Carlos Martínez García
Vicente Leñero y el padre Amaro
La voz que faltaba en el debate público sobre las repercusiones del filme El crimen del padre Amaro ya se dejó escuchar. El autor del guión cinematográfico, Vicente Leñero, decidió dar sus razones acerca de los ataques lanzados contra la película por parte de la alta jerarquía católica y sus cajas de resonancia. Aquí sólo voy a comentar algunos puntos de lo externado por el escritor; para quien desee ahondar en las razones del autor de Los albañiles lo remito a la revista Proceso de esta semana.
Leñero da inicio a su argumentación afirmando que encara los linchamientos simbólicos contra los participantes en la realización de la obra dirigida por Carlos Carrera como católico y escritor. En su caso la adscripción religiosa no es un mero formalismo, como lo comprueba su trayectoria, intereses culturales e identificación comprometida con una concepción de lo que debería ser el ministerio de su Iglesia. El tema religioso es una constante en la producción de Vicente Leñero, pero no nada más como preocupación espiritual o sed de trascendencia, sino también por las implicaciones sociales que tienen las creencias en la vida cotidiana.
En El evangelio de Lucas Gavilán traslada el acontecimiento cristológico a tierras mexicanas y su personaje central se llama Jesucristo Gómez, uno de cuyos seguidores, Lucas Gavilán, deja constancia escrita de los andares de este Cristo en los márgenes de la sociedad. La novela sigue de cerca la estructura narrativa del tercer evangelio, el de Lucas, en el Nuevo Testamento. En El martirio de Morelos Leñero expresa de manera intensa los sufrimientos existenciales de José María Morelos y Pavón, resultado de haber sido declarado hereje por la Inquisición y despojado de sus hábitos sacerdotales.
Ante quienes usurpan la representatividad de los católicos mexicanos, los jerarcas del Episcopado, Vicente Leñero recuerda que en el seno de la Iglesia católica se mueven corrientes de pensamiento que no coinciden con las diatribas de las cúpulas. Seguramente que el avezado escritor, y estudioso de la teología, conoce la producción del teólogo suizo alemán Hans Küng, quien ha dicho que el catolicismo romano es una negación de la catolicidad de la Iglesia. Y lo es porque la jerarquía se ha empeñado en dominar verticalmente cada espacio de la vida eclesiástica y la conducta de los creyentes, basándose en lo que es su interpretación de un corpus doctrinal cada vez más complejizado por la cúpula clerical.
El guionista de El crimen del padre Amaro escribe que las furibundas reacciones de obispos y sus acólitos más recalcitrantes lo lastiman e irritan, y le duele "... este regreso de mi Iglesia a la penumbra preconciliar". En su apología, Leñero señala un elemento que me parece destacable en estos momentos, cuando los obispos, arzobispos y cardenales consideran que el desacato a sus críticas a la película es un ataque y hasta persecución a la Iglesia católica. Deslinda muy bien el anticlericalismo de la película de una visión antirreligiosa o anticatólica. Confundir una cosa con otra o mezclar las dos para concluir, como lo hace la jerarquía, es confundir la parte con el todo y tener una concepción eminentemente cupular de la institución eclesial. Para el también periodista "el clero diocesano con y nuestros señores obispos y cardenales son parte de la Iglesia católica -parte importante y significativa, desde luego-, pero no son la Iglesia católica. También los laicos, incluso los acólitos, somos Iglesia católica, y como miembros de ese pueblo de Dios tenemos el derecho y la obligación de señalar y denunciar, hasta despotricar, llegado el caso, contra lo que ocurre en nuestra realidad religiosa".
Una muestra de que Vicente Leñero es fiel a sus convicciones, pero a la vez crítico de quienes encabezan la Iglesia de la que forma parte, tiene cabida en su escrito y va a poner furiosos a los clérigos practicantes de la opción preferencial por los ricos y poderosos. El escritor hace una comparación entre el escándalo eclesiástico por el filme del padre Amaro y el conveniente silencio y manto protector de las altas esferas católicas en el caso del padre Marcial Maciel, quien estuvo como invitado especial en la reciente canonización de Juan Diego. De Maciel afirma que es protegido por el Papa. Agudo y dolido subraya: "Lo grave es que Maciel es un hombre de carne y hueso, Amaro es de ficción". Es tan delicada la piel de los jerarcas católicos que una recreación literaria y fílmica de la novela de José María Eça de Queiroz los exacerba. Ellos se consideran una casta aparte, quieren seguir sin rendirle cuentas a nadie que no tenga su mismo rango.
De la película lo que más me dejó cautivado, como arrebatado por una visión, fue la deslumbrante belleza de Ana Claudia Talancón, quien encarna la seducida por Amaro. De lo otro, de que si la película ataca la fe católica, me quedo con lo escrito por Leñero, para quien la Iglesia católica está "desacreditada ante el mundo de los incrédulos o de los indiferentes por un clero que ha enfermado de soberbia y de ceguera en este amanecer del nuevo siglo".