Elena Poniatowska
Nicolás Guillén y el amulatamiento
de la poesía
Nicolás, Nicolás
Oye, chico, ¿dónde estás?
Cuando llego tú te vas
Nicolás, Nicolás
-¿Entrevistar a Nicolás Guillén?
¡Ni hablar!
-Nico, Nicolás, ¿cuándo te veo?
-Mañana a las 10.
-¡Ay, gracias!
Llego al hotel al día siguiente con grabadora y
demás artefactos.
-¿El señor Guillén?
-Salió a las nueve.
-¿Y mi entrevista?
Fue cosa de tres días... Nicolás nunca estuvo,
Nicolás nunca apareció. Hasta que pasé de nuevo al
hotel, nomás por no dejar y había una carta de Juan de la
Cabada: ''Me llevé a Nicolás a comer, alcánzanos".
La casa de Juan de la Cabada en la colonia Roma es muy
bonita, como concha de mar; sabe a sal y a olas, la cruzan muchos vientos,
hay estrellas caídas en los rincones, uno que otro papalote en la
azotea, unas macetas con geranios en el balcón y su mujer, Ester,
ha preparado unos ''moros y cristianos", de rechupete; un picadillo a la
cubana y otra cosa que no recuerdo cómo se llama en Cuba, creo que
boniato y a mí me sabe a camote. Nicolás sentado a la cabecera
de la mesa bebe agua de jamaica. Juanito de la Cabada canta tamborileando
sobre la mesa:
Yamambó, yamambé
Acuememé sérembo
Ae
Yambo
Ae
Tambá, tambá, tambá, tambá
Yamba, yambó, yambambé.
Y luego recuerda el primer son, el de la ''Ma'Teodora"
que fue compuesto a finales del siglo XVI (1580) en Santiago de Cuba. En
esa ciudad vivían dos hermanas negras, Micaela y Teodora Ginés,
originarias de Santo Domingo. Con cuatro compañeros (uno de ellos
sevillano) hicieron una orquesta popular, muy cotizada por sus danzas,
entre las cuales figuraba el siguiente son:
¿Dónde está la Ma' Teodora?
Rajando la leña está.
¿Con su palo y su bandola?
Rajando la leña está.
¿Dónde está que no la veo?
Rajando la leña está.
Rajando la leña está.
Rajando la leña está.
¡Ay negro bueno, te gusta bailar de lao"
Nicolás y Juan se ponen a hablar los dos de Sensemayá
e inician un diálogo:
¡Mayombé, bombé, mayombé!
¡Mayombé, bombé, mayombé!
¡Mayombé, bombé, mayombé!
Sambala, culembé, sambala,
Culembé, sambala, culembé.
Nicolás cuenta de lo bien que están los
negros y los mulatos ahora en Cuba. Antes, los negros no tenían
acceso a los restaurantes, no conocían las playas, chica, todo eran
clubes de yates, regatas o balnearios privados; no entraban al hotel Habana
Hilton, ahora Habana Libre. La discriminación racial era absurda
si Cuba es una isla de negros, de tabaco, de café negro, negro,
negro. Los blancos estrellaban el plato en el que los negros habían
comido y hacían astillas la copa en que el negro había bebido.
Cuba, eminentemente mulata, Cuba la del son, Cuba la del baile, Cuba la
del bongó, la del tambor africano, la de las maracas, la de Drume
negrita y Ay mamá Inés, discriminaba a sus negros
y a sus mulatos. (En la cabecera de la mesa, con su color de barro quemado,
Nicolás parece una botijuela. Sonríe, ríe -relámpago
blanco sobre la superficie negra- palmea porque está contento y
mueve unas manos negras por fuera y rosas por dentro, bonitas, como de
juguete).
-Estoy contento, chico, pero me duele el estómago
-le dice a Juan de la Cabada.
-¿No vas a comer?
-Lo único que voy a comer es un poco de fruta bomba.
-En México le llamamos papaya.
-En Cuba esa es una grosería -ríe Nicolás.
(Nicolás habla sonoro, habla sencillo, habla cálido,
habla cercano, habla chulo, habla campechano, claro, Juan es de Campeche;
habla ronquito como la arena caribeña, ¿arena o harina?,
y todos lo escuchan y no pega el calor sino que pasa un airecito leve como
de puerto. Ester se abanica en su mecedora que rechina de tan gastada.
