Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 15 de septiembre de 2002
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Mundo
Robert Fisk

Mal momento para ser árabe en Estados Unidos

Esta fue una mala semana para ser árabe en la costa este de Estados Unidos. Y francamente, tampoco fue una estupenda semana para ser periodista inglés llegado a esa misma zona con la intención de dar una plática en una universidad en la víspera del aniversario del 11 de septiembre, en la que me referí a las fallas y la injusticia de la política estadunidense en Medio Oriente, especialmente cuando yo sabía que entre las 2 mil personas que asistieron a la conferencia había parientes de aquéllos que fueron tan salvajemente asesinados hace un año.

La Universidad George Mason, de Fairfax, Virginia, se encuentra a la misma altura que Arlington, donde una batería de misiles Patriot está siendo instalada para asegurar que los atacantes árabes de Estados Unidos no den un segundo golpe.

Hanan Ashrawi, política palestina que está entre los personajes más cuerdos y moderados de su país, estuvo también en Virginia y fue víctima de una virulenta campaña en la que se unieron el lobby pro israelí y los fundamentalistas cristianos, quienes hicieron contra ella declaraciones tales que la administración del presidente George W. Bush le proporcionó guardaespaldas para su conferencia en Colorado.

"Nunca había enfrentado lenguaje como éste", me dijo. Su hija Zena, quien estudia en George Mason, me comentó que después de los ataques del 11 de septiembre, en Nueva York y Washington, no salió de su casa en días.

Otros estudiantes árabes me confesaron que no han visto televisión en todo el año pasado. "La cobertura es tan antimusulmana y tan antiárabe, que me asquea verla", me dijo una joven que cubre su cabeza con el pañuelo islámico. "Uno puede ver el efecto de la televisión en la forma en que la gente nos mira. No dicen nada, pero ahí está. En sus ojos".

Mi propia experiencia de todo esto comenzó aun antes de que mi vuelo proveniente de Medio Oriente llegara al aeropuerto. Un columnista del diario local Ri-chmond Times, quien ostenta el nombre de A. Barton Hinkle, fustigó a la Universidad George Mason por invitarme a hablar. Es-cribió que en momentos en que Estados Unidos conmemora una de sus fechas más tristes, Fisk era "la elección errónea" como ponente, para después arrojar su retahíla habitual de mentiras: "porque Fisk sugiere que la política estadunidense en Medio Oriente ha creado un tremendo odio entre los árabes", porque él "da excusas a los te-rroristas", los "justifica" y es un "apologista del terrorismo".

El día de la conferencia, a la hora del desayuno, el presidente de la universidad -ya afligido por las calumnias de Hinkle- se encontraba enfrascado en una acalorada discusión con el rector, doctor John Stern, quien defendió enérgicamente el derecho de esa casa de estudios de invitar a un periodista para que hablara de los hechos del 11 de septiembre en un contexto fuera del dolor y el sufrimiento al que la universidad se uniría, en un sentido homenaje, al día siguiente.

Por la noche 2 mil estadunidenses, la mayoría de ellos sin relación con Medio Oriente, pero entre los que figuraban ju-díos y árabes estadunidenses, asistieron a mi plática.

Les hablé de los crímenes internacionales contra la humanidad perpetrados el 11 de septiembre, así como de la perversidad de los atacantes suicidas palestinos. También de la masacre, perpetrada otro septiembre, en los campos de refugiados de Sabra y Chatila hace casi 20 años, cuyo saldo mortal fue de más de la mitad que el del 11 de septiembre. ¿Acaso alguien conmemorará a esas víctimas palestinas?, pregunté al auditorio.

Todo esto comprobó una vez más que los estadunidenses no son los tontos que en ellos queremos ver los europeos. Hubo fieras críticas del público contra sus propios medios de comunicación por la cobertura del 11 de septiembre, por su sensiblería y negativa a preguntarse seriamente los motivos de un crimen tan horrible.

Varias personas se refirieron a la necesidad de que los judíos liberales empiecen a jugar un papel en la discusión, tanto en Israel como en Estados Unidos. Entre el público estaba Adam Shapiro, judío estadunidense graduado en la Universidad Georgetown y quien acaba de casarse con una muchacha palestina de Ramallah.

Otra cosa también quedó constatada: que a pesar de que los árabes han enfrentado la discriminación, la tipificación racial y el encarcelamiento sin derecho a juicio en los términos más injustos -sin olvidarnos de los más descarados abusos racistas por parte de los medios-, los mismos estadunidenses han sido especialmente moderados con sus propios musulmanes.

