Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 14 de septiembre de 2002
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Editorial
LOS ALEGRES COMPADRES DE TLATELOLCO

La terrible tormenta de rayos y truenos contra el embajador en Cuba se disipó sin una gota de agua, el temblor de la montaña ni siquiera parió un ratoncito y, como en los versos satíricos, el tremebundo acusador de "nuestro hombre en La Habana", caló el sombrero, requirió la espada, echóse el manto al hombro, fuese y no hubo nada. Queda, sin embargo, el bochorno y el ridículo: un alto funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), acusa por lo menos de malversación de fondos, violación de las leyes del país donde ha sido designado y de peculado a un embajador del cual habla despectivamente y al cual insulta, calificándolo de "pezecito de colores" sin siquiera pensar que su blanco representa a México y ha sido elegido por el Presidente de la República, responsable en todo caso de un error de juicio derivado de presuntas aficiones ictícas. Su jefe, en vez de llamarlo al orden, lo asciende y convoca en cambio para "consultas", a cargo del erario, al embajador en cuestión.

Mientras tanto, la Secretaría de la Contraloría y Desarrollo Administrativo (Secodam), desmiente a la SRE, que no se inmuta ante el pequeño detalle de que podría haber investigado el caso antes de incurrir en la difamación de un diplomático que, insistimos, no representa a un partido o grupo, sino a la República. Para colmo, la SRE es responsable del grave deterioro de las más que centenarias y excelentes relaciones que existían con Cuba.

Además, adopta esta actitud que calificar de ligera es generoso cuando México necesita toda su autoridad moral para tomar una posición digna en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en vísperas de un gravísimo atentado contra la legalidad internacional (un ataque unilateral para cambiar, sin declaración de guerra alguna, el gobierno de un país soberano). Se prefiere así dedicar tiempo y dinero público a un ajuste de cuentas personal y de bajísimo nivel, a concentrar, como sería obligatorio, la atención del pueblo de México y de su servicio diplomático en la defensa de la paz mundial.

Se escoge dar un nuevo golpe a la credibilidad internacional de la diplomacia mexicana y provocar el temor y el descontento del cuerpo de embajadores que ve estupefacto cómo uno de sus integrantes es acusado falsamente y expuesto ante el mundo como un delincuente sin prueba alguna, sentando así un grave precedente en la corporación.

Una cosa son las escondidillas y las persecuciones entre los guerreros chinos de arcilla, tesoro artístico invaluable de China y de la humanidad, porque hay adultos que nunca maduran y que a la primera de cuentas sacan a luz el niño que tienen adentro, con sus caprichos y su ignorancia. Otra, sin embargo, es jugar alegre y desprejudiciadamente con el prestigio del país y de su servicio diplomático, cuya protección impide condenar a nadie por anticipado, sin siquiera comunicarle los cargos y sin aportar ninguna prueba de las denuncias formuladas a los cuatro vientos.

En los países que defienden el decoro de sus dirigentes no se puede insultar indirectamente al Presidente de la República ni difamar a quien representa en el exterior a ese mismo mandatario y a todos los ciudadanos. Hacerlo tiene, cuando menos, el costo de la renuncia de los responsables de esa lesión al prestigio internacional de nuestro país. Claro, para renunciar se necesita saber el significado de la palabra vergüenza, o sea, de ese sentimiento que hoy embarga a todos los mexicanos.
 

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