Juan de la Cabada se mesa los cabellos de por sí despeinados. Casi
podríamos estar en Campeche o en Veracruz o en La Habana columpiándonos
en nuestras hamacas, en el puritito hilo blanco de nuestra vida).
-Ahora sí, ¿ya te puedo entrevistar, Nicolás?
-No, hoy no, estoy malito. Mañana antes de que
salga el avión de regreso.
-¡Cómo eres, me has tirado tantas planchas!
También en La Habana en diciembre, hace cinco años, te busqué
y no me hiciste caso.
-¿Sabes lo que te hice, chica? Cuando tú
hablaste a la Unión de Escritores y preguntaste por mí, yo
mismo te contesté el teléfono y dije: ''No, no está,
acaba de salir" -se carcajea.
-¡Cómo eres, Nicolás! Adelina Zendejas
me contó que cuando viniste a México en 1937 diste una conferencia
en una escuela preparatoria y fingiste ser otro: ''Vengo a leerles los
poemas de Nicolás Guillén. El me dio este encargo. Guillén
es un hombre alto, de ojos azules, mirada lánguida, pelo rubio ondulado,
manos largas de dedos muy afilados que él deja caer con negligencia
en el dorso de los sillones, y como no pudo venir ahora se disculpa ante
ustedes, señores estudiantes, y me pide que les lea sus poemas.
Aquí están." Al final de la conferencia todos los oyentes
empezarón a gritar: ''Nico, Nico, Nicolás, Nico, Nico, Nicolás,
Nico, Nico, Nicolás, Nico, Nico, Nicolás".
-Párale chica que me estás mareando. Además
esa anécdota no es cierta. Es un invento de Adelina. Ojalá
fuera verdad, porque es bonita aunque sea mentira.
-¿Nunca has querido ser güero? ¿Nunca
actúas como Cyrano de Bergerac? ¿Nunca has querido sustituir
a otro?
-Nunca lo he hecho salvo contigo para no contagiarme de
tu gripa. Me dijeron que estabas tosiendo como un perro tuberculoso y por
eso no quise que me entrevistaras en La Habana. Pero ahora sí, ¡tú
y yo vamos a ser buenos amigos! ¡Ahora sí que voy a ser tu
buen amigo! Oye chica, ¿y no estarás tuberculosa? ¿Ni
siquiera un poquito? ¿No? Bueno, así es que mañana
te doy la entrevista en la cafetería del hotel a las 9 horas 60
minutos para que me entiendas mejor, a las nueve y sesenta que son las
diez, chica, ni un segundo más tarde ni un segundo antes.
(Juan de la Cabada y Nicolás hablan de amigos comunes,
de Octavio Paz, del viaje a España para asistir al congreso de intelectuales
en Valencia en 1937, que compartieron con Silvestre Revueltas, José
Mancisidor, Pepe Bergamín, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Elena Garro,
César Vallejo, Antonio Machado, María Luisa Algara; de los
bombardeos, de Federico García Lorca y de Miguel Hernández,
de qué tristeza de que no esté ya en Donceles el edificio
de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) que lo invitó
a su primer congreso en México en 1937 y conoció a Diego
Rivera y a David Alfaro Siqueiros, de que aquí en México
Guillén publicó su Canto para soldados y sones para turistas,
también en 1937, porque en Cuba era imposible, de que en Argentina
publicó casi 20 años más tarde La paloma de vuelo
popular, porque Fulgencio Batista lo habría encarcelado. Hablan
de Cuba y de Campeche, de la Guaranducha, de los sones, del mar y del cometa
Halley que Juan vio de niño y Ester casi canta del puro gusto
de oír la música de mamatombá).
Literatura afroespañola
En el hotel, al día siguiente, vienen las preguntas
dizque serias. Nicolás me había advertido: ''No vayas a traer
grabadora, ese es un método policiaco".
-Nicolás, ¿existe una literatura afrocubana?
-No, existe, ¿cómo se podría decir?
