Marco Rascón
Crítica a la crítica del neoliberalismo
La dispersión organizativa y de ideas, se ha hecho
malamente, una virtud. Bajo la idea de resistir al neoliberalismo, fueron
tomadas la fragmentación y el reduccionismo como alternativa para
huir de los viejos esquemas de poder, los cuales se volvieron obsoletos
ante la magnitud y la rapidez de los cambios mundiales.
Miles de activistas con experiencia organizativa, conspirativa
y política optaron por la mística civil y, para no perderse
en el mundo, buscaron unirse en redes horizontales para no unirse, abrazando
la justicia como fe, reivindicando la resistencia como programa, fragmentando
la realidad en minorías aisladas y haciendo de la denuncia un fin
estratégico.
El abandono de la lucha por el poder por quienes mantuvieron
la actividad en las comunidades y sus problemas no sólo causó
un grave daño político e ideológico, sino que estableció
de facto una forma de convivencia con los poderes de la globalización:
"ustedes el poder malo del gobierno, nosotros el poder bueno de lo pequeño".
Bajo el rechazo de "lo político" como sinónimo
de perversión, el pensamiento civil en resistencia se refugió
en la estrechez de las generalidades hasta llegar al agotamiento teórico.
Paradójicamente esto influyó en los partidos, ocasionando
una implosión que estableció el pragmatismo como regla y
doctrina. En los partidos progresistas el efecto fue desastroso, quedando
lo electoral en el círculo vicioso de los intereses burocráticos
y la lucha por las prerrogativas estatales.
El concepto de sociedad civil, como medida frente a los
sectarismos ideológicos, se ha hecho compañero del neoliberalismo
en la medida en que se convirtió en la conciencia crítica
del nuevo modelo económico y en rechazo a la lucha por el poder;
se transformó en fundaciones, organismos no gubernamentales y civiles,
basados fundamentalmente en la filantropía. Surgió así
la gran estructura de la financiación, con nuevos centros de poder,
que, esos sí, establecieron vínculos concretos con los grupos
de acceso al poder político del Estado.
El concepto de "sociedad civil" predominante nada tuvo
que ver con la idea de Gramsci, pues éste sí conectaba con
los partidos y las vías al poder a fin de construir nuevas hegemonías
en la sociedad, para transformarse ella y a las instituciones. Es decir,
no es posible transformar una sociedad y el Estado, sin una idea o proyecto
global sobre la economía, el Estado, las leyes. Para eso la sociedad
civil requiere instrumentos propios para organizarse y organizar a todos
los estratos de la sociedad.
En México la sociedad civil quedó en manos
de las iglesias, las cuales son un ejército organizado y jerarquizado,
cuya hegemonía política ha crecido gracias al debilitamiento
de los partidos progresistas y laicos y al cariz que ha tomando la sociedad
civil en su dispersión intrínseca. Las ONG y fundaciones
se quedaron con la posesión de miles de cuadros y activistas, agotados
por la burocratización y el sectarismo de sus organizaciones, que
fueron base y motor que construyeron los grandes movimientos sociales,
sindicales, campesinos de finales del siglo xx.
Pese a existir abrumadores argumentos contra las realidades
y efectos del neoliberalismo y la globalización, la crítica
a éstos carece de implicaciones estratégicas porque no existe
la voluntad para construir conceptualmente una sociedad eficiente, real,
frente a la economía de mercado, a la imposición de los intereses
trasnacionales, a la subordinación y la dependencia, al belicismo
imperialista.
La falta de ideas humanistas con implicaciones prácticas
fue sustituida por la ideología de la autoayuda y la astrología,
frente a un mundo marcado por el determinismo neoliberal. Esto marcó
la práctica política del conjunto e hizo prevalecer en lo
político la mediocridad, a los más inescrupulosos, y sustituyó
a los militantes por simples operadores.
Las similitudes entre el neoliberalismo y el anarquismo
arrastraron al pensamiento progresista, a los dirigentes y activistas formados
en el marxismo, a los beneficios de no luchar por el poder, renunciando
así a la posibilidad de crear revoluciones desde el ámbito
nacional. Los grandes foros mundiales, pese a sus grandes aportes conceptuales
para explicar las implicaciones del mundo global capitalista, no han generado
ideas para construir estructuras que transformen en sentido distinto la
trayectoria mundial, en la que ahora emergen el gran nacionalismo imperial,
lo cual significa guerra, destrucción y aumentar la capacidad de
guerra en los países centrales.
La necesidad de grandes movimientos en el mundo de las
ideas, que se desarrollen bajo los nuevos instrumentos tecnológicos
de la comunicación, debe marcar las luchas de resistencia a fin
de que éstas no sean un fin, sino un medio para construir una nueva
visión del mundo y trabajar por ella. Es necesario no temer a las
convicciones propias.