Murió Wama
Lumbrera Chico
Desde hace algunos días alguien falta a la mesa de los jueves en la vieja cantina Veracruz, allá por la avenida Revolución, casi esquina con Benjamín Franklin, a la altura de Tacubaya. La misma ausencia se palpa en la primera fila de segundo tendido de sol, desde donde, domingo a domingo, y a veces toro tras toro, el embudo de la Monumental Plaza México se regocijaba con un chiflidito que imitaba la melodía de La Raspa.
Más o menos así: "Fiu-fiú, fiu-fiú, fiu-fiú, fiufiú-fiufiufiú-fiufiú". Era Wama el que silbaba. Y lo hacía, obviamente en chunga, para exigirle al diestro en turno que se quedara quieto, vamos, que dejara de bailar. A mediados de la semana pasada, por desgracia, una pequeña nota en la sección de Cultura de La Jornada informó que el 25 de junio, víctima de cáncer de hígado, a la edad de 65 años murió el antropólogo Antonio Zedillo Castillo.
Era, ni más ni menos, tío del ex presidente Ernesto Zedillo y hermano, diría el filósofo de Güemes, del padre del último priísta que vivió en la residencia de Los Pinos. Pero a los parientes, ya se sabe, nadie los escoge. No tuvo él la culpa de haber nacido en el seno de una familia capaz de engendrar semejantes alimañas.
Porque Wama, a diferencia del hermano y del sobrino, fue un humanista. Los últimos 20 años de su vida los dedicó al estudio de la negritud, o de las minoritarias culturas de origen africano que se asentaron en nuestro país. Con tesón propio, sin emplear las influencias del otro, fundó un pequeño instituto especializado en el tema que funcionaba, en condiciones deplorables, en el puerto de Veracruz. Larista de corazón, ayudó a la señora Yolanda S. Gasca, mejor conocida como Gigi, a publicar una autobiografía, en la que la mujer, sin rubor alguno, exponía cómo y por qué fue el único y verdadero amor del célebre Flaco de Oro.
Yo conocí a Wama en 90. Mi padre adquirió dos derechos de apartado en la segunda fila del segundo tendido de sol, y éstos lugares quedaron exactamente detrás de aquellos donde se sentaban Antonio y su hermano, éste siempre callado, emboscado, matrero como su hijo, y Wama, por el contrario, ocurrente, ingenioso, lleno de luz interior. En la temporada del 91, cuando Mariano, Silveti y sobre todo Jorge Gutiérrez enloquecieron a la gente durante varios meses, toreando como nunca volverían a hacerlo, de aquella amistad entre mi padre y Wama estuvo a punto de surgir una peña taurina en la farra de la cantina Veracruz.
No teníamos, mi padre y yo, la menor idea acerca de la familia de Wama. Pero en marzo de 1994, cuando Zedillo se convirtió en candidato después del pistoletazo en Lomas Taurinas, el segundo tendido de sol se llenó de pistoleros. Por lo tanto, vendimos los derechos de apartado y nos alejamos de ahí. Años después, a mitad del sexenio, encontré a Wama comiendo tacos a la puerta de la plaza. Le pregunté si ya le habían dado hueso. Ligero de sangre, para variar, contestó: "Qué va, ese cabrón no suelta ni madres".
Fiu-fiú, fiu-fiú, fiu-fiú, fiufiú-fiufiu-fiufiufiú-fiufiú...
Ciao, maestro.