Ilán Semo
Año II
Para comprender la penosa impresión que produce Vicente Fox entre sus propios correligionarios, habría que tener en cuenta las opiniones vertidas durante la celebración del 2 de julio por los (pocos) líderes panistas que se han desvelado, al menos durante el pasado año en esa fatigosa labor de cheerleadíng que el Presidente ya no logra realizar por si mismo desde que resulta evidente que el paso entre el animador y el político le está vedado. De Medina Plascencia a Calderón, se celebra lo que la sociedad hizo (el 2 de julio) y se lamenta lo que el Presidente ha dejado de hacer. Cuerpo de políticos profesionales al fin y al cabo, el panismo ofrece hoy el panorama de una sociedad de la resignación que ha extraviado la llave que le permita "retomar el espíritu del cambio", así sea tan sólo en una nueva versión propagandística.
Abundan las explicaciones: "falta de visión", "ausencia de proyecto nacional", "carencia de oficio político". Se suceden las exculpaciones: "la oposición es irresponsable", "el 11 de septiembre no estaba previsto", "la tarea es de largo plazo".
Pero nadie, o casi nadie entrega las lealtades elementales que requeriría un cuerpo político con el mínimo entusiasmo para transformarse de un grupo de administradores de la gestión pública en un bloque al que la antigua politología llamaría simplemente "dirigente". Por el contrario, la desconfianza entre el Presidente y su cuerpo esencial de operación parece cobrar día con día el carácter de un "estilo" que anega cualquier ejercicio de decisión en una contienda de entrenamientos burocráticos. De un lado cada secretario ha optado por velar por su "changarro", para abundar en el léxico foxista; del otro, cuestionan abiertamente la energía y la capacidad de resolución de la presidencia misma. En rigor, se trata de un engaño recíproco, de un simulacro recíproco de estabilidad que coloca a cada miembro del cuerpo frente a la situación de despertarse cada mañana frente a un estado de máximo riesgo.
En esa antigua polítología, a esta situación se le definía usualmente como una "crisis de mando". En el mundo de la política, son las más peligrosas de todas. Sobre todo cuando suceden en un ambiente de expectación y pasividad social como el que priva a dos años de ese máximo esfuerzo que realizó la sociedad por poner en marcha un nuevo proyecto de nación. Aunque toda analogía histórica es inevitablemente fallida, la más reciente de estas crisis se vivió durante el sexenio de López Portillo, cuando las dos secretarías económicas se enfrascaron en una auténtica guerra por dictar el rumbo general de la política económica. A esa "crisis de mando" se debe, entre muchos otros, uno de las factores que desembocaron en la debacle de 1982, lo más cerca de una "argentinización" antes de la Argentina del 2001.
Las "crisis de mando" tienen orígenes muy diversos, pero en general aparecen como el dilema de la autosustentabilidad del Estado: el Estado ya no logra mantener ni "financiar" la cohesión de los cuerpos que lo componen, en su seno aparece una lucha por la resolución. Los síntomas más evidentes de este fenómeno en la administración foxista son: a) el déficit fiscal y b) la incapacidad de hacerle frente no "recortando" y "ahorrando" sino aumentado la productividad y las expectativas de la sociedad. Podría especularse ampliamente sobre la naturaleza de estos dos hechos, pero es obvio que es imposible pensar en soluciones innovadoras dada la composición actual del gabinete. Los dos cuerpos esenciales que definen la política económica, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México (que significa un candádo inamovible), ocupadas no casualmente por miembros de la antigua tecnocracia priísta, realizan una labor de continuismo con una visión de la economía que ha quedado desacreditada por la experiencia argentina. Tampoco es obvia su credibilidad internacional, incluso en el mismo mundo neoliberal.
Paradójicamente, dos grandes crisis han aumentado las posibilidades de optar por variantes distintas en la política económica: la crisis de la transparencia del mercado en Estados Unidos y el shock argentino. La primera ya ha empezado a producir un reorden de los flujos de inversión mundiales. La segunda ha replanteado la viabilidad o la necesidad de la economía pública. Ninguna de estas opciones será rentable para la sociedad mexicana mientras que el miedo a renunciar al pasado sea mayor que el que ya debería empezar a tenerle Vicente Fox a sus extrovertidos "dirigidos"