Robert Fisk
Mal momento para ser árabe en Estados Unidos
Esta fue una mala semana para ser árabe en la costa
este de Estados Unidos. Y francamente, tampoco fue una estupenda semana
para ser periodista inglés llegado a esa misma zona con la intención
de dar una plática en una universidad en la víspera del aniversario
del 11 de septiembre, en la que me referí a las fallas y la injusticia
de la política estadunidense en Medio Oriente, especialmente cuando
yo sabía que entre las 2 mil personas que asistieron a la conferencia
había parientes de aquéllos que fueron tan salvajemente asesinados
hace un año.
La Universidad George Mason, de Fairfax, Virginia, se
encuentra a la misma altura que Arlington, donde una batería de
misiles Patriot está siendo instalada para asegurar que los
atacantes árabes de Estados Unidos no den un segundo golpe.
Hanan Ashrawi, política palestina que está
entre los personajes más cuerdos y moderados de su país,
estuvo también en Virginia y fue víctima de una virulenta
campaña en la que se unieron el lobby pro israelí
y los fundamentalistas cristianos, quienes hicieron contra ella declaraciones
tales que la administración del presidente George W. Bush le proporcionó
guardaespaldas para su conferencia en Colorado.
"Nunca había enfrentado lenguaje como éste",
me dijo. Su hija Zena, quien estudia en George Mason, me comentó
que después de los ataques del 11 de septiembre, en Nueva York y
Washington, no salió de su casa en días.
Otros estudiantes árabes me confesaron que no han
visto televisión en todo el año pasado. "La cobertura es
tan antimusulmana y tan antiárabe, que me asquea verla", me dijo
una joven que cubre su cabeza con el pañuelo islámico. "Uno
puede ver el efecto de la televisión en la forma en que la gente
nos mira. No dicen nada, pero ahí está. En sus ojos".
Mi
propia experiencia de todo esto comenzó aun antes de que mi vuelo
proveniente de Medio Oriente llegara al aeropuerto. Un columnista del diario
local Ri-chmond Times, quien ostenta el nombre de A. Barton Hinkle,
fustigó a la Universidad George Mason por invitarme a hablar. Es-cribió
que en momentos en que Estados Unidos conmemora una de sus fechas más
tristes, Fisk era "la elección errónea" como ponente, para
después arrojar su retahíla habitual de mentiras: "porque
Fisk sugiere que la política estadunidense en Medio Oriente ha creado
un tremendo odio entre los árabes", porque él "da excusas
a los te-rroristas", los "justifica" y es un "apologista del terrorismo".
El día de la conferencia, a la hora del desayuno,
el presidente de la universidad -ya afligido por las calumnias de Hinkle-
se encontraba enfrascado en una acalorada discusión con el rector,
doctor John Stern, quien defendió enérgicamente el derecho
de esa casa de estudios de invitar a un periodista para que hablara de
los hechos del 11 de septiembre en un contexto fuera del dolor y el sufrimiento
al que la universidad se uniría, en un sentido homenaje, al día
siguiente.
Por la noche 2 mil estadunidenses, la mayoría de
ellos sin relación con Medio Oriente, pero entre los que figuraban
ju-díos y árabes estadunidenses, asistieron a mi plática.
Les hablé de los crímenes internacionales
contra la humanidad perpetrados el 11 de septiembre, así como de
la perversidad de los atacantes suicidas palestinos. También de
la masacre, perpetrada otro septiembre, en los campos de refugiados de
Sabra y Chatila hace casi 20 años, cuyo saldo mortal fue de más
de la mitad que el del 11 de septiembre. ¿Acaso alguien conmemorará
a esas víctimas palestinas?, pregunté al auditorio.
Todo esto comprobó una vez más que los estadunidenses
no son los tontos que en ellos queremos ver los europeos. Hubo fieras críticas
del público contra sus propios medios de comunicación por
la cobertura del 11 de septiembre, por su sensiblería y negativa
a preguntarse seriamente los motivos de un crimen tan horrible.
Varias personas se refirieron a la necesidad de que los
judíos liberales empiecen a jugar un papel en la discusión,
tanto en Israel como en Estados Unidos. Entre el público estaba
Adam Shapiro, judío estadunidense graduado en la Universidad Georgetown
y quien acaba de casarse con una muchacha palestina de Ramallah.
Otra cosa también quedó constatada: que
a pesar de que los árabes han enfrentado la discriminación,
la tipificación racial y el encarcelamiento sin derecho a juicio
en los términos más injustos -sin olvidarnos de los más
descarados abusos racistas por parte de los medios-, los mismos estadunidenses
han sido especialmente moderados con sus propios musulmanes.
