José Blanco
La oscuridad
Este 4 de julio los tambores, las fanfarrias, el kitsch que a raudales derrochan los estadunidenses en las calles de todas las ciudades gringas en esa fecha memorable, tuvieron un carácter singular y extraño. Hoy el miedo forma parte de la vida social cotidiana, atizado por el propio gobierno del país vecino. Hoy las libertades y los derechos humanos de los estadunidenses y aún más los de los extranjeros han sido severamente restringidos. Selectivamente, el habeas corpus, esencia de la libertad gringa, ha desaparecido y todos están a merced de las "fuerzas del orden antiterrorista".
Después de tres lustros de crecimiento económico sin precedentes en el siglo xx, de experimentar una supremacía incontestable de poder político y económico, de vivir una seguridad de granito apoyada en la riqueza inmensa y en la indiferencia respecto a la suerte del ex tercer mundo, llegó una noche repentina; como si la luz de casas y edificios, de marquesinas y de calles, de casinos y de parques, hubiera sido cegada de un solo golpe.
Con la contracción económica y el crimen del 11 de septiembre, las sonrisas se volvieron muecas: las imágenes, las criaturas inhumanas y las atmósferas de Poe y Lovecraft saltaron de sus páginas de horror y se adhirieron a la piel de los estadunidenses. En alienada convicción absoluta y pueril de ser el pueblo elegido de Dios, la mayoría estadunidense se ha aprestado a apoyar a un gobierno dispuesto a asumir la santa defensa del pueblo gringo contra el eje del mal. Una vez más el gobierno estadunidense da el manotazo sobre la mesa y afirma a los cuatro vientos su vocación por la fuerza por encima de la ley.
Hoy el nacionalismo enajenante y los cánticos sectarios -America the Beautiful, God Bless America- se han adueñado de los inocentes corazones del pueblo elegido. Y por ello el gobierno de Bush, que no sabe qué hacer con el presente y el futuro de su país ni del mundo, pero que sí sabe rugir, barritar y mostrar colmillos amenazantes, se dispone a crear más y más terribles armamentos para traer a raya al planeta en su lucha contra el terrorismo. El gobierno de Bush define por sí y ante sí quiénes son terroristas.
Los gobiernos del mundo tienen el deber de encontrar y castigar a quienes planean y cometen crímenes contra la humanidad. El Estatuto de la Corte Penal Internacional, primer instrumento legal internacional hecho para codificar los elementos, los factores, las condiciones de un crimen contra la humanidad, que acaba de entrar en vigor, establece la responsabilidad individual por tales crímenes, ya estén sancionados por un Estado o sean actos de grupos. La ratificación universal del Estatuto es una necesidad urgente para la comunidad mundial. Pero el gobierno imperial de Estados Unidos está en contra. Ratifica con ello su vocación de usar la fuerza bruta por encima de la ley, y anticipa que para defender a sus connacionales y a sus aliados está dispuesto a violar los derechos humanos de otras sociedades, mediante crímenes terroristas como los que hemos visto en el pasado innumerables veces. Bush quiere manos libres para matar; manos libres para los Ariel Sharon, para las corrientes militaristas involucradas en ese conflicto de dimensiones potencialmente brutales que es el diferendo India-Pakistán, manos libres a los guerreristas de seis países africanos inmiscuidos en el devastador conflicto de la República del Congo. La recién nacida era de la defensa de los derechos humanos está sufriendo un embestida animal, encabezada por Bush, y le será extraordinariamente difícil sobrevivir a ella.
La inseguridad ya no es asunto sólo de vastas extensiones del mundo subdesarrollado; ha llenado de temor también a los estadunidenses. La inseguridad pública, la inseguridad frente a la pérdida del empleo, la inseguridad social, la inseguridad frente al futuro, la inseguridad frente al gobierno del señor Bush. La histeria puede crear catástrofes y no es visible en Estados Unidos una corriente social poderosa para frenar los zarpazos con los que, con ojos miopes, el gobierno gringo quiere dominar al mundo.
Un mundo sin terrorismos y con seguridad es un mundo posible; un mundo de condiciones para el desarrollo, de legalidad internacional, de espacios para la democracia global, de la eliminación de la discriminación de todos los órdenes. Pero el núcleo guerrerista encabezado por Bush quiere un mundo diseñado por Stephen King y Clive Barker.
Frente a la amenaza del horror creciente, mil romanticismos han salido a la palestra. La razón no necesariamente se abrirá paso en nuestros días. Las mil luces de la inteligencia humana, encendidas en el seno de la sociedad esclavista, fueron cegadas por la oscuridad de mil años de la noche medieval. El millón de luces de nuestros días puede ser aplastado por esa secta de sui generis templarios del siglo xxi, kukluxklanesca y altamente tecnologizada, que habita la Casa Blanca, el Capitolio y el Pentágono. Un nuevo medioevo también es posible.