Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 1 de septiembre de 2002
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Política

Eulalio Ferrer Rodríguez

Quebranto y duelo del exilio español

La asamblea libertaria que el exilio español instaló en México, hace 63 años, está a punto de extinguirse, apagadas las grandes voces que le dieron vida trascendente; las palabras hechas lenguaje del corazón. Es, ciertamente, una memoria llena de esplendores humanos, entre los asombros de la hospitalidad y las contribuciones perennes de la gratitud.

Nunca, como en este acontecimiento ejemplificante, pudo ser tan cabal la significación del éxodo, la del arribo a una tierra prometida. La de México fue, primero, cálido saludo de bienvenida y, después, tributo generoso de despedida para quienes hicieron de ella una nueva patria o la sintieron como prolongación de la suya, procurando honrarla.

Con una diferencia de pocos días, México acaba de dar sepultura a tres seres distinguidos que compartían el decanato del exilio español con sus noventa y tantos años de edad. Los tres, militantes del más puro republicanismo, en un tránsito existencial de fidelidades y entregas paradigmáticas, con acentos románticos y pasiones serenadas en el regazo amoroso de la paciencia mexicana.

Hablamos del historiador Anselmo Carretero, que dedicó su talento e infatigable trabajo al estudio de las nacionalidades de España; del jurisconsulto Alfonso de la Mora, de noble estirpe, heredero de la sabiduría de Felipe Sánchez Román, muerto también en México, y de Dorotea Pascual Monje, nuestra Dorita, que llegó a México como profesora de los llamados Niños de Morelia, considerándose siempre hija adoptiva del general Lázaro Cárdenas y de su esposa, doña Amalia.

Es una trilogía de nombres que quedan insertos en la larga y hoy menguada lista de cuantos figuran en el panteón acogedor del exilio español en México. Cada uno de ellos con aportaciones valiosas y fecundadoras: los tres, unidos por las transparencias del alma idealistas y de los sueños emancipadores, conciliados con la España democrática. Sus cenizas, sembradas en el suelo esperanzador de México, son historia de la historia común.

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