Yo sentía cómo los ojos revisaban con suspicacia
los rostros de los estudiantes musulmanes con los que desayuné esa
se-mana. Pero sentí esa misma mirada dirigida a un amigo judío
con el que comí en Nueva York. Me imagino que todo se debe a ese
"aspecto de medioriental". ¿O acaso sería mi imaginación?
¿No era, en realidad, un motivo para sentirse orgulloso
de los estadunidenses -que no de su gobierno- que aún pueden tratar
con respeto a los árabes inocentes, y al hecho de que apoyen que
un periodista extranjero dé una plática sobre las injusticias
que Estados Unidos comete en Medio Oriente, un día antes del primer
aniversario del 11 de septiembre? No pude evitar recordar, cuando estaba
hablando en la universidad, que la casa de altos estudios George Mason
fue uno de los lugares en que se originó la Carta de Derechos de
Estados Unidos.
Tomé un avión del aeropuerto nacional de
Washington con destino a su similar de La Guardia, en Nueva York, En la
fila para la inspección de seguridad un egipcio iba delante de mí.
Era de piel muy oscura y hablaba pobremente el inglés. Las personas
del equipo de seguridad del puerto aéreo lo oyeron hablar en árabe,
pero recibieron su pase de abordaje sin titubear y alegremente le desearon
buen viaje a la ciudad de Nueva York en éste el más terrible
aniversario para quien sea, no solamente para un árabe.
Fue Fisk, de rasgos claramente europeos, quien recibió
la inspección de seguridad aleatoria: fuera zapatos, a examinar
los ca-bles de la computadora y a revisar con lupa el pasaporte. Había
casi 200 asientos va-cíos en el vuelo -seguramente había
más fantasmas que de costumbre penando por los cielos de Nueva York
esa mañana-, y es todavía muy perturbador darse cuenta que,
a medida de que el avión se aproxima a La Guardia, uno todavía
se vuelve hacia el este de Manhattan para buscar instintivamente las Torres
Gemelas.
Naciones Unidas estaba distribuyendo acreditaciones, tanto
para árabes como oc-cidentales, para el discurso del presidente
George W. Bush del 12 de septiembre. Pero los diarios de esa mañana
ya estaban tratando de marear al gran público estadunidense y prepararlo
para una guerra contra Irak. Las coberturas televisivas fueron reveladoras:
los recuerdos que expresaban los familiares de las víctimas eran
punzantes, incluso físicamente dolorosos; pero las reflexiones de
los reporteros eran aterradoras, llenas de una morbosidad que se mezclaba
con el veneno contra Irak.
Encendí la televisión temprano, la mañana
del día 11. Antes del atardecer, ya había visto caer 18 veces
las Torres Gemelas del World Trade Center.
La única nota que se antojó mentirosa dentro
de la Organización de Naciones Unidas provino de un informe de su
consejería médica destinado a los padres de familia con ocasión
del aniversario del 11 de septiembre. Un doctor de la organización
mundial recomendaba a los padres alentar a sus hijos a "aferrarse" a ellos.
¿Por qué odié tanto esta recomendación? ¿Porque
detesto la sicología barata? ¿O más bien porque resume
de manera muy precisa la relación que mantienen los periodistas
estadunidenses con su gobierno?
Cuando regresaba a Washington tomé un taxi en La
Guardia, cuyo conductor era un coreano. Quería platicar sobre el
11 de septiembre... y sobre los árabes. La conversación fue
algo como esto: "Mis compañeros taxistas son árabes. Pero
desde las 7 de la mañana del 11 de septiembre ninguno de ellos estaba
en las calles. Alguien les advirtió a todos que no fueran a trabajar
a Manhattan después de las 7 de la mañana. Yo no vi a ningún
taxista árabe después de esa hora. Pues claro, a todos les
advirtieron con anticipación".
En primer lugar, originalmente esa mentira era contra
los judíos. Según el conocido rumor pernicioso, a los judíos
estadunidenses se les advirtió que no fueran a trabajar al World
Trade Center la mañana del 11 de septiembre, porque eran ellos quienes
estaban detrás de los crímenes. Ahora, mientras viajaba en
este taxi, me estaba llegando la versión retorcida de esa historia
mendaz: los árabes de Nueva York fueron los causantes del 11 de
septiembre.
De seguro, me dije, llegará el día en que
judíos y árabes en Estados Unidos se unirán en un
pacto para protegerse unos a otros.
The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca