Teresa del Conde /I
La XI Bienal Tamayo
La convocatoria para esta versión de la Bienal Tamayo no se modificó, como estaba proyectado. Escuché decir que lo que se discutiría concierne a cambio de enfoque, es decir, se admitirían otros medios aparte de la pintura. Eso querría decir que la Bienal se convertiría en sucedánea de la Bienal de Monterrey y del Encuentro de Arte Joven. De hacerse así, se cometería un error y no lo digo porque Tamayo, el fundador de esta Bienal, la pensó de pintura, sino por otra razón: el rechazo generalizado a la pintura, más aparente que real, ha acarreado su corolario lógico; se ha recuperado el interés en ella, al grado que la experta en performance Dulce María de Alvarado (Moro) participó como pintora en este concurso, sin grandes expectativas de ser aceptada, y no sólo lo fue, sino hubo quienes dijeron que su pieza en homenaje a Giorgio Morandi, integrada por tres cubos de madera intercambiables, estaba entre lo mejor de la muestra.
Esa obra y unos horrorosos colchones de César Sánchez que llevan el acertado título Comodidad visual fueron las únicas obras con soporte atípico. César obtuvo mención y está bien que así haya sido, porque su denominación se acerca a los juegos de palabras propuestos por Wittgenstein. Pero no olvidemos que este certamen es de pintura, no de arte alternativo.
La cantidad de público asistente a la inauguración habló por sí sola. Al personal del museo no le fue posible hacer ingresar más que por tandas a las personas que se apiñaban en la entrada. Claro está que eso se debe a que hay 46 artistas participantes y muchos (no todos) traen sus respectivos públicos.
Además, lo que movió a tanto asistente para acudir al Tamayo la noche del jueves 22 fue la moción de conocer las obras participantes y enterarse de las premiadas: en dos palabras, por genuino interés o por morbo, la pintura sigue atrayendo amplios estratos de público. Hasta Juan Soriano asistió, presa de la misma curiosidad que me llevó a mí a adentrarme en el museo como a las 19 horas para ver la muestra con calma antes de su inauguración oficial.
Ser elegido a partir del expediente y las fotos requeridas en la convocatoria es ya una distinción, pues de 659 artistas, representados con mil 720 trabajos, sólo pueden elegirse (por razones de espacio, museografía e itinerancia, pero también por criterios de selección) aproximadamente 60 piezas. En esta ocasión se eligieron 59 y algunas a mi juicio no sólo salieron sobrando sino que pudieran haberse suprimido con beneficio para su autores. Pero eso sucede siempre porque el jurado es un concierto de voluntades, un método de certeza, además de que hoy día la preselección se realiza por expediente, no mediante la observación de originales. Eso tiene dos filos. La fotografía suele mentir: a favor o en contra.
Esta ocasión los miembros del jurado fueron Raquel Tibol, Luis Carlos Emerich, el pintor oaxaqueño Luis Zárate y Guillermo Santamarina. Este último, aunque sabe bastante de pintura, ha manifestado públicamente su actual desdén por el medio, cosa natural, puesto que dirige Ex Teresa desde hace tiempo y se ha convertido en curador y promotor internacional de arte alternativo.
Raquel y Luis Carlos deben de haber dado la batalla, pues al pintor Luis Zárate poco pueden interesarle este tipo de acontecimientos. Se necesitó, creo, un artista más: Carla Rippey, Tomás Parra, Nunik Sauret, Luis Argudín, Miguel Angel Alamilla, Manuel Marín, Roberto Parodi hubieran resultado más idóneos que Zárate, no porque éste no sea muy buen pintor, que sin duda lo es, sino porque resulta un tanto ajeno a las discusiones de esta índole aunque haya vivido en París.
Para la premiación se convocó como jurado internacional a Mary-Anne Martin, dueña de la galería del mismo nombre en Nueva York. Con todo y la estima que le profeso, también me pregunto si es buena idea invitar a una galerista de jurado. Tal vez sí lo sea, pero podría prestarse a suspicacias innecesarias aunque tengo la seguridad de que éste no fue el caso. ƑO sí lo fue?
Uno de los artistas premiados, Víctor Rodríguez, presenta exactamente lo mismo desde hace bastantes años; ya ni se necesita ver la ficha técnica para saber si las obras son de él o de otro hiperrealista de similar iconografía. Se le ha visto en el Carrillo Gil, en la Bienal de Monterrey y en otros sitios. Llama la atención, porque sus composiciones son grandes y vistosas; pretenden ser contestatarias, pero en realidad ese aspecto es tan leve que puede pasar inadvertido, quedando a nivel estrafalario.
Pinta al acrílico a partir de fotografías y el resultado es que la pintura imita a la fotografía, el cromo o el póster; es una opción de larga trayectoria en la plástica reciente. En el Museo Ludwig, de Colonia, solían exhibirse varias pinturas de esta índole a finales de los años setenta. Ese recinto ya no existe tal cual, más las pinturas que exhibía siguen vigentes, así que las de Rodríguez también lo están. Pero de allí a premiarlas hay un trecho grande, aun cuando una de las piezas presenta la novedad de ofrecer, adherido, un collage idéntico en factura al resto del cuadro.
El artista no se presentó a recibir su premio, por lo que un representante suyo (conocido galerista) fue quien lo hizo.