CHIAPAS: EL RETORNO PARAMILITAR
En
el presente verano, en las regiones chiapanecas que han sido escenario
del alzamiento indígena zapatista de 1994 y de las confrontaciones
posteriores, el conflicto, nunca resuelto de raíz, ha ido reactivándose
en forma sostenida y peligrosa. Los grupos paramilitares, inicialmente
desconcertados por las derrotas electorales del PRI en la entidad y en
el país, se reagrupan y retoman las acciones ofensivas contra los
municipios autónomos y las comunidades que apoyan al Ejército
Zapatista de Liberación Nacional.
Entre otras agresiones, los paramilitares atacaron, el
31 de julio, el ejido La Culebra e hirieron a siete habitantes de la localidad;
el 7 de agosto asesinaron a José López Santiz, del municipio
autónomo 17 de Noviembre, en Altamirano; antier, en el municipio
autónomo San Manuel, atacaron un retén zapatista y secuestraron
y torturaron a Rigoberto Sánchez Gómez, golpearon a varios
pobladores e hirieron a otros. El mismo día por la tarde, se dio
un enfrentamiento a golpes en San Juan Chamula entre católicos tradicionalistas
y protestantes.
Es indudable que el gobierno del estado ha buscado dar
solución a cada nuevo episodio de violencia, y el titular del Ejecutivo
estatal, Pablo Salazar Mendiguchía, incluso fue a dialogar con los
habitantes de San Manuel para ofrecer personalmente la procuración
de justicia ante el homicidio de López Santiz. Pero, al mismo tiempo,
las autoridades de Tuxtla Gutiérrez propician, al minimizar las
confrontaciones y al invocar una situación de normalidad que no
se corresponde con las realidades de la zona de conflicto, el mantenimiento
de problemas irresueltos que deben ser atendidos.
El telón de fondo de este recrudecimiento del drama
chiapaneco es, sin duda, la renuncia del Estado mexicano a buscar soluciones
de fondo a la relación entre los pueblos indígenas y el resto
del país, una relación que conserva sus inveterados factores
de inequidad, agravio, opresión, marginación, explotación
y agravio regular. Las reformas constitucionales realizadas el año
pasado por el Poder Legislativo en materia de derechos y cultura indígenas
fueron, como se dijo desde entonces, un paliativo o, peor aún, una
simulación cuyas consecuencias sólo podrían ser, a
fin de cuentas, el ahondamiento de la injusticia y de los conflictos resultantes.
Ahora, en Chiapas, cuna de la rebelión indígena que puso
en evidencia el oprobio histórico que pesa sobre las comunidades
indígenas, pueden verse los efectos de la ineficacia, de la mezquindad
y de los intereses inconfesables que confluyeron en la distorsión
de la iniciativa de reformas formulada por la Comisión de Concordia
y Pacificación. El país en su conjunto no debiera llamarse
a engaño: las causas profundas del alzamiento no han sido resueltas;
simplemente Chiapas había perdido, coyunturalmente, un espacio preponderante
en los medios, pero el estatuto de justicia y dignidad para los pueblos
indígenas sigue siendo, en México, una asignatura pendiente.