EL PETROLEO Y EL FUTURO DE MEXICO
Según
cifras de la Administración de Información Energética
estadunidense, México se convirtió en mayo en el principal
proveedor de petróleo de Estados Unidos, país al que Pemex
vendió un millón 509 mil barriles diarios de crudo durante
ese mes. Esas exportaciones superaron en ese periodo a las de otras potencias
petroleras como Arabia Saudita y Venezuela, circunstancia que tiene importantes
repercusiones no sólo en los órdenes económico y diplomático,
sino también en los ámbitos político y jurídico
de nuestro país.
Las cifras anteriores evidencian la crucial -aunque asimétrica-
relación económica y geoestratégica que existe entre
México y Estados Unidos, pues si bien nuestro país tiene
en el vecino del norte un creciente mercado para la exportación
de petróleo, tal situación tiene aparejado un cúmulo
de presiones originado en la pretensión estadunidense de garantizar
por todos los medios a su alcance que los países proveedores de
hidrocarburos se sometan a sus lineamientos geopolíticos y a los
intereses de sus grandes corporaciones energéticas.
Para Washington asegurar el abasto de petróleo
es una cuestión de seguridad nacional y, para lograrlo, ha recurrido
a todo tipo de prácticas: desde la búsqueda de convenios
bilaterales para la extracción y venta de crudo -generalmente más
beneficiosos para Estados Unidos que para los países productores-
hasta la presión diplomática, la conspiración política
y la intervención militar directa, como en la guerra del golfo Pérsico
y recientemente con las operaciones armadas en Afganistán y Asia
Central, donde subyacen poderosos intereses de control de los abastecimientos
y las rutas de distribución de petróleo de la región.
Para nuestro país, de continuar las actuales tendencias,
las crecientes demandas energéticas de Estados Unidos traerán
consigo el incremento de la dependencia exterior (los ingresos de Pemex
son fuente sustancial de recursos para el gobierno federal y el mercado
nacional importa cada vez más productos petroquímicos procesados
del vecino del norte) y el recrudecimiento de las presiones orientadas
a abrir a la inversión privada la explotación, la refinación
y la comercialización de los hidrocarburos mexicanos. En este sentido,
resulta evidente que el fortalecimiento de la industria petrolera mexicana
es requisito indispensable para mantener la soberanía y la independencia
económica del país, esfuerzo en el que es imperativo, por
un lado, mantener la propiedad exclusiva de la nación sobre la riqueza
del subsuelo y sus derivados y, por el otro, abrir nuevos mercados y desarrollar
nuevos productos que compensen el presente desequilibrio frente a Estados
Unidos.
La sociedad debe mantenerse alerta ante los previsibles
embates de quienes, desde distintos estamentos políticos y empresariales,
y con argumentos de diverso cuño, pretendieran someter el patrimonio
nacional a los dictados del extranjero. Preservar para los mexicanos la
riqueza energética del país debe ser entendida por todos
como un compromiso histórico y una prioridad insoslayable, pues
de ello depende en gran medida que México pueda hacer frente -de
forma libre y en beneficio de sus ciudadanos- a los severos retos de un
mundo donde, cada vez con mayor intensidad, la posesión y el control
de los recursos energéticos definirán la preminencia o el
sometimiento de las naciones.