Uno a uno los legisladores votaron por declarar "irrevocable" el socialismo
No hay estancamiento histórico en Cuba; se puede avanzar, pero sólo hacia adelante: Fidel Castro
Ovaciones de los parlamentarios a Silvio Rodríguez, Pombo, Ana Fidelia Quirot, y otros
GERARDO ARREOLA CORRESPONSAL
La Habana, 27 de junio. De pie y con el semblante severo, enfundado en su habitual uniforme militar verde olivo, Fidel Castro observa fijamente a los cientos de diputados que cantan La Internacional, el himno del movimiento comunista, después de haber soldado el blindaje al sistema socialista en Cuba.
Casi medio siglo después de haber encabezado el asalto al cuartel Moncada, 43 años después del triunfo de la revolución que derrocó a la dictadura pro estadunidense de Fulgencio Batista, un cuarto de siglo después de que la isla adoptó una Constitución bajo el modelo soviético, una década después de que Cuba miró de cerca el abismo que se abría tras el hundimiento de la URSS y el campo socialista, Castro levanta el puño derecho en la sala principal del Palacio de las Convenciones de La Habana.
El mandato constitucional que consagra como "irrevocable" el socialismo en Cuba es lo más parecido a una herencia política.
Es casi la medianoche del miércoles. La Asamblea Nacional del Poder Popular termina tres días de sesión extraordinaria, con el himno cubano y La Internacional, que ha salido de las celebraciones sindicales y los congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC) para ganar carta de naturalización en el espacio exterior.
Castro baja lentamente del estrado, donde ha seguido tres días de discursos, que a menudo lo elogiaron. Va hacia el auditorio y se despide de mano de los diputados de la primera fila, casi todos ministros, líderes regionales o miembros del buró político del PCC. A casi todos les dedica unos segundos de conversación.
Unos minutos antes el Parlamento cubano concluye la votación nominal que aprueba la enmienda a la Constitución de 1976. Uno a uno los 559 diputados presentes se levantan de su asiento y gritan "šsí!", aprobando el dictamen que ha presentado la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos.
šFidel Castro Ruz! -dice el secretario de la Asamblea, pidiendo el voto de este diputado por la oriental provincia de Santiago de Cuba.
El presidente del Consejo de Estado se levanta. Con la mirada en la mesa deja co-rrer unos segundos en suspenso, levanta la mano derecha y con el índice traza una línea vertical, subrayando su voto: "šSí!"
Los parlamentarios aplauden a Castro, como a otros congresistas célebres: el cantautor Silvio Rodríguez, Harry Villegas, el Pombo de la guerrilla de Ernesto Che Guevara; el saltador Javier Sotomayor, la velocista Ana Fidelia Quirot, el pelotero Omar Linares, el canciller Felipe Pérez Roque, Carlos Valenciaga, el joven secretario particular de Castro, y otros que han resonado por su oratoria.
Los aplausos para Raúl Castro se confunden con las risas que provoca el único general de ejército del país, porque se levanta para votar, se planta de medio perfil frente al auditorio e imposta la voz para decir un "sí" de bajo profundo.
Minutos antes Raúl ha provocado otras risas al poner un contexto gestual a un discurso de Fidel: sacude la mano derecha con fuerza, para que suene el choque de los dedos y la pasea por un cuerpo imaginario.
Es uno de los signos callejeros de un rito santero (de la santería, la popular devoción sincrética afrocubana). El presidente cubano hablaba de haber escuchado oradores apasionados, como los poseídos en las celebraciones yorubas.
Fidel Castro termina su discurso improvisado, el segundo de la jornada. "Qué temprano es", dice, mirando su reloj de pulsera. Son las 22 horas. Esta vez ha hablado unas dos horas y media.
Como suele, toca numerosos temas, na-cionales, internacionales, de economía, de política, de historia. Explica cómo están bien afianzados, unos con otros, los candados legales para preservar el socialismo en Cuba. Ni siquiera, cita una hipótesis exagerada, esta misma Asamblea podría modificar lo que ahora queda atado y bien atado.
Pide que no se interprete el cambio como un estancamiento en la historia. Según el marxismo clásico, al socialismo le sigue el comunismo. Se puede ir hacia adelante, di-ce Castro, no hacia atrás. Por eso la reforma dice expresamente: "Cuba no volverá ja-más al capitalismo".
Antes de Castro habla José Luis Toledo Santander, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, el mismo encendido orador que le cerró las puertas políticas a Jimmy Carter, hace mes y medio, y le anticipó que el Proyecto Varela, la propuesta opositora de reforma política, no pasaría. El ex fiscal lee el dictamen de la comisión que preside.
El texto dice que en lugar de "intocable", como era la propuesta inicial, atendiendo opiniones y razonamientos irá la más pertinente expresión de "irrevocable", para definir al sistema socialista cubano.
La Constitución "no queda detenida en el tiempo", dice también. "La experiencia del desarrollo nos permitirá acondicionarla".
Castro tiene en su mesa los primeros despachos urgentes que las agencias de noticias han enviado desde La Habana sobre su primer discurso de la noche, en el que habla de un posible deterioro de las relaciones con Estados Unidos.
Los lee y dice que no ha lanzado amenazas. "Son denuncias". Se explica y sigue hablando hasta las 22 horas.
Termina Castro y, pese a todo, queda claro que aún no está aprobada la reforma constitucional. El líder del Parlamento, Ri-cardo Alarcón, explica didácticamente có-mo proceder para cumplir el mandato legal de reunir al menos dos tercios de la Asamblea Nacional del Poder Popular en votación nominal. Ante un auditorio proclive a las arengas y consignas, pide limitarse a una sola palabra. Empieza la votación.