ALTO A LOS SAQUEADORES
La
crisis del sector eléctrico estadunidense, de la que la debacle
de la corporación Enron es muestra fehaciente, constituye -como
señala en entrevista a este diario el congresista demócrata
Robert Filner- un claro ejemplo de las consecuencias perniciosas que tiene
para una sociedad poner en manos privadas actividades tan relevantes para
el desarrollo de un país como la generación, el transporte
y la comercialización de electricidad.
En California, los efectos nocivos de la privatización
de la industria eléctrica no se redujeron tan sólo al encarecimiento
desmesurado del costo del suministro, circunstancia de por sí sumamente
lesiva para los consumidores, sino además incluyeron el desabasto
de energía, el descontrol contable, la abierta corrupción
en la compañía operadora del servicio y la pérdida
de credibilidad de esas corporaciones e incluso del mismo sistema de libre
mercado que, presa de sus propias contradicciones, se estremeció
bajo el peso combinado de una desregulación excesiva y del frenesí
especulador que sólo entiende la lógica de acumular las mayores
ganancias en el menor tiempo posible para beneficio de unos pocos privilegiados.
En lo concerniente a nuestro país, donde el gobierno
y diversos grupos privados nacionales y extranjeros presionan de múltiples
modos para abrir a la inversión privada el sector eléctrico,
el caso de California debería resultar aleccionador por ser una
evidencia palpable de los desastres que pueden originarse si se entrega
a particulares una industria estratégica para la economía
nacional. Por añadidura, ha de recalcarse que son justamente los
mismos intereses que lucraron desenfrenadamente hasta sumir en la quiebra
a Enron y saquear a los contribuyentes de California los que se aprestan
a incursionar en el mercado mexicano de electricidad bajo el falaz argumento
de que sólo el sector privado tiene la capacidad y los recursos
para atender la creciente demanda energética del país. ¿Por
qué habría de esperarse que los desmanes y las corruptelas
que se perpetraron en el sector eléctrico estadunidense no se repetirán
aquí? ¿Por qué habría que confiar en las dudosas
capacidades de quienes sólo buscan el expolio de las mayorías
y no tienen el menor interés en el desarrollo nacional?
Por otro lado, conviene reflexionar sobre el grave riesgo
que se corre al confiar en quienes mantienen a ultranza la idea de que
sólo las elites del poder financiero -pues no son otros quienes
propugnan la privatización de la electricidad y el petróleo
mexicanos- pueden conducir los destinos de las naciones. En Argentina,
por citar un doloroso y cercano ejemplo, el FMI y los especuladores extranjeros,
de la mano de administraciones corruptas y negligentes, primero sumieron
a la sociedad en una crisis sin precedentes y ahora se proclaman alevosamente
los únicos posibles salvadores del país que ellos mismos
saquearon. La ofensiva y ominosa sugerencia que formuló ayer Rudiger
Dornsbuch, uno de los principales teóricos del neoliberalismo, de
que sólo tras el establecimiento de una dictadura militar podrán
los organismos financieros internacionales favorecer con créditos
a Argentina, debería ser tomada como una llamada de alerta para
prevenir que en nuestro país se repitan los acontecimientos que
nublan hoy el porvenir de esa nación hermana.
En el caso de México, ¿por qué ha
de entregarse una industria con tanto significado histórico y trascendencia
futura a quienes sólo buscan -allí están los casos
estadunidense y argentino- el lucro personal y el beneficio de intereses
sin patria? Si prosperase la entrega del sector eléctrico nacional
a los saqueadores internacionales, ¿habría que esperar también,
Dornsbuch dixit, la llegada de un régimen totalitario que consumara
la rendición del patrimonio de México?