CIFRAS PARA MEDITAR
Una
información destaca que la Bolsa de Valores de Nueva York ha perdido
desde marzo de 2000 nada menos que 7 billones 700 mil millones de dólares,
o sea casi cuatro veces el producto interno bruto (PIB) de todas las economías
de América Latina y el Caribe, calculado por el Banco Mundial en
2 billones de dólares (esto es, 2 millones de millones). Sólo
en la semana pasada, la bolsa citada perdió 750 mil millones de
dólares, es decir, dos veces el PIB de todos los países del
Africa subsahariana (que llega a 322 mil 700 millones de dólares).
Esa pérdida de 750 mil millones en una semana debe ser comparada
con el PIB de México, que asciende a 630 mil millones de dólares,
pero para todo el año.
Si se llegase al aumento de 10 por ciento del precio del
petróleo que anuncia el presidente venezolano Hugo Chávez,
los costos energéticos de las empresas estadunidenses y de los consumidores
de ese país también aumentarían, lo cual tendría
sin duda un efecto negativo sobre las ganancias y los consumos. Es lógica,
por lo tanto, la preocupación del presidente George W. Bush y de
su gabinete no sólo por la corrupción que salpica cotidianamente
a su gobierno sino también por el estado de la economía,
sobre todo en un periodo prelectoral.
Sin duda la economía estadunidense sigue siendo
la primera del planeta y cuenta con recursos que le permiten sobreponerse
al estallido reiterado de las burbujas especulativas y al continuo aumento
de la desconfianza de los hogares--altamente endeudados-- en los dirigentes
y en las grandes corporaciones. Pero para quienes vivimos a la sombra de
un elefante enfermo resulta fundamental seguir de cerca su estado de salud,
evitando como la peste el falso optimismo, para poder tomar las medidas
del caso ante las consecuencias (sobre los envíos de los emigrantes,
sobre las exportaciones, sobre el flujo de inversiones, por ejemplo) de
una recesión que parece ser más larga y más profunda
de lo previsto, lo cual confirma que el modelito hace agua...
UN NEGOCIO WASH AND WEAR
La reprivatización de los 27 ingenios azucareros
expropiados por el actual gobierno se realizará en mayo próximo,
una vez que los mismos hayan sido saneados y se haya aumentado su productividad.
De este modo se añade un nuevo capítulo a una historia particularmente
vergonzosa de despilfarro del dinero de los contribuyentes para ayudar
a unos pocos --siempre los mismos-- "barones" de la industria permanentemente
endeudados, permanentemente ineficientes. Ya hace más de 30 años,
el gobierno de Luis Echeverría había expropiado "por causas
de utilidad pública y en favor de la nación" 67 ingenios,
de los cuales 60 fueron reprivatizados entre 1989 y 1992 por Carlos Salinas
de Gortari a precio de ganga (y con alto costo para el contribuyente, que
había saneado mientras tanto los ingenios así regalados).
El decreto presidencial de expropiación de los
ingenios que serán reprivatizados sostenía que los señores
del azúcar "llevaron a sus empresas a perder la salud financiera,
contrayendo grandes deudas ante diversas sociedades de crédito y
organismos del gobierno federal, poniendo con ello en riesgo, además
del patrimonio de los trabajadores del campo, el de todos los mexicanos".
Uno de ellos, Enrique Molina Sobrino, había comprado por sólo
100 millones de dólares 17 por ciento de los ingenios, y entre él
y otros empresarios de apellidos que se repiten en cada reprivatización
acumularon una deuda de 3 mil millones de dólares, sin contar los
25 mil millones perdidos por la Financiera Nacional Azucarera, liquidada
en los últimos días del gobierno de Ernesto Zedillo, el privatizador.
Un puñado de familias, reunidas en 10 grupos azucareros,
controla un imperio en ruinas que tiene estrechísimos lazos con
el capital financiero y con las embotelladoras de refrescos. Sus nombres
aparecen en el Fobaproa y en los consejos de administración de las
principales refresqueras. Ahora el gobierno, con dinero que debería
ir al desarrollo, a la sanidad, la educación, la protección
del campo, vuelve a salvar a ese grupo (por supuesto, favoreciendo a las
compañías embotelladoras extranjeras), desviando fondos nuevamente
hacia los más ricos.
Si las empresas resaneadas por el contribuyente son ahora
lucrativas, ¿por qué no hace el negocio el Estado para resarcirse
de sus gastos en ese sector?; si en cambio son frágiles, ¿por
qué no financia a cooperativas de cañeros y productores,
si quiere hacer una política social y mantener una importante fuente
de empleo? Lo que no es lógico es mantener una política wash
and wear, de lavado y renovación de empresas en quiebra, para que
les queden a la medida a algunos empresarios aventureros. Tampoco es aceptable
que, como sucedió con los bancos, el pueblo pague ahora una especie
de Fobazúcar...