LOS ALEGRES COMPADRES DE TLATELOLCO
La
terrible tormenta de rayos y truenos contra el embajador en Cuba se disipó
sin una gota de agua, el temblor de la montaña ni siquiera parió
un ratoncito y, como en los versos satíricos, el tremebundo acusador
de "nuestro hombre en La Habana", caló el sombrero, requirió
la espada, echóse el manto al hombro, fuese y no hubo nada. Queda,
sin embargo, el bochorno y el ridículo: un alto funcionario de la
Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), acusa por lo menos de
malversación de fondos, violación de las leyes del país
donde ha sido designado y de peculado a un embajador del cual habla despectivamente
y al cual insulta, calificándolo de "pezecito de colores" sin siquiera
pensar que su blanco representa a México y ha sido elegido por el
Presidente de la República, responsable en todo caso de un error
de juicio derivado de presuntas aficiones ictícas. Su jefe, en vez
de llamarlo al orden, lo asciende y convoca en cambio para "consultas",
a cargo del erario, al embajador en cuestión.
Mientras tanto, la Secretaría de la Contraloría
y Desarrollo Administrativo (Secodam), desmiente a la SRE, que no se inmuta
ante el pequeño detalle de que podría haber investigado el
caso antes de incurrir en la difamación de un diplomático
que, insistimos, no representa a un partido o grupo, sino a la República.
Para colmo, la SRE es responsable del grave deterioro de las más
que centenarias y excelentes relaciones que existían con Cuba.
Además, adopta esta actitud que calificar de ligera
es generoso cuando México necesita toda su autoridad moral para
tomar una posición digna en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas en vísperas de un gravísimo atentado contra la legalidad
internacional (un ataque unilateral para cambiar, sin declaración
de guerra alguna, el gobierno de un país soberano). Se prefiere
así dedicar tiempo y dinero público a un ajuste de cuentas
personal y de bajísimo nivel, a concentrar, como sería obligatorio,
la atención del pueblo de México y de su servicio diplomático
en la defensa de la paz mundial.
Se escoge dar un nuevo golpe a la credibilidad internacional
de la diplomacia mexicana y provocar el temor y el descontento del cuerpo
de embajadores que ve estupefacto cómo uno de sus integrantes es
acusado falsamente y expuesto ante el mundo como un delincuente sin prueba
alguna, sentando así un grave precedente en la corporación.
Una cosa son las escondidillas y las persecuciones entre
los guerreros chinos de arcilla, tesoro artístico invaluable de
China y de la humanidad, porque hay adultos que nunca maduran y que a la
primera de cuentas sacan a luz el niño que tienen adentro, con sus
caprichos y su ignorancia. Otra, sin embargo, es jugar alegre y desprejudiciadamente
con el prestigio del país y de su servicio diplomático, cuya
protección impide condenar a nadie por anticipado, sin siquiera
comunicarle los cargos y sin aportar ninguna prueba de las denuncias formuladas
a los cuatro vientos.
En los países que defienden el decoro de sus dirigentes
no se puede insultar indirectamente al Presidente de la República
ni difamar a quien representa en el exterior a ese mismo mandatario y a
todos los ciudadanos. Hacerlo tiene, cuando menos, el costo de la renuncia
de los responsables de esa lesión al prestigio internacional de
nuestro país. Claro, para renunciar se necesita saber el significado
de la palabra vergüenza, o sea, de ese sentimiento que hoy embarga
a todos los mexicanos.