Adolfo Sánchez Rebolledo
Hace dos años
Pronto hará dos años, quién lo diría, de nuestra entrada triunfal al banquete de la democracia, justo cuando en el mundo otros comensales paladeaban los postres en el hartazgo o el desencanto. No habrá grandes festejos, es obvio, pues el horno no está para bollos, pero se recordará con nostalgia el momento estelar de ese largo transitar hacia la tierra prometida de la alternancia y alguno, faltaba más, derramará una lágrima de tristeza.
Por lo pronto, el presidente Vicente Fox y sus amigos en el gobierno ahora saben que el dinero gastado sin medida en publicidad y mercadotecnia ayuda a ganar, pero sólo crea mayorías endebles y volátiles a la hora de gobernar.
Lejos de las promesas, el gobierno tropieza una y otra vez con la misma piedra: la obligación de impulsar unas reformas a las que defiende sin ánimo de convencer, como si la lógica de los tecnócratas fuera el sentido común de la ciudadanía. Abundan los llamados a "trabajar en equipo", pero escasean las propuestas para argumentar, debatir y acordar. Prevalecen las peticiones de principio en materia fiscal o energética, por no citar la arrogancia con que se presentan otros temas de la agenda nacional, pero se hace muy poco para lograr verdaderos compromisos. El diálogo no existe o es una pérdida de tiempo, pues no compromete a las partes al cumplimiento de los acuerdos. El lugar de la política está siendo ocupado por los tribunales. Las controversias pendientes las resuelven los magistrados, no los líderes partidistas o los legisladores; raro avance institucional el nuestro.
No deja de ser grave la costumbre presidencial de reservarse las opiniones de mayor calado en beneficio de su propia "imagen" internacional, pues resulta lamentable que una y otra vez se sorprenda al mandatario declarando fuera lo que aquí no dice. En el estilo de darle a cada interlocutor lo que pide, tenemos no un doble sino hasta un triple discurso que enrarece cualquier comunicación. Por ejemplo: Ƒcuál es el objeto de negar en México la contaminación de la economía por la crisis Argentina si a la menor provocación del diario Clarín Vicente Fox acepta que en efecto algo está pasando?
Y lo que es peor: parece que no hay rumbo. La Presidencia se mueve como una veleta hacia donde sopla el viento. Una mañana despierta convertido en defensor universal de los derechos humanos y al día siguiente promete acabar con la corrupción, y así sucesivamente, pero no hay idea, un planteamiento claro que ordene las actividades de la administración o, al menos, que unifique los muy libres criterios de los secretarios de Estado. Se habla de todo, a veces con quien no se debe, sin calcular los riesgos, como si el discurso político fuera inocuo o neutral. Los equívocos presidenciales son la comidilla del día, la sazón de una política parroquial que se cuece en su propio caldo. Ya no se pide un "nuevo proyecto nacional", sino un simple programa de gobierno que diga qué quiere hacer y cómo lograr ciertos objetivos.
En lo suyo, los partidos nacionales y sus representantes en el Congreso juegan a la democracia esperando ganar las elecciones de 2003, nada más. Instalados en el infantilismo democrático, ninguno apuesta con seriedad a buscar compromisos antes de esa fecha, de manera que la resolución de los temas importantes de la agenda nacional se pospondrá, si bien nos va, hasta que el voto produzca una nueva correlación de fuerzas y uno de ellos consiga la ansiada mayoría absoluta y sea capaz de imponerle a los demás sus particulares alternativas. Pero esta vez la ciudadanía estará atenta, y supongo que desconfiada, ante las promesas mediáticas de los candidatos.