Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 2 de agosto de 2002
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Política

Carlos Martínez García

La nueva simulación

Con su publicitada asistencia a los actos religiosos encabezados por Juan Pablo II, Vicente Fox dice haber terminado con una larga simulación de los políticos católicos que escondían su fe. Con su acción supuestamente concluye una especie de esquizofrenia que padecían los gobernantes mexicanos impedidos de darle rienda suelta a sus creencias religiosas en ceremonias públicas. Amparado en una peculiar interpretación de la ley, el Presidente de la República dejó constancia a través de los medios electrónicos de una nueva simulación que tiene de plácemes a la jerarquía católica.

Al postrarse ante Karol Wojtyla y besar el anillo papal, Fox Quesada hizo a un lado el hecho de que estaba en una ceremonia de Estado y representaba a una nación plural que aunque en su mayoría se declara católica, alberga en su seno a millones de ciudadanos para quienes el pontífice romano es un personaje importante pero no les significa autoridad espiritual alguna. Protocolariamente la ceremonia en el hangar presidencial fue la recepción que un jefe de Estado le dio a su similar, ésta fue la razón que hizo posible la presencia de Marta Sahagún. Supuestamente no tuvo lugar un acto religioso, porque de haberlo tenido (por las leyes mexicanas) la esposa del presidente Fox no habría podido acompañarlo, ya que de acuerdo con la normatividad católica romana la señora Sahagún no es su cónyuge mientras en Roma rehusen emitir la nulidad matrimonial por partida doble: tanto la de Fox Quesada como la de Marta Sahagún. Pero como lo que le importaba a Fox era que millones de mexicanos y mexicanas lo vieran dejando evidencia de su catolicismo, el mandatario mexicano en función de solícito creyente se arrodilló como si estuviera en misa y no representando a un Estado laico.

Hasta personajes acendradamente católicos como Diego Fernández de Cevallos supieron distinguir el escenario, evitaron con ello incurrir en postraciones y besamanos acordes con la función de acólitos, pero no propias de representantes del Estado mexicano. Por su parte, Fox parecía tener prisa en aprovechar su única oportunidad de dar amplia muestra de su fe ante los presentes en el hangar y los millones que atestiguaron el hecho por las transmisiones radiales y televisivas. Hizo como jefe de Estado lo que no pudo hacer como simple ciudadano y creyente católico en el acto más importante al que vino Juan Pablo II, la canonización de Juan Diego. En esta ceremonia el estricto marco de lo religiosamente correcto no iba a permitir, como no lo permitió, que Vicente Fox pudiera acercarse al Papa y hacer lo mismo que hizo en la recepción del martes. Mucho menos comulgar, ya que en su calidad de divorciado le está vedado este sacramento a él y a su esposa actual. La Iglesia católica protegió bien sus dominios, en cambio Fox arrastró a la institución presidencial en su desmedido afán de satisfacer su preferencia religiosa.

Una nueva simulación se fortaleció el martes en la noche ante las elites invitadas a recibir a Juan Pablo II y la millonaria audiencia que siguió por los medios electrónicos la ceremonia. Vicente Fox dejó constancia discursivamente de la pluralidad religiosa existente en el país, pero sus actos estuvieron enmarcados por un favoritismo del que se beneficia, y beneficiará todavía más, la jerarquía católica. Es simulación sacar a relucir el pluralismo de creencias religiosas que hay en México, y al mismo tiempo apoyar con recursos financieros y humanos del Estado mexicano sólo a una de esas creencias, que por muy mayoritaria que sea tendría que sacar a flote la visita de su máximo jerarca de la misma forma en que otras asociaciones religiosas lo hacen: con sus propias fuerzas, personal y recursos monetarios. El presidente Fox incurre en una nueva simulación al ampararse en la libertad de cultos para hacer ostentación de su fe desde tribunas republicanas, diciendo que ahora vivimos nuevos tiempos, pero privilegiando inequitativamente una confesión religiosa que es la suya. Parece que para él mayor libertad religiosa significa favorecer sin tapujos a la Iglesia católica, sumándose con ello a la campaña permanente que esta institución sostiene contra los feligreses de otras asociaciones religiosas a las que peyorativamente sigue llamando sectas.

ƑCómo van a parar los funcionarios gubernamentales, empezando por el mismo Fox, las andanadas clericales católicas exigiendo mayores privilegios, si como ha quedado constancia en estos días parecieran más preocupados por dejar evidencia de su apego al Papa que por impulsar políticas equitativas en una nación plural? ƑDe qué forma desde Los Pinos podrían negarse a la lista de reivindicaciones que tiene el Episcopado mexicano, si la pareja presidencial está apurada para que conspicuos clérigos tengan éxito en sus cabildeos y logren la anuencia de Roma para que puedan contraer sus anheladas nupcias ante un sacerdote? Es en este contexto que la adscripción religiosa de Vicente Fox tiene consecuencias que trascienden su identificación personal con la Iglesia que encabeza Juan Pablo II. Están saliéndose de su límite y derecho personal que le asiste al Presidente de tener una creencia religiosa, para afectar a la sociedad en su conjunto al romper los equilibrios necesarios que deben existir entre un Estado laico y las iglesias. Este equilibrio se está vulnerando peligrosamente al reconocer en los hechos, desde el gobierno, como único interlocutor válido a la Iglesia católica, mientras en los discursos se exalta la riqueza espiritual de México y su consiguiente diversidad religiosa. La nueva simulación privilegiadora de una religión que siempre se opuso a los movimientos sociales y libertarios que nos constituyeron como nación.

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