Carlos Montemayor
La novena economía mundial
Para convencernos del progreso del país, el presidente
Vicente Fox recurre a menudo a la afirmación contundente de que
México es ahora la novena economía del mundo. De tal aserto
le parecería natural desprender dos supuestos: uno, que un aumento
en el volumen general de la economía es suficiente para generar
un mayor bienestar social; dos, que el crecimiento económico entendido
como mayor flujo de capitales externos y mayor apertura a la inversión
privada es sinónimo de progreso. Ambos supuestos son erróneos
y posiblemente el segundo Informe presidencial retome estos puntos para
apuntalar la visión foxista del país y justificar avances
o estancamientos.
En otro momento he explicado que varias premisas nuevas
están actuando como supuestos en las relaciones políticas
y económicas internacionales aunque no hayan sido aún formuladas
teóricamente. Una nueva idea de la naturaleza del hombre lleva a
muchos gobiernos y legislaciones a aceptar la creciente exclusión
de sociedades y de regiones enteras del mundo en el desarrollo económico
actual bajo los patrones de pobreza, pobreza extrema o indigencia. La pobreza
de las mayorías ahora se asume como elemento natural e inevitable
de la vida social. En la perspectiva macroeconómica la prosperidad
de los pocos o de las elites financieras se confunde en las gráficas
con la riqueza de los países, y no es así. La pobreza extrema
de millones de habitantes no puede solucionarse con la riqueza de una elite
ni mucho menos con la expansión de los consorcios transnacionales.
El crecimiento económico no equivale automáticamente
al bienestar social ni al mejoramiento en la atención de la salud
y la educación de los pueblos. Es decir, los análisis que
parten de las variables macroeconómicas nada indican sobre cómo
se socializa y distribuye la riqueza. Los indicadores económicos
del Banco de México o del Fondo Monetario Internacional mucho informan
acerca del producto interno bruto (PIB) y mucho exigen sobre el comportamiento
del gasto público, pero nada revelan acerca de la calidad de vida
de los habitantes de un país.
Por ello, desde 1990, el Programa de Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) prepara anualmente un informe que acentúa otros
rubros del desarrollo social y que fundamentalmente no se reduce al concepto
habitual de crecimiento económico. Este intento de nueva medición
y conceptualización del desarrollo proviene de las ideas que sobre
el desarrollo humano plantearon en la década de los 80 Mabub Ul
Haq y el premio Nobel de Economía Amartya Sen. Tal informe se conoce
como Indice de Desarrollo Humano (IDH) y se propone medir y analizar simultáneamente
tres elementos: longevidad (como expresión de la salud y la nutrición),
conocimiento (una adecuada educación primaria, secundaria y terciaria,
así como el acceso a la ciencia y la tecnología) y un análisis
del PIB per cápita que se propone incluir su forma de distribución
en la población.
A lo largo de los 11 informes anuales del PNUD el concepto
de desarrollo humano se ha ampliado y nuevos elementos han sido propuestos
como necesarios para integrar un desarrollo humano digno. En 1995 el informe
consideró fundamental, por ejemplo, medir las desigualdades entre
los géneros e introdujo dos índices complementarios: el índice
de desarrollo relativo al género (idg) y el índice de potenciación
de género (ipg). En 1997 apareció el índice de pobreza
humana para medir las privaciones que reducen las capacidades humanas y
obstaculizan el desarrollo humano. En ese año de 1997 el informe
publicado bajo la coordinación de Richard Jolly explicó lo
siguiente:
"El índice de la pobreza humana mide la privación
en cuanto al desarrollo humano básico en las dimensiones del IDH.
Las variables utilizadas son el porcentaje de personas que se estima que
morirán antes de los 40 años de edad, el porcentaje de adultos
analfabetos y el aprovisionamiento económico general en términos
del porcentaje de personas sin acceso a servicios de salud y agua potable
y el porcentaje de niños menores de cinco años con peso insuficiente."
Este índice promueve una nueva visión sobre
el desarrollo porque parte de este hecho esencial y de sentido común:
los principales beneficiarios del crecimiento económico deben ser
las personas; a partir del beneficio a los hombres y mujeres reales debe
medirse el verdadero y tangible desarrollo.
Hace dos semanas se dio a conocer el último informe
del PNUD, que enlista los resultados en tres principales rangos: un listado
de países con alto desarrollo humano, otro con los países
de mediano desarrollo humano y otro más con los países de
bajo desarrollo humano. México (y su novena economía mundial)
tiene el peculiar honor de no figurar en el listado de los 53 países
de alto desarrollo humano y no aparecer, por supuesto, en el noveno lugar,
como debía corresponder a los discursos del presidente Fox sobre
la novena economía del mundo. Lejos de las grandes economías,
la nación con mayor desarrollo humano es Noruega (único país
donde México, curiosamente, cerró su embajada en recientes
fechas). Después de Noruega el informe enlista a Suecia, Canadá,
Bélgica, Australia, Estados Unidos, Islandia y Holanda. El noveno
país en este índice no es, por supuesto, México, sino
Japón.
México encabeza la lista de mediano desarrollo
humano, ocupando el sitio 54 y seguido de Cuba en el 55, Bielorrusia en
el 56, Panamá en el 57 y Belice en el 58.
Sería conveniente que el presidente Fox atendiera
y estudiara estos datos del PNUD. Sobre todo para que se entere de que
en el mundo hay una información disponible sobre México más
precisa de lo que él piensa y para que sus discursos políticos
y su próximo Informe no supongan que los mexicanos nada sabemos
ni entendemos de lo que él dice e imagina.