Un periodista no es fiscal
Cuestionables, los llamados a corresponsales para testificar
sobre crímenes de guerra
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Tres investigadores occidentales de crímenes de
guerra llegaron a Beirut la semana pasada para verme. No, no vinieron a
hablar de la guerra en Bosnia. Querían saber sobre la tortura en
la cárcel israelí de Khiam, en el sur de Líbano, de
las golpizas y de los encierros en sus minúsculas celdas, y de los
electrodos que aplicaban a los presos en los dedos de los pies y el pene
cuando los interrogaban.
La mayor parte de los torturadores eran miembros de la
milicia pro israelí Ejército del Sur de Líbano, e
hicieron ese vil trabajo para los israelíes, sometiendo a vejaciones
a hombres y mujeres desde fines de los 70 hasta el repliegue israelí
de la región en 2000: fue casi un cuarto de siglo de tortura. La
prisión de Khaim sigue ahí, abierta al público, como
testimonio viviente de la brutalidad y la vergüenza israelíes.
El problema es que ahora Israel está tratando de
mandar a los países occidentales a sus torturadores libaneses. Suecia,
Canadá, Noruega, Francia, Alemania y otras naciones han recibido
solicitudes para conceder su ciudadanía a estos repulsivos hombres
en interés de la "paz", y también porque Tel Aviv prefiere
que salgan de Israel.
Los tres investigadores -dos policías y un funcionario
de un ministerio de justicia- vinieron a Beirut para asegurarse de que
el gobierno del país del que provienen no fuera a conceder la ciudadanía
a los criminales de guerra de Israel. Y sabían de lo que hablaban.
Ellos y yo sabíamos que un ex torturador está viviendo en
Suecia con sus dos hijos y que otro posee actualmente dos restaurantes
en Estados Unidos.
Tuve
mucho gusto en charlar con ellos. Pero platicar es una cosa y testificar
es algo muy distinto. Quiero dejar esto en claro, porque la BBC me dijo
la semana pasada que su corresponsal en Belgrado, Jacky Rowland, pensaba
atestiguar contra Slobodan Milosevic en el tribunal de crímenes
de guerra de La Haya. Fui invitado esta semana a participar en una entrevista
radial de la BBC con Dan Damon, otro de los corresponsales de la cadena
que también ha dado evidencias a La Haya.
De hecho recibí hace unas semanas la llamada telefónica
de uno de los investigadores de La Haya, quien quería saber si acompañé
a la delegación de la Unión Europea que visitó un
campo de concentración bosnio en 1982. Entonces acudí con
personas de la UE a dos campamentos, pero entre ellos no estaba el que
interesaba al investigador. Pero no fue la primera llamada que recibí
de ese tribunal, y le señalé a mi interlocutor que no creo
que los periodistas deban ser policías. Mis artículos pueden
ser usados por quien lo desee en La Haya, y estoy más que dispuesto
a firmar una carta en la que haga constatar que el contenido de los mismos
es exacto. Pero eso sería todo.
Por lo tanto, cuando Dan Damon, de la BBC argumentó
al aire que un reporte periodístico escrito o transmitido por radio
o televisión podría no tener "credibilidad" si el reportero
no está dispuesto a atestiguar ante una corte, me tomó un
poco por sorpresa. En muchos casos La Haya ha iniciado procesos contra
criminales de guerra con base en artículos de periódicos
y programas de televisión. Nadie, hasta donde sé, ha cuestionado
jamás los reportes sobre los crímenes de guerra de los serbios,
de los croatas, y sí de los bosnios musulmanes. De hecho, sospecho
que el argumento de Dan era un poco una cortina de humo para ocultar sus
propias preocupaciones sobre las fronteras del periodismo.
Yo sé, por supuesto, cómo se manejan dichos
argumentos. Soy periodista, dice un reportero o reportera cuando se presenta
ante una corte, pero también soy un ser humano. Llega un momento
en el que las reglas de los periodistas son rebasadas por la conciencia
moral. En primer lugar se parte de la supuesta implicación de que
los periodistas que no pretenden testificar no son seres humanos, y en
segundo se sugiere que los reporteros, en general, no trabajan normalmente
desde una conciencia moral.
