El presidente afgano, entre los beneficiados por esta muerte
Rivalidades internas, la causa del homicidio de Hadji Abdul Qadir
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 7 de julio. El asesinato en Kabul de Hadji Abdul Qadir, uno de los tres vicepresidentes interinos de Afganistán, es un nuevo y muy grave testimonio de la inestabilidad política que impera en ese devastado país de Asia central.
La muerte en atentado del caudillo de los pashtunes del este tiene muchas implicaciones que ponen de manifiesto la fragilidad del arreglo postalibán impuesto por Estados Unidos en la persona de Hamid Karzai, el hombre de confianza de los grandes consorcios petroleros.
Un vocero del gobierno interino no tardó en calificar de "acto terrorista" el ataque que este sábado segó la vida de Abdul Qadir y responsabilizó a "enemigos del pueblo" no identificados.
En realidad, es tan compleja la ecuación de poder afgana que muchos tratarán de sacar provecho de la muerte de Qadir, independientemente de quién haya ordenado a los dos sicarios disparar.
Al mismo tiempo, la pugna por redistribuir las funciones que concentraba en su manos Qadir y la tradición de venganza de sangre en la sociedad afgana pueden originar un enfrentamiento mayor, uno más en la ya larga historia de conflictos intestinos de Afganistán.
La hipótesis de que Qadir fue ultimado por los talibanes tiene sustento, como lo tiene también que el atentado pudo haber sido obra del controvertido líder de los pashtunes del sur, Gulbuddin Hekmatyar, que desconoce al gobierno de Karzai y rechaza la presencia de tropas extranjeras en su país.
Con el régimen talibán y con Hekmatyar, que hace poco volvió a Afganistán tras años de exilio en Irán, Qadir tenía cuentas pendientes desde que a mediados de octubre pasado se alineó a Estados Unidos, poco después de empezada la operación militar. De este modo, Qadir quiso reconquistar lo que siempre había considerado como su feudo particular, la provincia de Nangarhar, de la cual fue expulsado por los talibanes siendo gobernador.
Qadir se puso al servicio de Estados Unidos a instancias de su hermano Abdul Haq, a quien el ex monarca afgano Zahir Shah quería ver en el cargo de jefe del gobierno interino. Haq murió ahorcado en una plaza de Kandahar, poco después de haber sido detenido por los talibanes, sin que hasta la fecha se sepa quién denunció que se había internado clandestinamente en Afganistán, ese mismo octubre, y por qué falló el operativo de rescate que se supone tenía listo el ejército estadunidense.
Lo cierto es que, eliminado de la escena política Haq, la petrolera estadunidese Unocal se valió de todas sus influencias en la administración de George W. Bush para impulsar a su candidato, Hamid Karzai.
Este hecho, aun sin poner en tela de juicio que haya sido fortuito, hizo que Abdul Qadir y Karzai nunca fueran tan cercanos como convenía a EU que se creyera fuera de Afganistán. Qadir, que a mediados del pasado mes de junio había abandonado la Loya Jirga o Gran Asamblea de notables en señal de protesta, arrebató finalmente la vicepresidencia, junto con la cartera clave de Obras Públicas, a cambio de no levantar en armas a sus hombres.
Karzai aceptó las condiciones de Qadir para no poner en entredicho los equilibrios étnicos en su gobierno interino, toda vez que está enfrentado con el gobernador de Kandahar, la principal provincia de los pashtunes del sur, Gul Aga. Con él no cuenta.
Qadir, por otro lado, nunca fue propiamente miembro de la llamada Alianza del Norte, integrada por los caudillos de las minorías del norte (tadjikos, uzbekos y hazaras). No pasó de ser un socio coyuntural más del ejército de EU.
En un esfuerzo de síntesis, aparte de los talibanes y Hekmatyar, la muerte de Qadir beneficia al propio Karzai, por quitarse de encima a un caudillo pashtún que nunca había sido de su entera confianza y que, con sus ambiciones propias de liderazgo, empezaba a hacerle sombra.
Para el presidente interino el reto, nada sencillo, es encontrar un personaje pashtún más dócil.
Este crimen también beneficia a los dirigentes de las minorías del norte, que esperan que el nuevo vicepresidente pashtún no sea tan influyente como el asesinado. Ellos mantienen en ese rango a dos de sus figuras principales, el tadjiko Mohamed Fahim (también, ministro de Defensa, que salió ileso de un atentado en abril pasado) y el hazara Karim Halili; a la gente cercana al ex monarca, que siente traicionado el acuerdo original de poner a Zahir Shah al frente del país para el periodo de transición y podría querer desestabilizar al gobierno de Karzai; a los grupos políticos del entorno de Karzai que aspiran a quedarse con la cartera de Obras Públicas, que mejor debería llamarse de Reconstrucción del País y por donde se espera pase la mayor parte de la multimillonaria ayuda financiera foránea; y a los caudillos pashtunes del sur y/o grandes narcos de las zonas tradicionales de cultivo de la amapola, que están relanzando en serio el negocio de la droga y requieren controlar ellos mismos la zona este del país, colindante con Pakistán, una de las rutas de la heroína afgana.
Por ahora, lo único que no admite variantes de interpretación es que Abdul Qadir murió apenas 17 días después de que la Loya Jirga concluyó sus labores y en pleno centro de Kabul, capital custodiada por cinco mil soldados extranjeros.