Ofrecieron el jueves noche de rock pesado y
gospel en el Auditorio Nacional
Foreigner demostró que su música continúa
vigente
ARTURO CRUZ BARCENAS
Cada generación hace suyas algunas canciones, que
muchas veces sólo son recordadas, al paso de las décadas,
como una tonada que se extingue. Pero la flama de I want to know what
love is está encendida, como el fuego inolvidable de U2. Foreigner
ofreció el pasado jueves un concierto de rock pesado y suave, ligero
y, por momentos, elocuente, solemne.
Atrás
quedaron las preguntas de la prensa, las dudas sobre la salud de Lou Gramn
y el infame tumor que éste sufrió y alejó temporalmente
al grupo de los escenarios y de los estudios de grabación. Su voz
se escuchó potente, diáfana. Dirigía el micrófono
hacia el público, instando a corear los temas que por 25 años,
poco a poco, se metieron en la memoria y en el corazón de quienes
son forever youngs.
El público fue llegando al Auditorio Nacional,
algunos acompañados por sus hijos, para que se dieran un quemón
del rock con el que bailaron y se enamoraron.
Foreigner mantuvo la estafeta del rock duro, con sus tonos
de R&B, en medio del auge del travoltazo, de los cantos de ardillas
de los Bee Gees, de las noches de discotheque. Aún se hallaba, hacia
1977, fresca la memoria de la ola inglesa sesentera, de los Beatles, los
Rolling y Burdon. Humble Pie, John Kongos, Toncho Pilatos y todo el rollote
de la Generación eléctrica.
Foreigner brilló en las décadas de los setenta
y ochenta y, según expuso Mick Jones, no se quedará como
uno de tantos grupos que explotan la nostalgia y que son considerados por
los chavos de hoy, que gustan de ellos, como retros. Jones anunció
que en breve lanzarán al mercado una nueva producción que
los recolocará en el mercado.
Los toques de pop mezclados con el progresivo hicieron
bailar desde el primer momento, en su breve espacio de la butaca, a una
muchacha de pelo trenzado. Feels like the first time. Sí,
como la primera vez, y más fuerte. El requinto de Jones suena mejor.
Fue como una vuelta a la morada paterna: Long, long way from home.
Tras 25 años de trayectoria, Foreigner ofreció
un nuevo concierto en México. Sólo uno, pero suficiente para
reafirmar que no todo está perdido, aunque esté tras cortinas
de humo. Head games cruzó todo el foro con su contrapunto,
su brillo popero, insistente. Jukebox hero y la guitarra en sus
ratos de soledad, más la balada Waiting for a girl like you,
que cautivó a enamorados arrullados por serenatas de rock pesado.
I want to know what love is, el deseo gospel imposible
de cumplir. Nadie lo sabe. Tan sólo se ha dicho que el amor es una
pasión y, por lo tanto, no está sujeto a ser sometido a un
concepto. La pasión no es sujeto de razón. Por eso el anhelo
de Quiero saber qué es el amor es eterno y pertinente antes,
ahora y después. Con esa canción, Foreigner logró
una frase propia de poetas.
Muchos querían otra, como siempre. Pero a la hora
y media, tal y como Jones lo había anunciado en conferencia de prensa
previa, se acabó la roliza y se rompió una taza. "No somos
Bruce Springsteen como para tocar tres horas", dijo. Y fue verdad.