Gilberto López y Rivas
La política contrainsurgente de Vicente Fox
Hoy da inicio en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas,
el Encuentro Nacional Extraordinario por la Paz, que desde la sociedad
civil busca elaborar un diagnóstico objetivo de la actual situación
del conflicto para encontrar caminos de solución, en el marco del
reconocimiento de los derechos de los pueblos indios a la libre determinación
y las autonomías. Una de las mesas de discusión versa sobre
el aspecto militar. A continuación, presento extractos de la ponencia
que expondré.
No hay elementos que permitan aseverar que en México
se ha dado un cambio significativo de Estado. A pesar de la derrota del
PRI como partido de gobierno, lo sustancial del Estado mexicano de los
dos anteriores decenios sigue incólume. Sus acciones en materia
de política económica han puesto de relieve la voluntad de
profundizar el modelo neoliberal. Hay continuidad en ahondar los procesos
de privatización y de incrementar aún más la dependencia
estructural del país con respecto a Estados Unidos. En el marco
de la puesta en marcha del Plan Puebla-Panamá, como estrategia imperial,
el aparato burocrático militar, con auxilio de grupos paramilitares,
cumple una función relevante. No hay razón para que el gobierno
de Fox, de cara a los intereses de las trasnacionales, cambie la estrategia
de contrainsurgencia que llevó a cabo el gobierno anterior. Los
recursos propagandísticos de Fox con respecto al tema indígena,
a lo largo de su administración sólo han sido una cobertura
mediática de la readecuación de esa estrategia.
Existe un elemento crucial en la estrategia contrainsurgente
en Chiapas: la utilización de grupos paramilitares propios de las
comunidades indígenas, utilizados para llevar a cabo tareas de guerra
sucia que el Ejército prefiere o no puede llevar a cabo directamente.
El paramilitarismo sirve a los propósitos de la contrainsurgencia,
destruyendo o deteriorando severamente el tejido social de las comunidades.
Actúa bajo las más diversas expresiones: agrediendo a prestadores
de servicios sociales en campamentos de desplazados, originando condiciones
de expulsión y nuevos desplazamientos de población indígena,
coaligándose con autoridades civiles, ejerciendo acoso a dirigentes
comunales mediante la acción de jueces venales y policías
judiciales, infiltrando organizaciones sociales y religiosas, realizando
labores de inteligencia y de provocación mediante rumores y contra-información,
provocando incendios en la selva, participando en el tráfico y distribución
de armas, apoyando -con la complicidad del aparato gubernamental utilizado
para la contrainsurgencia- disyuntivas desarrollistas que ocasionan deterioro
ambiental y divisiones intracomunitarias, ubicando como enemigos del desarrollo
a las comunidades que se niegan a seguir la lógica del capital y,
sobre todo, aumentando la espiral de violencia en las comunidades, haciendo
de ésta un modo de vida. La fisonomía de las culturas indígenas
ha cambiado a partir del militarismo y el paramilitarismo. La llegada de
fenómenos nuevos como prostitución y narcotráfico
no son circunstancias "naturales", sino resultado de la presencia del ejército
en las comunidades de Chiapas y de la adhesión de los paramilitares
a la vida de las mismas.
Los patrullajes del ejército y las fuerzas de seguridad
pública se están incrementando, así como los vuelos
rasantes. Autoridades de los municipios autónomos 17 de Noviembre
y Primero de Enero -por mencionar sólo algunas de las denuncias
diarias que se reciben- reportan intensos recorridos de vehículos
militares y de seguridad pública en las rutas Altamirano-San Cristóbal,
Altamirano-Ocosingo y Ocosingo-Zona Norte. A partir de abril pasado, los
soldados incursionan en los poblados zapatistas amenazando con que los
van a "barrer", mientras irrumpen en las comunidades en busca de presuntos
"secuestradores" denunciados por informantes o paramilitares.
Las prácticas de tiro en cuarteles cercanos a comunidades
indígenas, los interrogatorios sobre ubicaciones y labores de militantes
zapatistas, la participación del ejercito en todo tipo de actividades,
la militarización de la vida civil crean un ambiente propicio para
el reclutamiento y la actividad de los paramilitares. Estos grupos -armados,
entrenados, tolerados y coordinados por el Ejército y la Procuraduría
General de la República, surgidos de la delegación ilegal
y clandestina del uso de la fuerza por parte del Estado- continúan
vigentes en Chiapas.
Las conclusiones del tercer informe de la Comisión
Civil Internacional de Observación por los Derechos Humanos en México,
de 2002, señalan claramente: "Los grupos paramilitares no han sido
desarmados ni desarticulados, ni siquiera han sido recuperadas las armas
que se utilizaron en la matanza de Acteal."
Se busca por todos los medios que el ejemplo de los municipios
autónomos zapatistas no se extienda por todo el país. Luego
de la traición a los acuerdos de San Andrés, que significo
la aprobación de la contrarreforma indígena, el Estado mexicano
hace uso de multiplicidad de recursos para borrar del mapa político
nacional a estos municipios: en primer término, la utilización
de la fuerza militar y paramilitar, a la vez que despliega las viejas artes
del Estado patrimonialista para coptar mediante financiamientos a quienes
hace poco eran adversarios del sistema de partido de Estado y hoy comparten
el proyecto foxista. Estas son las realidades del gobierno del cambio.