Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 10 de julio de 2002
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Editorial
 
MORALIDAD CON PIES DE BARRO

SOLAyer, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pronunció en Wall Street, centro del poder financiero internacional, un polémico discurso en el que demandó la instauración de una "ética del capitalismo" fundada en valores elevados y empresarios responsables. El objetivo es restablecer la confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros, muy deteriorada tras el descubrimiento de enormes fraudes contables en empresas hasta hace muy poco consideradas líderes de su sector y ejemplo de la pujanza estadunidense, como Enron y Worldcom. El mandatario propuso, entre otras medidas, la imposición de penas hasta de 10 años de prisión para los responsables de delitos corporativos y la creación de una oficina federal encargada de perseguir las irregularidades financieras.

A primera vista el llamado de Bush podría parecer pertinente y oportuno, y ser interpretado como un claro gesto de Washington para enfrentarse a quienes desde altas posiciones ejecutivas lucraron desenfrenadamente a golpe de fraudes y privilegios, mintieron y estafaron a sus propios inversionistas y cimbraron los mercados de valores del mundo entero. Sin embargo, las palabras del presidente estadunidense suenan huecas, pues quien ahora pretende colocarse al frente de una suerte de cruzada contra los delitos empresariales fue, hace no mucho tiempo, beneficiario de maniobras contables muy similares a las que llevaron a la ruina a corporaciones como la ya citada Enron y la firma de auditoría Andersen.

A finales de los años 80, Bush obtuvo considerables ganancias con la venta de acciones de la compañía Harken Energy, de la que era socio, luego de que esta empresa realizara operaciones irregulares para inflar artificialmente su precio en bolsa. Y aunque Bush ha señalado que desconocía tales malos manejos, lo cierto es que el ahora mandatario era no sólo socio, sino también miembro del comité auditor de esa compañía.

Los escándalos empresariales que han sacudido a Estados Unidos han tenido, además, otros efectos de gran calado a escala internacional: han puesto en duda la credibilidad del sistema financiero estadunidense --modelo que ha sido impuesto en la mayor parte del mundo-- y de sus mecanismos de control, y erosionado la confianza de los inversionistas. La codicia, el desprecio de la ley y la búsqueda del lucro fácil en beneficio de unos cuantos han cuestionado las estructuras sobre las que se levanta el capitalismo. Muchos son los que han llegado a preguntarse si este sistema económico no resultará devorado por sus propias perversiones y contradicciones.

Por lo pronto el discurso de Bush tuvo un pobre efecto en el propio Wall Street, donde ayer todos los indicadores importantes registraron pérdidas, y es evidente la fuerte tendencia de los inversionistas a transferir sus recursos a Europa --el euro no ha dejado de apreciarse en los últimos meses y se encuentra ya prácticamente a la par con el dólar-- o a valores protegidos de la incertidumbre bursátil. Así, salvo que fuese el propio Bush uno de los primeros en comparecer ante la justicia para explicar el origen de su fortuna personal --algo que parece improbable--, las palabras del mandatario resultan vacías y cargadas de un doble rasero, que es no sólo cuestionable para los propios ciudadanos estadunidenses, sino también para el conjunto de la comunidad internacional, que padece los efectos de los quebrantos financieros perpetrados en la principal superpotencia del orbe.
 

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