(tuerce un popote entre sus manos; aquél que no le sirvió
para sorber su jugo de fruta bomba demasiado espeso) una literatura afroespañola,
porque lo cubano es lo español más lo africano. En Cuba,
el indígena, el aborigen, como quieras llamarlo desapareció
prácticamente a mediados del siglo XVI. Su cultura además
no rebasó la edad de piedra, paleolítica. ¿Sabes tú
lo que es eso, chica?, y desde el comienzo del siglo XVI había ya
negros en la isla de Cuba, traídos por el conquistador Velázquez
para trabajar y ya en 1517 el emperador Carlos V autorizó el comercio
libre de esclavos. Esta situación terminó en 1880 cuando
se abolió la esclavitud. De manera que se produjo una recíproca
influencia profunda que hizo que Cuba fuera espiritualmente mestiza, mejor
dicho, mulata. En la tierra firme del continente no hay esta situación
donde la influencia decisiva en lo popular es el indio y no el negro, como
ocurre en Las Antillas, esto es en el mar Caribe, por las razones que te
he dicho. ¿No te parece interesante lo que te cuento? Pones cara
de que no. Por eso es incorrecta la denominación de afrocubano a
lo que es simplemente cubano por ser afroespañol. Por eso, a mi
juicio, un arte que quiere expresar lo nacional en Cuba no puede existir
sin tomar en cuenta esa mulatez histórica. ¡Qué inteligente
soy, qué talento, ¿no te parece?
-Prefiero cuando hablas a puros sonidos de negrito cucurumé
o tamborileas en la mesa. Lo que me acabas de decir parece de profesor
de historia.
-Hazme tu otra pregunta para acabar pronto.
-¿Cómo les va ahora a los negros en Cuba?
-De eso hablábamos ayer, en casa de Ester y de
Juan. A pesar de esta situación que te describí puntualmente,
la cercanía histórica de la esclavitud y la proximidad geográfica
con Estados Unidos mantuvieron en Cuba el prejuicio contra los negros.
En plena República y en nuestra propia época, antes de la
Revolución, los negros no tenían acceso a ciertas fuentes
de trabajo.
-¿A cuáles?
-Por ejemplo, no podían ser empleados de banco,
de casas de comercio ni administradores de hoteles, etcétera. Sólo
servían para tumbar caña. ¿Conoces mi Elegía
a Jesús Menéndez?, el líder sindical asesinado?
El trabajó siempre en las plantaciones de caña y era mi amigo.
Bueno, los negros no podían ir a las boites de nuit (para
que veas que hablo francés) ni a los hoteles ni a las clínicas
u hospitales. Ahora ya no hay un negro en un restaurante que se pase el
tiempo llamando para que lo atiendan. La Revolución barrió
con todo eso y no existe hoy en Cuba ningún tipo de discriminación
y los negros ocupan ya el sitio que les corresponde históricamente
en igualdad social con los blancos.
-Entonces, ¿cuáles son, por fin, los factores
de la cubanidad?
-Lo español y lo africano.
-¿Y los factores de tu poesía?
-Mi poesía quiere expresar este proceso histórico
de amulatamiento no sólo en cuanto al fondo sino en cuanto a la
forma, porque he tratado de incorporar el ritmo del son al del romance
español en busca de una expresión esencialmente cubana.
-¿Y México?
-Vine aquí la primera vez invitado por la LEAR
con Juan Marinello y de aquí, de México, salí a la
Guerra Civil española.
-Oye Nicolás, ¿y por qué te fuiste
a España en plena guerra?
-Porque me interesaba la lucha de los republicanos contra
el fascismo, y por otra parte ver la guerra de cerca fijó el destino
de mi poesía y de mi condición de artista. Desde entonces
tomé partido por el pueblo y me he mantenido fiel a esa decisión
a través de los años.
-¿Entonces has hecho poesía social?
-Siempre o casi siempre. Pero tengo el criterio de que
la poesía de ese contenido debe ser también, como ocurre
con otras manifestaciones artísticas, menos comprometidas, de una
exigencia indeclinable en cuanto a la calidad.
-Es que la poesía social suele ser muy fea, ¿no?
-Estoy en contra de una poesía de consigna, de
editorial, de periódicos, de manifiesto y creo que la eficacia revolucionaria
debe desprenderse de la obra misma, sin que aparezca el esfuerzo del creador.
