COMO SALVAR LA VIDA DE UN MEXICANO
El
ciudadano mexicano Javier Suárez Medina, de 33 años de edad,
originario de Piedras Negras, Coahuila, y convicto por el asesinato de
un agente antinarcóticos, perpetrado hace 14 años en Dallas,
será ejecutado por medio de una inyección letal, a las seis
de la tarde de hoy, en la prisión de Huntsville.
En las horas recientes, la alta comisionada de la ONU
para Derechos Humanos, Mary Robinson, envió una misiva al secretario
de Estado, Colin Powell, para pedirle que se detenga la ejecución.
El presidente Vicente Fox apeló al gobernador de Texas, Rick Perry,
para abogar por la vida del mexicano. La defensa legal del sentenciado
ha presentado una petición de última hora ante la Suprema
Corte de Justicia de Washington a fin de lograr la revisión del
proceso; una solicitud similar ha sido entregada al máximo tribunal
estadunidense por parte de la embajada de nuestro país en el país
vecino, solicitud que recibió el respaldo de los gobiernos de Argentina,
Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, España, Guatemala, Honduras,
Panamá, Paraguay, Polonia, Uruguay y Venezuela.
En todas las demandas referidas, así como en las
que han sido formuladas por organismos de derechos humanos de Estados Unidos,
México y otras naciones, se señala que Suárez Medina
fue víctima de un proceso judicial injusto e ilegal, en el que se
le negó el derecho de todo acusado a recibir la atención
consular adecuada -artículo 36 de la Convención de Viena,
de la que tanto Estados Unidos como México son signatarios-; Mary
Robinson agregó que en el juicio mencionado no se cumplieron los
criterios internacionales de derechos humanos, especialmente los que emanan
de la Convención de Derechos Civiles y Políticos. A lo anterior
debe agregarse que la pena de muerte es un castigo inhumano, desmesuradamente
cruel e irreversible, que viola el primero de los derechos de todo ser
humano y que resulta degradante para la sociedad y las instituciones que
lo aplican. Por añadidura, las sentencias a muerte en el país
vecino revisten un claro carácter clasista, racista y xenófobo,
toda vez que los ejecutados no son, por regla general, los peores criminales,
sino los delincuentes con menos capacidad económica, cultural e
idiomática de defensa: pobres, negros o latinoamericanos, e incluso
retrasados mentales y reos que eran menores de edad al momento de cometer
el delito.
A pesar de todos los argumentos referidos -que no aspiran
a lograr la impunidad para un asesino confeso, sino a evitar uno más
de los asesinatos legalizados por el sistema judicial estadunidense-, el
máximo tribunal federal de Estados Unidos, la Corte de Apelaciones
Criminales de Texas, así como la Junta de Perdones y Libertad Condicional
y el gobernador de ese estado no parecen dispuestos a conmutar la ejecución
de Suárez Medina por una sentencia de cadena perpetua. El empecinamiento
estadunidense y texano en dar muerte al connacional -y al resto de los
condenados a la pena capital- reside, por una parte, en una concepción
distorsionada de la justicia, de la vida humana y de las potestades del
Estado; por la otra, en un pragmatismo electoral orientado a satisfacer
el primitivismo xenófobo de los votantes conservadores.
Con todo, si el gobierno de Vicente Fox realmente desea
salvar la vida de ese connacional -y de todos los otros mexicanos que se
encuentran en pabellones de la muerte en el país vecino-, debe poner
en juego los recursos diplomáticos y políticos de que dispone,
más allá de las peticiones de clemencia. Las autoridades
nacionales pueden, por ejemplo, en las horas previas a la aplicación
de la inyección letal a Suárez Medina, anunciar la cancelación
de la visita que el jefe del Ejecutivo tiene prevista a Texas a fines de
este mes, suspender los contactos oficiales con ese estado y condicionar
su reanudación a que no haya más connacionales ejecutados
allí. Asimismo, puede impedir el ingreso a nuestro país de
productos texanos, así como interrumpir toda forma de colaboración
policial y judicial con los aparatos de seguridad y justicia involucrados
en los asesinatos legales de mexicanos.
El país vecino no tiene reparos en recurrir a medidas
como las referidas -y a otras de manifiesta ilegalidad- cuando se trata
de proteger los intereses, y no se diga la vida, de ciudadanos estadunidenses
en el exterior. En las horas actuales, es momento de que las autoridades
mexicanas expresen su alegada voluntad política para detener las
ejecuciones de connacionales.