MORALIDAD CON PIES DE BARRO
Ayer,
el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pronunció en Wall
Street, centro del poder financiero internacional, un polémico discurso
en el que demandó la instauración de una "ética del
capitalismo" fundada en valores elevados y empresarios responsables. El
objetivo es restablecer la confianza de los inversionistas nacionales y
extranjeros, muy deteriorada tras el descubrimiento de enormes fraudes
contables en empresas hasta hace muy poco consideradas líderes de
su sector y ejemplo de la pujanza estadunidense, como Enron y Worldcom.
El mandatario propuso, entre otras medidas, la imposición de penas
hasta de 10 años de prisión para los responsables de delitos
corporativos y la creación de una oficina federal encargada de perseguir
las irregularidades financieras.
A primera vista el llamado de Bush podría parecer
pertinente y oportuno, y ser interpretado como un claro gesto de Washington
para enfrentarse a quienes desde altas posiciones ejecutivas lucraron desenfrenadamente
a golpe de fraudes y privilegios, mintieron y estafaron a sus propios inversionistas
y cimbraron los mercados de valores del mundo entero. Sin embargo, las
palabras del presidente estadunidense suenan huecas, pues quien ahora pretende
colocarse al frente de una suerte de cruzada contra los delitos empresariales
fue, hace no mucho tiempo, beneficiario de maniobras contables muy similares
a las que llevaron a la ruina a corporaciones como la ya citada Enron y
la firma de auditoría Andersen.
A finales de los años 80, Bush obtuvo considerables
ganancias con la venta de acciones de la compañía Harken
Energy, de la que era socio, luego de que esta empresa realizara operaciones
irregulares para inflar artificialmente su precio en bolsa. Y aunque Bush
ha señalado que desconocía tales malos manejos, lo cierto
es que el ahora mandatario era no sólo socio, sino también
miembro del comité auditor de esa compañía.
Los escándalos empresariales que han sacudido a
Estados Unidos han tenido, además, otros efectos de gran calado
a escala internacional: han puesto en duda la credibilidad del sistema
financiero estadunidense --modelo que ha sido impuesto en la mayor parte
del mundo-- y de sus mecanismos de control, y erosionado la confianza de
los inversionistas. La codicia, el desprecio de la ley y la búsqueda
del lucro fácil en beneficio de unos cuantos han cuestionado las
estructuras sobre las que se levanta el capitalismo. Muchos son los que
han llegado a preguntarse si este sistema económico no resultará
devorado por sus propias perversiones y contradicciones.
Por lo pronto el discurso de Bush tuvo un pobre efecto
en el propio Wall Street, donde ayer todos los indicadores importantes
registraron pérdidas, y es evidente la fuerte tendencia de los inversionistas
a transferir sus recursos a Europa --el euro no ha dejado de apreciarse
en los últimos meses y se encuentra ya prácticamente a la
par con el dólar-- o a valores protegidos de la incertidumbre bursátil.
Así, salvo que fuese el propio Bush uno de los primeros en comparecer
ante la justicia para explicar el origen de su fortuna personal --algo
que parece improbable--, las palabras del mandatario resultan vacías
y cargadas de un doble rasero, que es no sólo cuestionable para
los propios ciudadanos estadunidenses, sino también para el conjunto
de la comunidad internacional, que padece los efectos de los quebrantos
financieros perpetrados en la principal superpotencia del orbe.