Yo sentía cómo los ojos revisaban con suspicacia los rostros de los estudiantes musulmanes con los que desayuné esa se-mana. Pero sentí esa misma mirada dirigida a un amigo judío con el que comí en Nueva York. Me imagino que todo se debe a ese "aspecto de medioriental". ¿O acaso sería mi imaginación?

¿No era, en realidad, un motivo para sentirse orgulloso de los estadunidenses -que no de su gobierno- que aún pueden tratar con respeto a los árabes inocentes, y al hecho de que apoyen que un periodista extranjero dé una plática sobre las injusticias que Estados Unidos comete en Medio Oriente, un día antes del primer aniversario del 11 de septiembre? No pude evitar recordar, cuando estaba hablando en la universidad, que la casa de altos estudios George Mason fue uno de los lugares en que se originó la Carta de Derechos de Estados Unidos.

Tomé un avión del aeropuerto nacional de Washington con destino a su similar de La Guardia, en Nueva York, En la fila para la inspección de seguridad un egipcio iba delante de mí. Era de piel muy oscura y hablaba pobremente el inglés. Las personas del equipo de seguridad del puerto aéreo lo oyeron hablar en árabe, pero recibieron su pase de abordaje sin titubear y alegremente le desearon buen viaje a la ciudad de Nueva York en éste el más terrible aniversario para quien sea, no solamente para un árabe.

Fue Fisk, de rasgos claramente europeos, quien recibió la inspección de seguridad aleatoria: fuera zapatos, a examinar los ca-bles de la computadora y a revisar con lupa el pasaporte. Había casi 200 asientos va-cíos en el vuelo -seguramente había más fantasmas que de costumbre penando por los cielos de Nueva York esa mañana-, y es todavía muy perturbador darse cuenta que, a medida de que el avión se aproxima a La Guardia, uno todavía se vuelve hacia el este de Manhattan para buscar instintivamente las Torres Gemelas.

Naciones Unidas estaba distribuyendo acreditaciones, tanto para árabes como oc-cidentales, para el discurso del presidente George W. Bush del 12 de septiembre. Pero los diarios de esa mañana ya estaban tratando de marear al gran público estadunidense y prepararlo para una guerra contra Irak. Las coberturas televisivas fueron reveladoras: los recuerdos que expresaban los familiares de las víctimas eran punzantes, incluso físicamente dolorosos; pero las reflexiones de los reporteros eran aterradoras, llenas de una morbosidad que se mezclaba con el veneno contra Irak.

Encendí la televisión temprano, la mañana del día 11. Antes del atardecer, ya había visto caer 18 veces las Torres Gemelas del World Trade Center.

La única nota que se antojó mentirosa dentro de la Organización de Naciones Unidas provino de un informe de su consejería médica destinado a los padres de familia con ocasión del aniversario del 11 de septiembre. Un doctor de la organización mundial recomendaba a los padres alentar a sus hijos a "aferrarse" a ellos. ¿Por qué odié tanto esta recomendación? ¿Porque detesto la sicología barata? ¿O más bien porque resume de manera muy precisa la relación que mantienen los periodistas estadunidenses con su gobierno?

Cuando regresaba a Washington tomé un taxi en La Guardia, cuyo conductor era un coreano. Quería platicar sobre el 11 de septiembre... y sobre los árabes. La conversación fue algo como esto: "Mis compañeros taxistas son árabes. Pero desde las 7 de la mañana del 11 de septiembre ninguno de ellos estaba en las calles. Alguien les advirtió a todos que no fueran a trabajar a Manhattan después de las 7 de la mañana. Yo no vi a ningún taxista árabe después de esa hora. Pues claro, a todos les advirtieron con anticipación".

En primer lugar, originalmente esa mentira era contra los judíos. Según el conocido rumor pernicioso, a los judíos estadunidenses se les advirtió que no fueran a trabajar al World Trade Center la mañana del 11 de septiembre, porque eran ellos quienes estaban detrás de los crímenes. Ahora, mientras viajaba en este taxi, me estaba llegando la versión retorcida de esa historia mendaz: los árabes de Nueva York fueron los causantes del 11 de septiembre.

De seguro, me dije, llegará el día en que judíos y árabes en Estados Unidos se unirán en un pacto para protegerse unos a otros.
 
 

The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca 

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