Teresa del Conde
Museos virtuales
Desde mi punto de vista, toda obra artística, sea ''culta", lo pongo entre comillas para no herir susceptibilidades, o popular, tiene que ser apreciada en el original, porque la imagen virtual (virtual viene de virtud) de hecho no existe; por eso siempre tengo la moción de imprimir las imágenes que bajo, ya que verlas en papel les da alguna consistencia.
No obstante, me he entretenido muchísimo visitando dos espacios virtuales: el de la Fundación Blaisten, poseedora de una estupenda colección pictórica real, que conozco en su mayor parte, y el Popularte, que es meramente virtual. Supe de este último porque su directora, Ida Rodríguez Prampolini, me convocó a la presentación del portal ocurrida el pasado 2 de julio en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Mis intereses son en mayor medida por el museo virtual de la colección Blaisten, pero lo que deseo anotar aquí es el enfoque diverso en cuanto a tecnología virtual, esgrimida por el coleccionista, en contraste con el museo virtual popular veracruzano que dirige mi querida maestra y amiga en el contexto del Consejo Veracruzano de Arte Popular. No es que uno sea mejor que otro, sino que ambos corresponden a la índole de lo que presentan y eso debe ser la virtud principal de un museo virtual. Lo digo porque he visitado otros, nada buenos. El proyecto de Populart es de Natalia Carrazo y las imágenes que uno convoca son movibles, con lo que quiero decir que en una primera instancia desfilan ante los ojos y luego son sucedidas por otras.
Al abrir el sitio www.popularte.com aparece un listado que contiene 15 rubros, aunque allí mismo se advierte que hay más. Es posible consultar acerca de laquería, cestería, cartonería (alebrijes, muñecas, calaveras floridas y hasta ataúdes), cerámica, miscelánea, mueblería, pintura artesanal, etcétera.
Abrí esta última sección después de haber visualizado un par de sillas charras. Desfilaron imágenes en miniformato, algunas con motivos marinos que fueron sustituidas por otras. Entre éstas vi un retablo con una Guadalupana y me dispuse a amplificarlo. Resultó tan entretenida la situación que debí invertir más de 20 minutos en elucidar lo que sucedió en 1928 en los alrededores de La Villa. La pieza es un exvoto que pertenece a las colecciones del Museo de la Basílica y lo probable es que yo no vuelva a toparme jamás con éste, salvo virtualmente. Pero confieso que en este caso no es indispensable la confrontación con el original, que paradójicamente, a mi juicio, invierte categorías, pues pese a su ''corporeidad" viene a ocupar en el imaginario de quien ve la pantalla luminosa la categoría de las ideas que habitan en la República de Platón. La paradoja está en que la inmaterialidad virtual es metafóricamente mucho más platónica, pero debido a su accesibilidad se convierte en ''lo real", o sea en ''lo que hay".
La pequeña pintura sobre metal (14.5 x 24.5) es la dedicación de un exvoto a la Guadalupana, de Lorenzo Cerón, y el tema es un accidente. Antes de leer la leyenda uno intenta interpretar la imagen valiéndose sólo de lo que está allí pintado. Hay un vehículo, probablemente un Ford; un poblado que presenta en primer plano un espacio terroso. Prácticamente incrustada en una laja de piedra, aparece la representación de un ser humano.
Uno piensa de inmediato en la colisión, pero como sólo hay un vehículo y no parece chocado, se procede a leer la leyenda, para lo cual hay que amplificar la imagen. Sucedió lo siguiente: la hija del donante paseaba por la calzada de la Viga, cuando el conductor del vehículo quiso estacionarlo; no la vio o se comportó como un bárbaro y la proyectó contra la roca. Ella salió ilesa (de lo contrario, no habría exvoto). La Virgen de Guadalupe rodeada de nubes aparece allí, pero no como una visión (la muchacha no dijo haberla visto), sino como autora del milagro, ya que Lorenzo G. Cerón, de la colonia Estrella, invocó su ayuda cuando conoció la terrible noticia del accidente.