Jorge Camil
9-11: el daño político
En 9-11, el pequeño libro que recogió
las entrevistas sobre el tema concedidas por Noam Chomsky a publicaciones
europeas y latinoamericanas, el famoso profesor del Masachussetts Institute
of Technology señaló, recién ocurrida la tragedia
de las Torres Gemelas, que ésta podría significar un retroceso
considerable para las libertades individuales, reconociendo que este tipo
de crueldades tienden a acentuar los extremismos de todos los signos políticos
y podrían ser utilizadas como pretexto para acelerar la militarización,
incrementar la intervención gubernamental, suspender programas sociales
y socavar la democracia.
A quienes duden de los avances del militarismo bastaría
recordarles los bombardeos indiscriminados en Afganistán (convertido
de la noche a la mañana en campo de pruebas para el mortífero
armamento de la Defensa estadunidense) y el deseo irreprimible de la Casa
Blanca de continuar su campaña contra el "terrorismo" en Bagdad,
lanzando de nueva cuenta una lluvia de "misiles inteligentes", a medio
millón de dólares el disparo, contra el villano favorito
de la familia Bush. (¡Justo ahora vienen a darse cuenta del error
de haberle dejado vivo y coleando después de la guerra del Golfo!)
En cuanto a la suspensión de programas sociales
Chomsky se quedó corto. Lo que la tragedia suspendió fue
la búsqueda de un programa de gobierno para un presidente sin programa
que, parafraseando al caminante de la canción, pensaba darse el
lujo de hacer programa al andar. Así, la agenda bilateral de México,
el posible acercamiento con una América Latina cada vez más
distante, un curso intensivo de política europea basado en visitar
a los aliados de siempre, y desde luego el elusivo "fortalecimiento de
la democracia", habrían sido identificados inicialmente como campos
propicios para el quehacer presidencial antes de que todo se fuera por
la borda. Sin embargo, ni antes ni después se consideró distraer
la atención del presidente hacia el tema de la agenda económica,
porque nunca mostró interés, y por otra parte es bien sabido
que los republicanos tienen una marcada tendencia a dar plena libertad
a la "mano invisible del mercado" (aunque ahora nos enteramos de que esa
mano ha estado furiosamente ocupada en los últimos años maquillando
los estados financieros de las grandes corporaciones para defraudar al
fisco y a los inversionistas).
En asuntos de política interior the land of
the free, como pregona el himno nacional, se ha convertido en Estado
policía con el ejército en pie de guerra, patrullando aeropuertos,
terminales ferroviarias y puertos marítimos, pero en el exterior
las cosas han adquirido una peligrosidad que amenaza la estabilidad de
Oriente Cercano y la paz mundial. Bajo el título de "¡Bagdad,
ahí te voy!" el Het Parool de Amsterdam publicó en
días pasados un cartón magistral de Bertrams que lo dice
todo: aparece George W. Bush vestido de cowboy, con dos pistolas
descomunales al cinto que le sirven de zancos para compensar su corta estatura:
poderío militar y cortedad de miras.
Ese es, precisamente, el mayor daño ocasionado
por los acontecimientos del 9-11: dejar a la única superpotencia
militar (que bajo Bill Clinton daba muestras de haber comprendido las ventajas
de un mundo multipolar) a merced de quien obedece a los intereses del gran
capital, y carece de visión, cultura y profundidad histórica
para reconocer las bondades de la continencia. (¡He ahí el
apoyo incondicional de Bush a las ambiciones territoriales y la rabia genocida
de Ariel Sharon!) Afortunadamente, la segunda predicción de Chomsky
parece estar en vías de cumplirse: "Las restricciones a las libertades
individuales serán de corta duración ?aseguró? porque
van a ser objeto de una fuerte reacción ciudadana". A ese respecto,
entre Bush y Saddam Hussein se interponen ahora afortunadamente algunos
obstáculos que pudiesen detener la pasión bélica de
la Casa Blanca. Colin Powell, el distinguido militar que dirige el Departamento
de Estado, encabeza un grupo de importantes funcionarios que están
contra la guerra. Y los aliados europeos, con la inexplicable excepción
de Tony Blair ("Estados Unidos no tiene mejor amigo que Gran Bretaña",
proclamó Bush con razón ante el Congreso después del
11 de septiembre), se rehúsan en esta ocasión a invocar al
principio de los Tres Mosqueteros que inspiró el tratado de la OTAN:
"¡todos para uno y uno para todos!". Finalmente, varios analistas
han advertido al presidente que un ataque unilateral pondría en
peligro la lealtad de los pocos aliados restantes en el mundo árabe.
Bush, prácticamente solo, parece dispuesto a tomar su decisión.
Mientras tanto, los demás sabemos, como dice la última portada
de L'Express, que "nuestro futuro depende de él, el inquietante
señor Bush".