la avenida 5 de Mayo, desde donde puede presenciar la algarabía popular sin las apreturas, que, sin embargo, para ciertos temperamentos y bolsillos también tienen su encanto.
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