Más que cinismo, respuesta natural de
un país de sobrevivientes
La asimilación de la derrota fue instantánea
MARIA RIVERA
Vuelta a la realidad. La derrota tiene muchas caras. La
de ayer fue honda, pero callada. Anticlimática. No hubo gestos de
rabia o desesperación. Lo que sobrevino fue la asimilación
instantánea del golpe, que más que un trasfondo de cinismo
es la respuesta natural de una nación de sobrevivientes. Hay tanto
infortunio acumulado que nadie pareció dispuesto a quedarse instalado
en uno más por demasiado tiempo.
"Ya valió", fue la frase con la que un aficionado
sintetizó lo sucedido en el minuto 65 de tiempo corrido, cuando
el segundo gol estadunidense puso fin a las ilusiones. El tanto corroboraba
lo obvio, el equipo mexicano se achicó ante el rival y la gente
no le concedió siquiera un gesto de dolor. A nadie le interesaban
las explicaciones, ni el consabido cuento de las derrotas dignas. Lo que
nadie decía, pero que parecía estar en la mente de todos,
es que podían perder ante cualquiera, pero no ante este rival.
En
América Latina la frontera entre el futbol y la política
es muy estrecha, ha escrito Ryzard Kapuscinsky. Sabe de lo que habla. Cubrió
la guerra de 1969 entre Honduras y El Salvador a raíz de los incidentes
que se suscitaron entre las selecciones de ambos países mientras
se disputaban un lugar para el campeonato México 70. Pero si el
partido tiene como contendientes a México y Estados Unidos, en el
marco de un mundial, el límite desaparece por completo.
Antes del encuentro todos se frotaban las manos con gesto
de "ahora sí va la nuestra". Por Reforma y los alrededores se escuchaba
un solo grito: "¡Gringos!", seguido por una corneta que entonaba
una mentada. Sin algo más que agregar se dirigían los grupos
rumbo al Angel.
El imponente dispositivo de seguridad contribuyó
a darle un aire marcial a la noche. Desde antes de las 21 horas el cuadro
que rodea a la Zona Rosa se volvió inexpugnable por auto. Con el
triunfo en la mente los aficionados ya vivían el festejo. "¡Y
el que no brinque es gringo!"
Antes de la media noche, por obra y gracia del futbol,
los bares y restaurantes de la Zona Rosa se transformaron en enormes salas
familiares. Sólo que en lugar de sofás y cojines, lo que
terminó desordenado fueron las mesas y las sillas.
Las exclamaciones que acompañaban cada jugada también
tenían el clásico sabor casero. "¡Pégale, pégale!"
"¡Al otro lado, pendejo, qué no ves que el Cabrito
está solo!" El vecino, ni hablar, se volvió el carnalito
con el que se comentaba mediante gestos o palabras hasta el detalle más
nimio.
En medio de esa silenciosa transformación, el personal
de los negocios, y las meseras en particular, se acomodaron a sus nuevos
roles. Sin perder de vista la pantalla aprovisionaban de papas y cervezas
al respetable, a la usanza de las mujeres de la familia.
Cuando se empezó a ver que Márquez era el
más nombrado del partido, la atmósfera cambió. Si
el capitán aparecía lo mismo defendiendo que atacando es
que la cosa venía mal. Con el gol de la puntilla desapareció
toda familiaridad. El de al lado volvió a ser un desconocido. Los
cuerpos aovillados se enderezaron. Los protagonistas dejaron de
serlo, y el café y los molletes atrajeron de nuevo la atención.
Si al comienzo del juego cada frase de José Ramón
se siguió con la devoción que los aficionados conceden a
los conocedores ?"¡Shhh, ya cállense, que no dejan oír!"?
a partir de ese momento dejaron de escucharlo. Sólo la voz del otrora
admirado técnico nacional hizo que recobraran la atención.
Pero el rosario con el que justificó al desdibujado equipo, que
concluyó en el lugar común: "Hicimos nuestro mejor esfuerzo",
colmó a los presentes. Las risas de sorna afloraron y no faltó
el explícito que le pusiera letra a la canción: "¡Ay,
Aguirre, no mames!"
En el Angel los innumerables periodistas no sabían
qué hacer. Corrían tras cualquier aficionado que diera señales
de vida.
Los que no entendían nada eran los policías
que resguardaba la embajada estadunidense. Los habían preparado
para tantos desmanes que el silencio que los rodeaba era inconcebible.
Ningún ser humano se acercó para lanzar un grito siquiera.
El ánimo no daba ni para eso.