ESCENARIOS DE LA IMPUNIDAD
De
acuerdo con información procedente del juicio por lavado de dinero
seguido en Suiza contra Raúl Salinas de Gortari, y con documentos
que obran en poder de las autoridades mexicanas, la vasta fortuna del llamado
"hermano incómodo" provendría de la partida secreta presidencial,
oficialmente llamada ramo 23, y que, hasta 1999, ponía a disposición,
discreción y abuso del jefe del Ejecutivo en turno, enormes sumas
del erario que lo mismo servían para financiar al partido gubernamental
que para subsidiar instituciones con deficiente planificación financiera,
premiar a funcionarios leales, pagar los viajes al extranjero de la familia
presidencial, gratificar a periodistas y medios de prensa, financiar a
la Academia Mexicana de la Lengua, pagar pensiones a las viudas de los
constitucionalistas de 1917 y también, a lo que puede verse, enriquecer
a parientes próximos del mandatario.
Durante el sexenio de Carlos Salinas se esfumaron -porque
sería demasiado complaciente decir que se "ejercieron"-, por la
vía de la partida secreta, más de 6 mil millones de pesos,
valga decir, unos 2 mil millones de dólares, de acuerdo con los
tipos de cambio vigentes en esos años.
El destino real de esos dineros -parte de los cuales pudo
ir a parar a las cuentas de Raúl Salinas en Suiza- lo conocen, de
acuerdo con la información disponible, los ex secretarios de Programación
y Presupuesto y Hacienda y Crédito Público, Ernesto Zedillo
y Pedro Aspe, respectivamente, así como otros altos ex funcionarios
que, hasta ahora, no han sido llamados a declarar sobre este escandaloso
e indignante desfalco. Junto con sus antiguos subordinados tendría
que acudir ante la justicia, por supuesto, Carlos Salinas de Gortari, para
que diera explicación puntual de la manera en que empleó
esos fondos multimillonarios del erario.
Sin embargo, la persistencia de la impunidad para los
ex presidentes y sus colaboradores cercanos, así como para los delincuentes
de cuello blanco que llevan a la bancarrota a naciones enteras, sigue siendo
una agraviante realidad en el país y en el ámbito internacional.
Han tenido que pasar 34 años para que los organismos de procuración
de justicia llamaran a cuentas a Luis Echeverría para investigar
su participación en la matanza del 2 de octubre de 1968, y no hay
certeza de que el proceso legal correspondiente vaya a culminar en la real
procuración e impartición de justicia.
En Chile, después de una batalla legal de cuatro
años, la Corte Suprema de Justicia decidió finalmente dejar
impunes los crímenes del ex dictador Augusto Pinochet, con el argumento
de que la demencia del acusado le impide responder adecuadamente a las
imputaciones. Con esa protección legal, Pinochet pudo por fin darse
el lujo de renunciar al escaño de senador vitalicio que él
mismo se otorgó, toda vez que el fuero de legislador ya no le era
necesario para protegerse de la justicia. Otro connotado delincuente del
poder, Carlos Menem, se pasea en completa y vergonzosa libertad e incluso
aspira a un tercer periodo presidencial. La lista de los impunes es, por
supuesto, mucho más larga.
En lo que a nuestro país concierne, la sociedad
mexicana demanda que se rompa de una vez por todas con la tradición
de la impunidad, y es claro que ello sólo podría hacerse
desde donde se diseñó y tejió la red de complicidades
y encubrimientos que la hace posible: el poder público.