Soledad Loaeza
Con la ayuda de sus amigos
Los Beatles dan para todo. Ramón Godínez, presidente de la Comisión de Educación del Episcopado Mexicano, declaró que confiaba en que el gobierno actual cumplirá con uno de los mayores anhelos de la jerarquía católica: incluir valores religiosos dentro del sistema educativo. Su esperanza parece más inspirada en la canción de los Beatles en la que uno se promete salir adelante con "un poco de ayuda de mis amigos" que en una reflexión ponderada respecto al compromiso que asumió públicamente el presidente Fox con una educación "laica y gratuita". Entre una y otra promesa existe una contradicción que augura más declaraciones inconsistentes y acciones erráticas en un terreno que es crucial para el futuro del país. Los valores religiosos no caben en una educación laica que, en cambio, transmite valores cívicos que son la base de la tolerancia, la meritocracia y, en general, la democracia, porque fundamentan la formulación de reglas de convivencia pacífica en una sociedad plural. Todos estos son temas en los que, con todo respeto, ni la religión católica, ni ninguna otra, ha sacado medalla de excelencia. Para aquellos que hablan del "fin de la simulación" para justificar el kowtow del presidente Fox ante el papa Juan Pablo II, ahora se les puede responder que simulación de a de veras es la que anuncia el obispo Godínez cuando se refiere al histórico combate de la Iglesia en contra de la secularización de la enseñanza en México como "... el diálogo que desde tiempos de Benito Juárez venimos sosteniendo (con las autoridades)" (La Jornada, 11 de agosto). Lo menos que se puede decir es que encontró una fórmula muy ingeniosa para referirse a la guerra de Reforma, a la Cristiada -que cobró decenas de miles de muertos-, y a los mochaorejas que en los años 30 del siglo pasado mutilaron a un número considerable de sufridos maestros que intentaban poner en práctica la educación socialista que entonces estipulaba la Constitución.
Sin embargo, lo más importante de estas declaraciones es su intención política: comunicar a la opinión pública que ahora el Episcopado cuenta con el apoyo del gobierno y, en concreto, de la Secretaría de Educación Pública. Ahora sabemos que, además de su propia fuerza, cuenta con el respaldo del Estado para implantar los valores de la religión católica -que no son necesariamente universales- en el corazón de los niños mexicanos. El anuncio sugiere que los jerarcas religiosos mexicanos han logrado lo inaudito: que recursos públicos sean movilizados para el patrocinio de su misión y de sus trabajos, pues, finalmente, la autoridad del Estado -la SEP- es un recurso público. Este nuevo arreglo, uno de cuyos resultados es la presencia de la Unión Nacional de Padres de Familia (enemiga jurada del artículo 3Ɔ desde su creación en 1917) entre los invitados del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, es también un triunfo del Episcopado sobre sus inmensas carencias.
La proporción de mexicanos que se declara católicos -casi 80 por ciento-, y que muchos evocan como si fuera evidencia contundente de la fidelidad de México a la Iglesia, en realidad enmascara las enormes debilidades que aquejan a una institución que es más endeble de lo que parece. Se autodenominan católicos quienes han sido bautizados -y no precisamente por su expresa voluntad-, pero habría que ver cuántos de ellos son practicantes regulares de sus obligaciones religiosas, cuántos se confiesan, comulgan o van a misa los domingos. También habría que saber cuál es su conocimiento de la religión a la que dicen pertenecer, pues muchas e inveteradas son las quejas de los sacerdotes de que el catolicismo mexicano es un asunto de mitos, ritos que se cumplen mecánicamente y creencias sincréticas como las que fueron desplegadas ante los ojos azorados del Papa y sus acompañantes, durante su última visita a México.
En ocasiones autoridades eclesiásticas mencionan a la "crisis de vocaciones" como uno de sus problemas más severos; es muy probable que sea muy baja la relación habitantes/sacerdote en un país de más de 100 millones de pobladores, con una extensión geográfica enorme, algunas de cuyas zonas están muy mal comunicadas y donde muchas parroquias están seguramente en el mismo nivel de pobreza que el amplio porcentaje de mexicanos que en estos días ha dado a conocer la prensa. La experiencia de la diócesis de San Cristóbal es un buen ejemplo del tipo de problemas que enfrentan muchos religiosos mexicanos y de las soluciones que pueden darles, contraviniendo incluso instrucciones del Vaticano, como ocurrió con la ordenación casi masiva de diáconos. En otros casos la carencia de recursos seguramente ha servido para justificar las narcolimosnas de las que tanto se habla.
No sería esta la primera vez que el Estado mexicano corre en auxilio de la Iglesia católica. Antes de la reforma constitucional de 1992, el artículo 3Ɔ era también un recurso que utilizaban las autoridades para ayudar a la jerarquía católica a detener la expansión de las iglesias protestantes. Más aún, existía un sobrentendido entre autoridades civiles y eclesiásticas para que los crímenes del orden común de los miembros del clero nunca pasaran por las autoridades civiles. Este tipo de apoyos, así como que la SEP se hiciera de la vista gorda frente a la enseñanza religiosa en las escuelas católicas, contribuyó a la buen salud de la Iglesia mexicana en los años de auge del PRI, que, en su momento, también fue uno de sus más cordiales amigos.