Maestro en tallar torsos, asumió el arte
de la escultura como vocación vital
Murió Eduardo Chillida, artista vasco; la luz,
su búsqueda perenne
Fue un genio más de la generación formada
por Joan Miró, Marc Chagall y Georges Braque
Creó El peine de los vientos, sitio de
encuentro para hallar solución al problema del País Vasco
ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONSAL
Madrid, 19 de agosto. Eduardo Chillida, el maestro
en tallar torsos en bloques de yeso, el escultor vasco de la forja y el
soplete, de la fragua y el hierro, del granito y la madera, murió
hoy en su casa del monte Igueldo de San Sebastián. Una enfermedad,
el Alzheimer, lo había confinado al ostracismo durante los dos últimos
años, si bien su salud em-peoró desde el pasado marzo.
Desde el 6 de julio, en el Palacio de Bellas Artes de
la ciudad de México, se expone una retrospectiva del artista guipuzcoano,
considerado uno de los grandes escultores del siglo XX y un genio más
de la generación de Joan Miró, Marc Chagall y Georges Braque.
Del futbol a la escultura
Eduardo Chillida nació en San Sebastián
el 10 de enero de 1924. Su primera vocación, interrumpida por una
lesión, fue el futbol, al llegar a ser a los 18 años portero
titular del equipo de su ciudad, la Real Sociedad. El cambio forzoso en
su vida deportiva lo llevó un año después a Madrid,
donde comenzó la carrera de arquitectura, que también abandonó,
aunque por voluntad propia, al sentir el llamado de la escultura, la que
convirtió en su actividad definitiva.
Una vez encontrada su vocación de escultor, de
artista, Chillida realizó sus primeros trabajos, unos torsos tallados
en bloques de yeso que evidenciaban su admiración por el arte griego,
una de sus fuentes de inspiración.
La muerte del artista donostiarra se produjo alrededor
de las siete de la tarde (hora española), después de que
fue trasladado del hospital -donde había permanecido ingresado en
cuidados intensivos- a su casa situada al final del paseo Ondarreta de
la playa de la Concha, en pleno acantilado, acompañado de sus ocho
hijos, 24 nietos y de El peine de los vientos, una de sus obras
más emblemáticas. El fallecimiento de Chillida se produjo
después de al menos seis meses de agudizamiento de su enfermedad,
que lo obligó a permanecer recluido desde octubre de 2000, cuando
inauguró el Museo Chillida-Leku, en Hernani, a 10 kilómetros
de San Sebastián.
Los derroteros artísticos de Chillida lo llevaron,
una vez desencantado de la arquitectura, a vivir en París, donde
comenzó a dedicarse de tiempo completo a la escultura. En esta época,
principios de los años 50, comienza a exponer y entablar amistad
con Pablo Picasso, Joan Miró, Cioran, Marc Chagall, Antoni Tàpies,
Antonio López y George Braque, pero también empieza a incursionar
en el dibujo y el grabado, sobre todo en el terreno editorial, al ser él
mismo un admirador de Jorge Guillén, de quien hizo las xilografías
de su libro Más allá.
Su carrera artística se desarrolló con rapidez,
sobre todo después de que empezó a trabajar con la técnica
del forjado, gracias a buenos oficios pedagógicos de un herrero
de su ciudad, Manuel Illarramendi.
Entre sus primeras obras importantes del artista hechas
en hierro forjado destacan las puertas que realizó para la basílica
de Aranzazu.
Después se le abren las puertas de los grandes
museos europeos y estadunidenses, al tiempo que abordó otros materiales
y técnicas, como la fragua, el hierro, el granito, la madera, el
hormigón, la tierra y el alabastro.
Chillida emprendió en 1973 y terminó en
1977 una de sus obras más importantes, El peine de los vientos,
que consiste en tres piezas, cada una de 10 toneladas de hormigón,
moldeadas y colocadas en un borde del mismo acantilado en el que el artista
pasó los últimos años de vida. La obra, que conjuga
espacio y escultura, fue un grito -todavía lo es- para tener un
''lugar de encuentros", como propuesta para encontrar una salida al histórico
conflicto vasco, fenómeno que le preocupó hasta los últimos
años de vida.
Horadar la montaña de Tindaya
Después de El peine de los vientos, el artista
guipuzcoano inauguró su propio museo, el Chillida-Leku, en octubre
de 2000, en la que fue su última aparición pública.
Chillida tenía pendiente realizar la que hubiera
sido otra de sus grandes creaciones: horadar la montaña de Tindaya,
en la isla de Fuerteventura, en Canarias, que consistía en excavar
el interior de la montaña de un cubo de 40 metros de lado y una
galería de acceso de 16 por 16 metros y una longitud aproximada
de 100 metros con pozos de iluminación y ventilación.
Hubiera sido, según sus propias palabras, la Montaña
vacía, con dos grandes tragaluces para simbolizar la Luna y
el Sol como las principales fuentes de inspiración del hombre.
Eduardo Chillida, buscador de luz, murió
en un día con mucha luz, cuando el Sol se ocultaba desde su habitación
al final del paseo de Andorreta.