Precisamente por ser para el pueblo, el arte que se le brinda ha de ser
irreprochable, sin concesiones a la vulgaridad y sin caer en la facilidad.
¿No estás temblando de emoción por estas declaraciones
fantásticas que te hago yo, hombre de muy pocas palabras?
-Oye, Nicolás, pero los que escriben poesía
social suelen producir mamotretos intolerables.
-Eso existe, pero hay que luchar contra ello, y los representantes
más señalados de la joven poesía tienen una gran honestidad
artística y su obra responde a la necesidad de dar lo mejor de sí
mismo que hay en todo artista verdadero. Allí están en Cuba
los ejemplos de Roberto Fernández Retamar, de Fayad Jamis, que por
cierto nació en tu país, México, y de Nancy Morejón
a quien quiero y veo con mucha frecuencia.
-¿Y tú cómo escribes?
-Nunca escribo a mano, siempre a máquina, desde
toda la vida me demoro mucho, soy muy lento, de muy pocas palabras como
te acabo de decir; nunca estoy conforme y le borro algo y le quito más
allá y vuelvo a tachar y cuando por fin decido publicar, elimino
de nuevo algo, un verso, una palabra. De manera que la mía es una
poesía corregida y disminuida en vez de una poesía corregida
y aumentada. Podo todos mis versos con una gran tijera para cortar rosas.
-Como mi madre poda sus rosales... Finalmente, Nicolás,
no podemos terminar la entrevista sin hablar de Hemingway. Es de obligación.
-Conocí a Hemingway en 1932, cuando vivía
en La Habana, y algunas veces salía con él a pescar agujas,
sólo que yo no era el pescador sino él. La pesca no se me
da. También lo vi en la guerra de España, en Valencia, en
Madrid y creo que hasta en Barcelona, y también en los primeros
días de la Revolución en Cuba. El tradujo la primera parte
del poema mío: West Indies Ltd y me dijo que le había
gustado mucho la Oda a Kid Chocolate, que es viejísima, chica,
viejísima, seguramente tú ni habías nacido. Su novela
El viejo y el mar, escrita enteramente en Cuba, fue definitiva para
que le dieran el Nobel. Influyó en el jurado, de eso te pongo la
mano al fuego. Si él no escribe eso a lo mejor no le dan el premio.
(Nicolás es poco entrevistable. Continuamente desvía
la conversación. Las preguntas concretas le molestan o simplemente
no le interesan. Recuerda en todo momento a sus amigos mexicanos, cuenta
anécdotas de Siqueiros, de Juan de la Cabada, ''gran amigo mío");
de Luis Córdova, que le trajo una flechita de obsidiana porque Nicolás
es ñañigo, brujo, y cuando vio la flecha le dijo a Córdova:
''No hombre, yo quiero una piedra, una piedra grande, no una flechitinga".
De Carlos Pellicer exclama: ''Somos muy amigos y tengo
una gran admiración por su poesía"; de Silvestre Revueltas:
''El le puso música al poema mío Sensemayá,
hace más de 30 años", y luego cuenta una anécdota
sobre Silvestre, ''pero no para que la publiques", y sin embargo la dicta
puntualmente, sus ojos traviesos fijos encima de mi libreta rayada.
''Cuando llegamos a España, Marinello y yo, lo
primero que hicimos fue ir a comprarnos un par de alpargatas. Ibamos caminando
por la Gran Vía y de pronto vimos cómo toda la gente empezaba
a reírse. Y es que las alpargatas eran de mujer. Bueno chica, hemos
terminado para siempre tú y yo."
Y Nicolás se va, sóngoro cosongo y me deja
con la nariz como nudo de corbata, como dice que a él se la deja
una mulata.
Poeta de la revolución
Llegaba Nicolás Guillén con su sonrisa ancha
de oreja a oreja, con sus dientes tan macizos como el maíz de América,
relucientes sobre su piel de azúcar quemada, con sus manos anchas
que batían tambores para que bailara un grupo de mulatas bajo el
ardiente sol del Caribe. Nico, Nicolás, visitaba a Juan de la Cabada
o a Elena Garro o algún otro escritor amigo y de inmediato lo rodeaban
otros escritores en busca de opinión, muchachos que se alimentaban
del calor que irradiaba con su sola mirada agrandada por los gruesos lentes,
listos para escuchar las conversaciones que sostenía con el ya mítico
Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, César Vallejo
o Vicente Huidobro.
