EL ESTADO DA LA ESPALDA A LOS INDIGENAS
Ayer,
la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) declaró
improcedentes 322 de las 330 controversias constitucionales presentadas
por otros tantos municipios -de Chiapas, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Michoacán,
Morelos, Oaxaca, Puebla, Tabasco y Veracruz- contra el procedimiento seguido
por el Congreso al aprobar las reformas constitucionales en materia de
derechos y cultura indígenas aprobadas el año pasado. Con
esta resolución -el máximo tribunal determinó por
mayoría de ocho votos a tres declararse incompetente para atender
estas demandas-, se cierra para los pueblos originarios de México
la última instancia que el Estado ofrece para hacer cumplir sus
legítimos reclamos. Se sienta así un inquietante precedente
para el futuro de las etnias del país, en lo general, y para la
resolución pacífica del conflicto de Chiapas, en lo particular.
Hasta el día de ayer, la SCJN era la última
puerta a la que los pueblos indios podían acudir para que el Estado
mexicano atendiera su demanda de reconocimiento legal pleno. Ni el Poder
Ejecutivo ni el Legislativo escucharon adecuadamente en su oportunidad
ese mismo reclamo. La decisión del Poder Judicial cierra las puertas
del Estado mexicano a los reclamos indios.
Más allá del tema de las competencias de
la Suprema Corte, lo cierto es que su determinación pospone, una
vez más, la atención de la deuda histórica que la
nación tiene con sus pueblos originarios. No debe olvidarse que
fueron, precisamente, municipios con un alto índice de población
indígena los que interpusieron las controversias ayer rechazadas,
un claro síntoma de la inconformidad y el desasosiego que las reformas
constitucionales, ahora jurídicamente validadas, han producido a
sus destinatarios inmediatos. Por otro lado, es claro que, más allá
de su procedencia legal, las modificaciones a la Carta Magna y la ley secundaria
en materia de derechos y cultura indígenas tuvieron dos defectos
de origen: no tomar la opinión de los pueblos indígenas,
tal y como lo establece el Convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo, y no incluir a cabalidad las premisas contenidas en la iniciativa
formulada por la Comisión de Concordia y Pacificación y,
por tanto, en los Acuerdos de San Andrés. Tales omisiones suscitaron
la decepción en amplios sectores de la sociedad, incluidos los pueblos
indígenas, y mantienen en suspenso el importante proceso de paz
entre el gobierno federal y el EZLN.
Muchas voces se han levantado en el mundo indígena,
las ONG y la comunidad intelectual advirtiendo las graves consecuencias
que para el país arrojará el fallo de ayer de la Suprema
Corte.
La decisión de la SCJN coincide en el tiempo con
la intensificación del hostigamiento paramilitar contra las comunidades
zapatistas y los movimientos de tropas en Chiapas. El abandono político
en el que la administración de Vicente Fox ha mantenido el conflicto
chiapaneco, evidente en la nula referencia que hizo hacia éste en
su segundo Informe presidencial, es otro inquietante indicador de la política
oficial hacia el drama que diariamente se vive en esa entidad del país.
La gravedad de la situación es evidente. Cerrados
en el plano nacional los cauces judiciales para revertir las reformas en
cuestión, resulta necesario realizar una rectificación de
fondo a la legislación aprobada, que enmiende sus errores y carencias.
Al mismo tiempo, es urgente que el gobierno de Fox coloque el problema
de Chiapas como una de sus prioridades, pues la pasividad que ha manifestado
en este asunto en los meses recientes sólo contribuye a incrementar
el desamparo, el miedo y la tensión que padecen las comunidades
indígenas chiapanecas.
El fallo de ayer de la Suprema Corte aleja la paz en el
Sureste mexicano y refrenda el trato dado a los indígenas como ciudadanos
de segunda. Inevitablemente esta decisión agravará aún
más la frágil situación que se vive en la entidad.
Hoy, más que nunca, se requiere de un compromiso claro por parte
del Estado para restablecer el proceso de diálogo y para atender
con convicción y solidaridad los justos reclamos de las etnias del
país. Mientras los pueblos indígenas no vean reconocidos
plenamente sus derechos y su cultura no podrá consolidarse un genuino
desarrollo democrático en México.