ESPAÑA: DEMOCRACIA A LA TURCA
Ayer,
en lo que un dirigente de Izquierda Unida (IU) describió como "el
día más aciago para la democracia española desde la
creación de los GAL (escuadrones de la muerte alimentados desde
el gobierno de Felipe González para asesinar independentistas vascos),
el célebre titular del juzgado número 5 de la Audiencia Nacional,
Baltazar Garzón, proscribió todas las actividades "orgánicas,
públicas, privadas e institucionales" de la coalición independentista
vasca Batasuna ?calificada por la clase política española
de brazo político de la organización terrorista ETA? "sea
cual sea el nombre que ésta pueda adoptar".
En forma simultánea, las dos fuerzas políticas
hegemónicas del bipartidismo español, el Partido Popular
(PP, en el poder) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
instaron al gobierno de José María Aznar a que pida al Tribunal
Supremo la ilegalización de Batasuna por sus "ataques graves e inaceptables
a los principios del sistema democrático" y porque, en opinión
de los partidos españoles mayoritarios, "fomenta un clima de intimidación
generalizada cuyo objetivo es eliminar las condiciones indispensables para
el ejercicio del pluralismo y la democracia".
Frente a los 313 votos combinados del PP, el PSOE y dos
pequeños grupos de Canarias y Andalucía, brillaron las 27
abstenciones del partido que gobierna en Cataluña, Convergencia
i Unió (CiU), IU, el Bloque Nacionalista Galega y la Chunta Aragonesista,
así como los diez votos en contra de las formaciones vascas Partido
Nacionalista Vasco (PNV, en el poder en Euskadi) y Eusko Alkartasuna y
de las catalanas Iniciativa per Cataluña-Verds y Esquerra Republicana
de Cataluña.
De esa manera equívoca se inauguró formalmente
en España una nueva era de persecución ideológica
por parte del nacionalismo español contra el nacionalismo vasco,
y se abrió la puerta para sacar del escenario institucional y legal
a cualquier grupo político que moleste a las organizaciones mayoritarias
españolas: PP y PSOE, y que bien podrían ser, en un futuro
próximo, el propio PNV y acaso también los partidos del autonomismo
catalán. Con la fuerza de los votos en el Congreso y mediante procedimientos
judiciales que ni siquiera pasaron por la demostración en un juicio
de los alegados vínculos entre Batasuna y ETA, se suplantó
una atribución que debiera ser exclusiva del mandato popular por
medio del sufragio: la desaparición de una fuerza política
de la escena parlamentaria.
Ya en 1997 el juez Garzón encarceló a los
23 dirigentes de esa organización legal acusándolos de estar
ligados a ETA. Año y medio después un alto tribunal de justicia
ordenó su liberación debido a que no halló sustancia
en las pruebas aportadas por quien se considera juez de jueces.
A 26 años de la muerte de Francisco Franco, la
España de Aznar ("que procede de una familia que ha sido nomenclatura
del régimen franquista, que fue el que originó precisamente
a ETA", como señaló el portavoz del PNV en el Congreso, Iñaki
Anasagasti) recupera, por la vía parlamentaria, el monolitismo,
la intolerancia y la ceguera que caracterizaron al régimen del Caudillo
de España por la Gracia de Dios frente a las expresiones nacionalistas
de los vascos.
El citado Anasagasti recordó en tribuna que, en
el siglo pasado, su partido fue proscrito en dos ocasiones, durante las
dictaduras de Primo de Rivera y Franco. El paralelismo no deja de ser preocupante
y, como dijo Gaspar Llamazares, líder de Izquierda Unida, el Congreso
español se arriesga además a que el Tribunal Constitucional
deje sin efecto la votación de sus señorías y a que
el Tribunal de Derechos Humanos del Parlamento Europeo cuestione una decisión
que además no logró el consenso deseado por el PP y el PSOE.