Nació en Camagüey, principal centro azucarero
de Cuba, en 1902. Su familia, de origen humilde y ligada a la política
-su padre fue senador- resultó decisiva para inclinarlo hacia la
política. Ligado al comunismo, participó en la Guerra Civil
de España y llegó a tal grado su compromiso con la causa
comunista que Fulgencio Batista lo exilió en los años 50.
Posteriormente regresó a Cuba cuando Fidel Castro consiguió
el poder en 1959 y desde entonces se convirtió en el poeta de la
Revolución, por su postura abiertamente antiestadunidense, hasta
el punto que decir Nicolás Guillén era igual a Revolución
Cubana y Revolución Cubana los versos bailables del poeta.
Cuba fue uno de los últimos países donde
se abolió la esclavitud, por eso a principios del siglo XX todavía
ocurrían conductas racistas de los blancos que se creían
superiores a negros y mulatos. Nicolás Guillén se preguntaba
cuando niño por qué se demoraban tanto en atenderlos en un
restaurante, por qué en la mesa del fondo un blanco arrojaba al
suelo vasos o platos, por qué la pobreza de los negros si trabajaban
más que los blancos, por qué el sufrimiento era el pan de
cada día de los cubanos negros y mulatos. Años más
tarde, la particular expresión que denota fortaleza poética
sería celebrada en todo el mundo y pondría en alto el patrimonio
africano-americano.
Los temas constantes en la poética de Guillén
son los negros y los problemas sociales. Combinó de manera magistral
ambos elementos para hacer una poesía fuerte que trascendió
lenguas, fronteras y tiempos. Desde los primeros poemas, careció
del sentimiento monótono, de letanía que suele asociarse
a la poesía. Más bien sus poemas eran para bailarse y cantarse,
acompañarse de las palmas y brincar sobre el pasto recién
cortado en un día lleno de sol. Guillen usó el son,
estilo que viene de los cantos, el baile y el ritmo de los esclavos africanos
que fueron traídos a Cuba, profuso de construcciones rítmicas,
elementos onomatopéyicos y juegos verbales; supo captar a la perfección
el habla afrocubana. Usando este estilo, Guillén representaba su
patrimonio africano, algo que no era común entonces. En el lenguaje
se puede oír el ritmo de tambores, repite uno o dos versos para
dar un efecto de danza.
Vanguardista, Guillén no se queda en el discurso
americano que condena la conquista y el mestizaje. Mejor todavía,
reconcilia sus orígenes negros y blancos en el poema Balada de
los dos abuelos, uno de los más conocidos, reconoce ambas razas:
el abuelo negro que añora su país, con su follaje inmenso
y sus puntas de hueso, lanzas y tambores, su libertad; el abuelo blanco
que llegó a América en busca de joyas y oro, con el temple
del conquistador que no encuentra más que tierra que trabajar. Ambos
sufren, el abuelo negro dice ¡Me muero!, y el abuelo blanco
exclama ¡Me canso!
Guillén fue un ser pleno, vivió como hombre
y como poeta: usó las particularidades de la raza mulata para lograr
una auténtica expresión mulata propia de un país mulato
como él mismo. Cada poemario reafirmaba su compromiso con las causas
sociales, preocupación social que se fue acentuando con los años.
Ya en West Indies Ltd., su pluma protestaba. En Cantos para soldados
y sones para turistas, El son entero y La paloma de vuelo
popular, mostró su compromiso con la patria cubana y americana,
con sus hermanos de raza y con los desheredados del mundo. Se hermanó
con España en Poema en cuatro angustias y una esperanza,
donde acusa el impacto de la Guerra Civil española y el asesinato
de Federico García Lorca; con Tengo manifestó su júbilo
ante la Cuba revolucionaria. También el poeta canta a los niños,
al amor, demuestra su capacidad para conjugar preocupaciones diversas y
encontrar formas de expresión siempre renovadas: Poemas de amor,
El gran zoo, La rueda dentada, El diario que a diario
y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel, poemas para niños
y mayores de edad.
A Nicolás Guillén Batista se le puede considerar
el genuino representante de la poesía negra de Cuba.