Guillermo Almeyra
Argentina: la (casi) cuadratura del círculo
Dejemos por ahora a los exquisitos que aplauden los frentes político-sociales (que implican acuerdos y compromisos) cuando se producen en los países limítrofes (el MAS de Bolivia, por ejemplo) pero los rechazan con el horror de las más puras vírgenes cuando se trata de negociar en el país los puntos unificadores de la resistencia popular a la política del capital financiero. Abandonemos igualmente a su suerte a los que nada aprendieron en más de medio siglo sobre lo que es el peronismo como política (no lo que fue y en parte sigue siendo el movimiento social de los trabajadores peronistas) y tocan el bombo ideológico para el semifascista Adolfo Rodríguez Saá, el muertito Duhalde u otros especímenes semejantes de una especie que debe desaparecer. Concentre-mos en cambio momentáneamente la atención sobre las dificultades que se levantan en la construcción de un frente social, político y hasta electoral con Elisa Carrió, Luiz Zamora, Víctor de Gennaro, otros dirigentes de la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA) y los que giran en esa órbita o se quieren sumar a ella. Este grupo ha emprendido la tarea titánica, y muy poco argentina, de juntar gente diferente por sus posiciones y su origen y que, como todos sus conciudadanos, tienen en su pasado graves errores que lamentar. Esta patrulla ha emprendido una acción que casi se parece a la cuadratura del círculo pues intenta enfrentar con una unión ad hoc y sin medios a un enemigo que, aparte de los capitalistas nacionales y extranjeros que siguen la línea de las finanzas internacionales, incluye al gobierno, la oligarquía dueña de los medios de información y al dúo Menem-Bush que, como en Bolivia, hace política por medio de la embajada estadunidense.
No faltan antecedentes para este frente en formación. La Unión Cívica Radical de Leandro N. Alem y de Hipólito Irigoyen fue a principios del siglo XX un frente, como lo fue también la alianza entre sindicalistas con un pasado más o menos izquierdista, los radicales de izquierda y los nacionalistas civiles y militares de todos los matices que apoyaron a Perón y dieron origen a la primera candidatura del coronel (el Partido Laborista más la UCR Junta Renovadora, con el dúo Perón-Quijano). En la izquierda hubo también alianzas sólo electorales entre socialistas y comunistas y demócratas progresistas, esos conservadores honestos, representantes de los pequeños estancieros y campesinos medios antioligárquicos. Pero las mismas fueron más bien alianzas de partidos, a diferencia de las anteriores y de la que actualmente se intenta, en la que personalidades sin partido intentan expresar deformadamente grupos políticos difusos, y sobre todo movimientos sociales, y darles un canal político-electoral, como el Pachakutik ecuatoriano, el Partido dos Trabalhadores brasileño y el Movimiento al Socialismo boliviano.
Pero el problema no son los antecedentes sino la formación de los cuadros, la falta de tradición democrática del país, el primitivismo cultural y político de los dirigentes, las tradiciones de sectarismo peronista o antiperonista que se niegan a morir y el clásico antintelectualismo que permea al cuerpo social argentino (desde la desconfianza por los "doctores", pasando por el "alpargatas sí, libros no" del movimiento peronista en 1945 hasta la organización sistemática de la supresión física del pensamiento crítico por los militares y los curas fundamentalistas, católicos de ultraderecha, nacionalistas del mismo cuño, antisocialistas y antisemitas de todo pelaje). Esos ingredientes traban la formación del frente.
El antisocialismo católico pesa en la CTA, el antiperonismo marca a los socialistas argentinos, la suspicacia movimientista ante los partidos y los caudillos se une a veces con el laicismo comecuras y con el temor al catolicismo social de Elisa Carrió. El personalismo y la idea de que hacer política es sólo trabajar en las instituciones (en vez de utilizarlas para cambiar las relaciones de fuerza sociales) llevan a oponerse a quienes creen necesario desarrollar el poder paralelo en las cabezas de la gente y en la vida diaria. Por su parte, ante la magnitud del desafío, no faltan tampoco los que disfrazan su impotencia con la idea de que primero hay que cambiar la mentalidad de las personas porque el poder estatal no tiene importancia y atribuyen esa barbaridad a Michel Foucault y al EZLN.
Es indudable que las peleas de los socialistas del ARI por puestos en el Parlamento o su temor a un movimientismo que pueda alejar a las clases medias, o el sectarismo antizquierdista de la CTA, o la actitud de quienes no quieren mancharse las manos con la arcilla de la cual podría salir el frente, no pueden ser encarados en sí mismos sino que requieren una elevación del nivel político de todos mediante una discusión programática que dé la base para la organización y la acción comunes. Lo primero es el programa. Que debe ser construido con una discusión política abierta y pública, para borrar resquemores y eliminar prejuicios. Esa es la conditio sine qua non para evitar un aborto que deje el campo libre a los agentes del capital.
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