La vida política peninsular transita a lo que Arnaldo Otegui, líder
de la coalición abertzale, proscrita ayer, calificó justificadamente
de "democracia a la turca", en alusión a la selectividad discrecional
con la que la tiranía de Ankara legaliza o prohíbe las organizaciones
políticas. La demo- cracia en España empieza a convertirse
en simulación.
La sociedad española, bombardeada a todas horas
por unas autoridades que han sido incapaces de derrotar política
o policialmente al terrorismo, y por conglomerados mediáticos obsecuentes
ante el poder público, se manifestaba mayoritariamente, en efecto,
por iniciar una campaña de persecución de todo lo que oliera
a nacionalismo vasco, por más que éste tenga expresiones
mucho más diversas que la brutalidad criminal etarra. Pero la sociedad
vasca no comparte esa convicción. En tal circunstancia, la clase
política española cometió ayer la imperdonable necedad
de ahondar la brecha entre ambas sociedades, de socavar los principios
elementales del régimen de partidos y de regalar un balón
de oxígeno a los terroristas, quienes cuentan desde ahora con nuevos
argumentos, con mayor credibilidad y con una militancia potencial multiplicada,
toda vez que los independentistas de izquierda -que no necesariamente comulgaban
con ETA- se han quedado sin más camino que la clandestinidad.
Las consecuencias de estas determinaciones demenciales
serán, pues, inevitablemente trágicas para los españoles,
para los vascos y para la institucionalidad española en su conjunto.
CHIAPAS: MUERTE Y FOCOS ROJOS
Hace unos días en este espacio se destacaba la
urgente necesidad de que la institucionalidad nacional vuelva a poner interés
en el conflicto chiapaneco, el cual está cerca de llegar a su noveno
año y, tres gobiernos después del alzamiento del primero
de enero de 1994, sigue sin resolverse en sus causas profundas y, guste
o no a la clase política, a los Poderes de la Unión, a los
partidos y al México visible, constituye el recordatorio de una
convivencia injusta, oprobiosa y racista entre la nación y sus pueblos
indígenas, así como una señal de alarma sobre los
descontentos profundos -y de sobra justificados- que están presentes
en diversos puntos de la geografía física y humana de nuestro
país. Se hacía referencia entonces a la reactivación
de los grupos paramilitares de filiación priísta, a los crecientes
episodios de violencia -que habían causado ya varias muertes--,
a la incapacidad de las autoridades estatales de resolver por sí
mismas un conflicto que es de carácter nacional y al poco interés
de la Federación por una insurrección que ha sido declarada
resuelta por decreto.
Ayer en la mañana los paramilitares segaron otras
dos vidas en una comunidad zapatista, la del municipio autónomo
Ricardo Flores Magón, e hirieron a otros siete pobladores del lugar.
De manera coincidente se reportaron intensos movimientos de tropa del Ejército
en las regiones de conflicto.
Es especialmente grave y preocupante que la Procuraduría
General de Justicia del Estado (PGJE) haya ofrecido a los medios una versión
"intercomunitaria" de esos hechos de sangre, que inexorablemente recuerda
los balbuceos y las distorsiones de las autoridades zedillistas de procuración
de justicia cuando intentaron presentar la masacre de Acteal como un ajuste
de cuentas entre grupos indígenas rivales.
El poco verosímil comunicado de la PGJE afirma
que las muertes son producto de un pleito por una dote y una novia raptada
y posteriormente desairada.
La inocultable escalada de violencia que recorre la zona
de las cañadas debe ser tomada en serio por el gobierno federal.
Si éste persevera en su decisión de minimizar el persistente
conflicto chiapaneco se verá ante una confrontación de dimensiones
magnificadas por la apatía, la simulación, el continuado
desprecio del México oficial al México indígena, que
difícilmente podrá ser circunscrita al territorio chiapaneco.
Es tiempo de cambiar la reforma del año pasado en materia de derecho
y cultura indígenas y de establecer, de una vez por todas, un estatuto
de dignidad y justicia para los pueblos indios del país.