Jonathan Randal, quien trabajó para el diario The
Washington Post y ha dicho al tribunal de La Haya que no atestiguará
contra un acusado serbio, comprende esto en todos los sentidos.
Lo que me preocupa, sin embargo, es que el periodismo
incluiría un elemento de mascarada si cubrimos las guerras como
reporteros para después ser partícipes en la persecución
de los malos, a petición de una corte cuyo mandato se extiende sólo
a los crímenes de guerra que dicho tribunal -u Occidente- considera
dignos de investigar.
Por ejemplo, Jacky Rowland, de la BBC, no reportaba las
atrocidades en los Balcanes para después llegar a sus entrevistas
con los serbios anunciándoles: "Estoy con la BBC, y si su bando
pierde la guerra, estoy dispuesta a ayudar a la fiscalía cuando
ustedes sean acusados y juzgados". De haber hecho eso la reportera no habría
estado en posibilidad de realizar muchos de sus trabajos, y eso es lo que
nos ocurriría al resto de los periodistas si adoptásemos
dicha actitud. Pero si ahora se va a volver costumbre entre los reporteros
de la BBC aparecer como testigos de la fiscalía en La Haya, que
el cielo nos guarde en el futuro.
No tengo nada contra los reportajes de Jacky Rowland,
y si ella cree que su testimonio es vital para encarcelar al señor
Milosevic, la decisión es suya. Pero esta historia tiene otra versión,
porque la señora Rowland no planea asistir a la corte de La Haya
para dar evidencia contra el ex líder serbio. Ella viajará
porque los poderes occidentales han decidido que se le debe permitir atestiguar
contra Milosevic, pero no, desde luego, contra criminales de guerra igualmente
sanguinarios de otras partes del mundo.
Me explico: por más de 26 años he sido testigo
de muchos crímenes de guerra en Medio Oriente. Estuve en Hama cuando
las fuerzas especiales sirias estaban asesinando a 20 mil civiles durante
la revuelta musulmana de 1982. Estuve en los campamentos de refugiados
de Sabra y Chatila el mismo año en el que los matones falangistas
de Israel masacraban a mil 700 civiles palestinos. Estuve con los soldados
iraníes cuando las tropas de Irak les dispararon bombas de gas.
Estuve en Argelia después del baño de sangre por degollamientos
masivos de Bentalha, en los que estuvieron implicados los soldados argelinos.
Creo que los responsables de estas atrocidades deben ser
juzgados. Rifaat Assad, hermano del difunto presidente sirio, fue responsable
de lo ocurrido en Hama y ahora vive en España. Pero desde luego
nadie está planeando llevarlo ante una corte. Ariel Sharon, quien
fue responsabilizado en una investigación de su propio país
por lo ocurrido en Sabra y Chatila, es ahora primer ministro de Israel.
El ejército iraquí está a salvo de ser procesado,
si bien se nos invita a derrocar a Saddam Hussein.
Por tanto, si algún reportero quiere atestiguar
contra los caballeros arriba mencionados, pueden olvidarlo. La señora
Rowland no será invitada a poner tras las rejas a Assad o a Sharon.
De hecho, Bélgica se ha esforzado por impedir que los sobrevivientes
de Sabra y Chatila rindan testimonio en Bruselas.
Ahí lo tenemos, en resumidas cuentas. Los periodistas
no estamos siendo invitados a atestiguar en interés de la justicia
internacional. Rowland va a dar testimonio contra el criminal al que en
este momento queremos juzgar, y hay que recordar que en 1995, cuando necesitábamos
que Milosevic firmara el acuerdo de Dayton, La Haya no citó a Rowland
ni a ningún otro periodista.
En lo que a mí concierne, siempre estoy dispuesto
a reunirme con investigadores de crímenes de guerra. Admiro a la
mayoría de los que he conocido. Y si alguna vez tenemos una corte
internacional que juzgue a todos esos villanos, puede que cambie de opinión.
Pero hasta que eso suceda, el trabajo del reportero no incluye unirse a
la fiscalía. Somos testigos, escribimos nuestros testimonios y señalamos,
cuando podemos, a los malos. Después corresponde al mundo actuar.
No a nosotros.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca